Fanatismo
Es sabido que la insondable condici¨®n humana hace a nuestra especie contradictoria: ora racional, ora irracional; capaz, como suele decirse, de lo mejor y lo peor; solidaria e insolidaria; generosa y ego¨ªsta; sensible ante las desgracias del pr¨®jimo y capaz de matarlo por muchos y diversos motivos. Como somos civilizados nos distinguimos, entre otras cosas, de los animales por nuestra capacidad homicida, pues ellos s¨®lo matan a sus cong¨¦neres en muy contadas ocasiones, cuando escasea mucho la comida o por rivalidades extremas en ¨¦poca de celo.
A lo largo de la historia los seres humanos, en cambio, han atacado a otros seres humanos por infinidad de motivos. Por considerar que el otro es siempre un peligro, por motivos religiosos, por apoderarse de la riqueza de los dem¨¢s, por subyugar a otras naciones, por imponer las ideas propias, por considerar incluso que el que piensa de otro modo no tiene derecho a vivir.
Trabajosamente y como parte del progreso, en los tiempos modernos la agresividad que parec¨ªa consustancial a la especie fue cediendo terreno y vivir en paz es hoy uno de los principios recogidos en la Carta de las Naciones Unidas y en todas las Constituciones. La violencia, es cierto, sigue presente a escala individual, como demuestra, sin ir m¨¢s lejos, la llamada violencia de g¨¦nero. La violencia colectiva, sin embargo, ha ido menguando. A pesar de los cruentos conflictos locales que hay en estos momentos en media docena de lugares, la mortandad que provocan, siendo terrible, es mucho menor que la habida en el siglo pasado. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, caus¨® la muerte por t¨¦rmino medio durante cinco a?os de cincuenta mil personas cada d¨ªa. Incluso la cifra bastante m¨¢s modesta de nuestra Guerra Civil de unas quinientas personas es quince o veinte veces mayor que el tr¨¢gico balance cotidiano de Irak, el peor de los conflictos actuales.
No obstante el optimismo que se derivar¨ªa de esas cifras, hay hoy una fuente de violencia que no desaparece y que incluso parece aumentar. Me refiero, claro es, al fanatismo. Su malhadada presencia se manifiesta en todo el mundo en el terrorismo de los islamistas radicales y en Espa?a, para desgracia nuestra, en la existencia de ETA. Es un flagelo terrible por tratarse de un virus letal y contagioso, contra el que no existe vacuna conocida. Se cre¨ªa, adem¨¢s, equivocadamente que se propagaba s¨®lo en un ambiente de pobreza extrema cuando no es as¨ª. Buena parte de los terroristas internacionales no son personas necesitadas. El caso de ETA confirma ese hecho.
El Pa¨ªs Vasco, social y econ¨®micamente, es un lugar muy privilegiado en el plano mundial e incluso est¨¢ por encima de la media europea. Ocurre all¨ª, sin embargo, que una parte de la poblaci¨®n, quiz¨¢ tanto como el veinte por ciento, est¨¢ descontenta porque no logra la independencia que desea. Como desdichadamente es bien sabido, desde hace treinta y cinco a?os algunos de esos independentistas recurren a la violencia para intentar conseguir sus fines y lo hacen como lo que son, es decir, como unos fan¨¢ticos.
Combatirlos no es f¨¢cil, tal como demuestra su persistencia. Muchos van a la c¨¢rcel como es inexcusable que suceda en un pa¨ªs civilizado, pero son sustituidos por otros, al tratarse como ya dije de una enfermedad contagiosa. Si se intenta dialogar con ellos, los riesgos de fracasar son muy grandes, ya que siempre ser¨¢ dif¨ªcil que quienes son dem¨®cratas y razonables se entiendan con quienes no son ni lo uno ni lo otro. Los Gobiernos de Gonz¨¢lez, Aznar y Zapatero lo han intentado, sin embargo, por confiar en que, pese a todo, quedaba un rescoldo de racionalidad en los violentos que los condujera a abandonar la violencia. Esa confianza, lo acabamos de comprobar una vez m¨¢s, no estaba justificada. Pero intentar el di¨¢logo era casi una obliga-ci¨®n, pues los gobernantes tienen el deber de buscar todos los medios a su alcance, siempre que sean, claro est¨¢, constitucionales, para erradicar los males de la patria. El reproche que se les puede hacer es que pecaran de optimistas, tal como ha quedado patente estos d¨ªas con unas desafortunadas declaraciones del presidente del Gobierno en v¨ªsperas del ¨²ltimo atentado. Es indudable que cualquier posibilidad futura de di¨¢logo tendr¨ªa que sustentarse en cimientos mucho m¨¢s s¨®lidos de los que ha habido hasta ahora.
La historia de ETA demuestra una vez tras otra que sus miembros no aceptan dos obviedades. La primera es que en estos comienzos del tercer milenio y en un pa¨ªs avanzado la violencia con fines pol¨ªticos no puede llevar ni por asomo a ning¨²n sitio. La segunda es que la situaci¨®n del Pa¨ªs Vasco ofrece cauces para defender pac¨ªfica y democr¨¢ticamente todas las ideas, incluidas las independentistas. La irracionalidad de los fan¨¢ticos los lleva, en cambio, a esperar que acabar¨¢ habiendo un Gobierno en Espa?a que harto de violencia se doblegar¨¢ ante las exigencias de ETA. Ello es tan absurdo que s¨®lo cabe en personas enajenadas. Constitucionalmente ser¨ªa de todo punto imposible. Adem¨¢s, supondr¨ªa el suicidio pol¨ªtico inmediato del Gobierno que lo hiciera y de quienes lo apoyaran. Ello es tan patente que sorprende que lo desconozcan, no ya quienes, totalmente obnubilados, viven entregados en cuerpo y alma a la lucha violenta, sino en personas aparentemente capaces de razonar.
El independentismo es una posici¨®n tan respetable como cualquier otra. Aunque sea una afirmaci¨®n que escandaliza sobremanera a quienes creen en la sagrada unidad de la patria, un concepto, a decir verdad, que es eminentemente hist¨®rico y no tiene nada de sagrado, ese independentismo, en el Pa¨ªs Vasco o en cualquier otro lugar del mundo, si consigue un apoyo mayoritario cualificado, tendr¨¢ que ser escuchado, pues as¨ª lo exige la democracia. Qui¨¦n sabe, por cierto, lo que nos deparar¨¢ el futuro en ese particular, sobre todo si se fuera difuminando la Europa de las naciones en favor de la Europa de las regiones, o si se prefiere, de las nacionalidades.
Nada de ello parece hacer mella en los independentistas vascos, al menos en los que dejan o¨ªr su voz o, m¨¢s bien, sus explosivos. Como tampoco hacen una comparaci¨®n elemental con los independentistas catalanes. ?stos, sin violencia alguna, han logrado algunas de sus aspiraciones y tienen ocasi¨®n de demostrar con hechos el acierto o desacierto de sus anhelos de mejora del pueblo catal¨¢n. Entre unos y otros hay una diferencia esencial, a saber, que unos aceptaron al final de la dictadura desenvolverse en un marco democr¨¢tico y otros no. Mientras tengan pendiente esa transici¨®n no habr¨¢ convivencia posible con ellos.
?Cu¨¢l es el porvenir de los independentistas vascos si siguen en sus trece? Avances nulos en sus afanes, a?os y a?os de c¨¢rcel para muchos de sus militantes, sufrimiento para sus familias y sufrimiento mucho mayor para sus v¨ªctimas. La existencia de ¨¦stas hace de la pr¨¢ctica del atentado terrorista una barbarie tal que llegar¨¢ un d¨ªa que se recordar¨¢ su existencia como una de las manifestaciones m¨¢s siniestras de la falta de racionalidad de que da muestras en ocasiones el ser humano.
Francisco Bustelo es profesor em¨¦rito de Historia Econ¨®mica de la Universidad Complutense, de la que ha sido rector.
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