Palabras y hechos
Lo menos que se puede decir es que el Gobierno no interpret¨® correctamente las advertencias de ETA.
UN POL?TICO, m¨¢s si es gobernante, tiene un problema cuando un amplio sector de la ciudadan¨ªa llega a convencerse de que su palabra no guarda relaci¨®n con los hechos de los que quiere dar cuenta o pretende encauzar en una determinada direcci¨®n. Hoy es evidente que no era la mejor manera de identificar como "proceso de paz" la negociaci¨®n con ETA y que no era la mejor manera de identificar el rearme de ETA como un accidente de tal proceso.
Hoy es dolorosamente claro que no basta nombrar un hecho para cambiar su significado. Cuando por medio de la palabra se intenta modificar el significado de unos hechos, quien sale perdiendo es la palabra, no los hechos: el lenguaje se pervierte y las palabras descienden al nivel de la in/significancia, pierden su referente, no explican el sentido de las cosas. Es lo que ha ocurrido con el discurso al que el presidente del Gobierno se ha lamentablemente acostumbrado en los ¨²ltimos tiempos y que ha tenido su m¨¢s pat¨¦tica expresi¨®n en su incomprensible conducta y en las declaraciones inmediatas al atentado: eran palabras vac¨ªas de sentido, que conducen al autoenga?o del emisor y a la frustraci¨®n de sus destinatarios
Hace meses, casi reci¨¦n proclamado un alto el fuego permanente, y como el vandalismo callejero no remitiera, ETA se vio en la necesidad de anunciar, primero, que el Pueblo Vasco hac¨ªa muy bien en demostrar su enfado por medio de ese tipo de actos y, segundo y principal, que se confund¨ªa quien entendiera permanente como irreversible. ETA llamaba entonces a las cosas por su nombre. Que la kale borroka desapareciera y que lo permanente se convirtiera en irreversible depender¨ªa de los pasos que el Gobierno diera en una negociaci¨®n que ETA ha definido desde su primer comunicado como proceso para construir, sin renuncia previa a las armas, un nuevo marco pol¨ªtico. Cualquiera pod¨ªa interpretar, porque estaba tan claro como la luz del d¨ªa, que ETA hab¨ªa suspendido -por emplear una palabra del gusto del presidente- sus atentados de manera condicional: si el Gobierno daba pasos en la direcci¨®n querida por ETA, mantendr¨ªa la suspensi¨®n; si no, habr¨ªa kale borroka y lo permanente se convertir¨ªa cualquier d¨ªa en reversible sin dejar de ser, para sus autores, permanente.
Lo menos que se puede decir es que el Gobierno no interpret¨® correctamente estas reiteradas advertencias, siempre acompa?adas de hechos: robo de armas, secuestro, chantaje a empresarios, vandalismo callejero y todo lo dem¨¢s. No eran, contrariamente a la interpretaci¨®n de los expertos en procesos de paz comparados, mensajes para consumo interno, sino palabras cargadas de hechos, como a su debido tiempo advirti¨® la polic¨ªa francesa. El Gobierno, sin embargo, convencido, como tantos de sus asesores, de que lo que ETA hac¨ªa era pedir ¨¢rnica para pasar el trago del desarme, interpret¨® todo eso como ret¨®ricas para calmar a los m¨¢s reacios y traerlos al redil del proceso.
El presidente del Gobierno arrastra desde hace tiempo un grave problema de discurso, que sus m¨¢s allegados han pretendido trivializar desde?ando a quienes as¨ª lo se?alaban como gentes de otra generaci¨®n, de un tiempo pasado. Lo mostr¨® en el debate del Estatuto de Catalu?a; lo ha vuelto a mostrar en la negociaci¨®n con ETA. Su cada vez m¨¢s delet¨¦rea perversi¨®n del lenguaje era recibida con inquietud por los ciudadanos que comenzaron a sospechar que aquel pensamiento blando, m¨¢s que d¨¦bil, ocultaba una inseguridad de fines: el presidente, en realidad, no sab¨ªa ad¨®nde iba el proceso y lo disimulaba a base de identificarlo con calificativos gen¨¦ricos. Pero como a un gobernante siempre se le supone en posesi¨®n de informaci¨®n superior, se le otorg¨® la presunci¨®n de que, aunque no supiera ad¨®nde iba el proceso, sabr¨ªa al menos c¨®mo manejarlo. El atentado de ETA ha demolido tambi¨¦n esa presunci¨®n: el presidente no pose¨ªa esa informaci¨®n superior, y la reiterada petici¨®n de fe y confianza en su palabra estaba montada sobre una nube de humo.
Y ¨¦ste s¨ª que es un problema cuando hechos de la magnitud del ¨²ltimo atentado no caben en el discurso de quienes, negociando con ETA, creyeron estar embarcados -y actuaron como si lo estuvieran- en un proceso de paz. Sin duda, habr¨¢ que reconstruir estrategias con vistas a futuras negociaciones; para que sean cre¨ªbles, ser¨¢ preciso elaborar el discurso que las identifique. Mal empezamos si el reconocimiento del error se censura -¨²nica pr¨¢ctica en la que el presidente ha mostrado r¨¢pidos reflejos: censurar cualquier esbozo de autocr¨ªtica- y si, finalmente, todo lo ocurrido se despacha con un "ya os dec¨ªa yo que el proceso ser¨ªa largo, duro y dif¨ªcil".
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