Los otros Hijos de Don Quijote
La protesta francesa por los 'sin techo' recuerda el problema de 22.000 personas que viven en la calle en Espa?a
Francisco Porta se va a ir a la cama con dos euros y medio. "No est¨¢ mal", dice. Tendr¨¢ para un caf¨¦ y un bollo por la ma?ana. El resto del d¨ªa -el resto de la vida- es una pura inc¨®gnita. Porta tiene 48 a?os, lleva varios durmiendo en la calle, trabaja de malabarista o de lo que salga y oye mucho la radio. Imita muy bien a Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa y anda medio enamorado de Gemma Nierga. Se encuentra en una nave que el Ayuntamiento de Madrid ha acondicionado en un pol¨ªgono industrial de las afueras para acoger en lo peor del invierno a m¨¢s de un centenar de hombres sin hogar.
Todos han llegado en un autob¨²s municipal y deber¨¢n abandonar la nave a las ocho de la ma?ana. El que ha querido ha cenado un vaso de caldo y un bocadillo de mortadela. O se ha afeitado. No hacen mucho ruido. Un grupo de inmigrantes j¨®venes ha pedido al vigilante que les despierte de madrugada porque tienen que irse a trabajar en la construcci¨®n. El vigilante apunta el n¨²mero de su cama en una hojita cuadriculada para hacerlo. Un hombre de menos de 30 a?os, muy sucio, con el brazo vendado y la herida infectada, arrastra las piernas hasta la habitaci¨®n-enfermer¨ªa y se acurruca en una silla en la puerta, sin atreverse a llamar. Dar¨ªo P¨¦rez, jefe del departamento de Personas Sin Hogar y Samur Social del Ayuntamiento de Madrid, se fija en ¨¦l.
Las familias solucionan la mayor¨ªa de los casos sin que se note o figure en la estad¨ªstica
El colectivo franc¨¦s de personas sin techo Los Hijos del Don Quijote, despu¨¦s de acampar durante tres semanas a la orilla del Sena, ha conseguido que el primer ministro franc¨¦s, Dominique de Villepin, presente el mi¨¦rcoles un proyecto de ley revolucionario: a partir de su aprobaci¨®n, los franceses podr¨¢n reclamar al juez por la obligaci¨®n que tiene el Estado de proporcionarles una vivienda digna. Como la cobertura m¨¦dica o la educaci¨®n. Hasta ahora, ese derecho era en Francia -como en Espa?a- puramente nominal, tan recogido en la Constituci¨®n como vac¨ªo de contenido en el fondo. A partir del mi¨¦rcoles, ser¨¢ distinto.
En Francia hay cerca de 900.000 personas que carecen de domicilio fijo y que necesitan recurrir a las distintas variedades de alojamientos sociales: residencias de trabajadores o de estudiantes, pisos tutelados, centros de acogida... Y 100.000 que duermen en la calle. En Espa?a, el ¨²nico dato comparable es el publicado en 2005 por el Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE), que cifraba en 22.000 personas las que viven en la calle (8.000) o en albergues de beneficencia (14.000). "En Espa?a es incalculable el n¨²mero de personas sin techo porque la familia absorbe gran parte del problema sin que se note o figure en ninguna estad¨ªstica", explica Pedro Cabrera, profesor de sociolog¨ªa de la Universidad de Comillas y corresponsal del Observatorio Europeo de Personas Sin Hogar. "Lo que s¨ª es comparable es la opulencia de las dos sociedades: los dos son pa¨ªses ricos en los que ese derecho deber¨ªa estar reconocido de verdad", a?ade.
Dar¨ªo P¨¦rez no deja de observar al joven del brazo vendado y la ropa ro?osa, que sigue sin atreverse a llamar a la puerta de la enfermer¨ªa. P¨¦rez lleva trabajando con personas sin hogar m¨¢s de 15 a?os y ha desarrollado durante este tiempo un instinto especial para clasificarlas al primer golpe de vista: "Ese chico... Las campa?as de fr¨ªo como ¨¦sta sirven, entre otras cosas, para que personas como ¨¦l se acerquen a nosotros. As¨ª podemos empezar a tratarlos. Porque una cosa es ser un sin techo, y ah¨ª entrar¨ªan esos 900.000 franceses y much¨ªsimos espa?oles: gente que no tiene posibilidad de tener una vivienda, incluso aunque trabajen. Pero ese chico es otra cosa. Es una persona sin hogar. Si le di¨¦ramos una vivienda ma?ana, la perder¨ªa pasado. Ya tiene derecho a que le atienda un m¨¦dico. ?Y t¨² crees que ha ido mientras ha estado en la calle? Ha perdido algo m¨¢s que una casa. Y debemos empezar a devolv¨¦rselo poco a poco", explica, mientras se dirige hacia ¨¦l.
Tanto Esperanza Garc¨ªa, directora general de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, como Antonio Rodr¨ªguez, director del albergue religioso de San Mart¨ªn de Porres, inciden tambi¨¦n en la importancia de la familia a la hora de servir de red. "Pero empieza a cambiar", matizan.
Mar¨ªa Jes¨²s Utrilla, subdirectora del albergue municipal de San Isidro, en Madrid -que gestiona cerca de 500 camas e improvisa al d¨ªa soluciones para m¨¢s de 500 problemas-, recuerda otra diferencia con Francia: "Aqu¨ª, hist¨®ricamente, desde la Guerra Civil, se ha optado por comprar la casa en vez de alquilarla. Y eso, hasta ahora, ha dado estabilidad a las familias". Y coincide con Garc¨ªa: "La familia misma como colch¨®n empieza a cambiar. Un ejemplo: antes, eran de cuatro o cinco hermanos. Esa generaci¨®n ya ha crecido. Y si a alguien le van mal las cosas, pues se va con un hermano a vivir, y si se enfada con uno, pues se va con otro. Pero esto, con las familias actuales, de dos hermanos como mucho, se va a acabar, y va a ser m¨¢s f¨¢cil que alguien acabe en la calle".
Una persona experimenta a lo largo de su vida cuatro o cinco conmociones psicol¨®gicas capaces, por s¨ª solas, de desestabilizar su personalidad: la muerte de un ser querido, la p¨¦rdida de un trabajo, un divorcio... Las personas sin hogar se caracterizan por acumular muchos m¨¢s casos y en menos tiempo, en una catarata de desgracias que acaba desarbolando su entereza y aboc¨¢ndoles a la calle.
Francisco Porta, el imitador de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa, deja de sonre¨ªr y de fumar cuando recuerda a su esposa: "Me enga?¨®, a los 27 a?os, y yo empec¨¦ a beber, y me dio la depresi¨®n, y segu¨ª bebiendo, y perd¨ª el trabajo porque beb¨ªa, y segu¨ªa bebiendo porque perd¨ª el trabajo, yo era empleado en un bingo, y acab¨¦ en la calle, y ahora trabajo de malabarista".
Dar¨ªo P¨¦rez ya ha aconsejado al chico del brazo vendado que entre en la enfermer¨ªa. ?ste sonr¨ªe, sin decir nada. Pero accede. Despu¨¦s reconoce a otro hombre que deambula por la nave: "Ese jug¨® al f¨²tbol en el equipo de los sin techo. Era el portero y lleg¨® a estar muy bien: viv¨ªa en una pensi¨®n. El hecho de que est¨¦ aqu¨ª de nuevo indica que ha fracasado. Y cada fracaso es un nuevo golpe psicol¨®gico fuerte para personas como ellos, que est¨¢n solos".
Porque no es sencillo romper el c¨ªrculo vicioso de miseria-resignaci¨®n-miseria. Hay gente que lleva acudiendo al albergue de San Isidro 20 a?os, d¨ªa tras d¨ªa.
"A veces cuesta", relata P¨¦rez, "hasta que van al albergue. Yo conoc¨ª una se?ora, mayor, que viv¨ªa en el t¨²nel de Pac¨ªfico. Se pas¨® all¨ª m¨¢s de 15 a?os. La atacaron unos yonquis. Y le entr¨® miedo y se fue acercando al albergue de San Isidro, que yo dirig¨ªa entonces. Cada d¨ªa se pon¨ªa m¨¢s cerca. Pero no se atrev¨ªa a entrar. Yo le hablaba cada ma?ana. Al final la convenc¨ª. Entr¨®. Estuvo seis meses. Muri¨®. Pero no muri¨® en la calle. Muri¨® con dignidad".
A las doce apagan la luz y los 120 hombres se echan a dormir. Porta, con sus dos euros y medio. P¨¦rez concluye: "Lo complicado no es conseguir que se duerman y que no haya peleas. No son m¨¢s violentos que el resto de la sociedad. Lo complicado es que tengan ganas de levantarse y echar a andar".
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