Un gesto
Debi¨® pensar Tim Robbins que si sal¨ªa en una foto con el alcalde de Madrid se expon¨ªa a ser considerado contrario al di¨¢logo y la paz. Deb¨ªa creer Tim Robbins que con ese gesto formulario de sonre¨ªr en la foto aplaud¨ªa la no asistencia de Gallard¨®n a la manifestaci¨®n de Madrid, las obras de la M-40, la degradaci¨®n del medio ambiente, el no cumplimiento de Kioto, la guerra de Irak, los parqu¨ªmetros, la ejecuci¨®n inmunda y finalmente p¨²blica de Sadam Husein, la tala de ¨¢rboles en el Paseo del Prado, la desforestaci¨®n del Amazonas, la extinci¨®n de orangutanes en las selvas de Borneo, el calentamiento global, la proliferaci¨®n de t¨²neles en el casco urbano o la especulaci¨®n urban¨ªstica. Cu¨¢nto peso para un solo individuo. Mucho arroz para tan poco pollo. Tal vez el amigo Robbins est¨¢ influido por esa idea rom¨¢ntica que el New York Times tiene de Espa?a: un pa¨ªs de vehemente y absurdo temperamento, siempre a punto de arreglar las cosas con derramamiento de sangre y que cuenta con unos luchadores, "los separatistas vascos", que anhelan desde tiempo inmemorial siquiera una "autonom¨ªa" para su pueblo oprimido (no saben o no se acaban de creer que ya la tienen). Los espa?oles que viven en Estados Unidos mandan cartas al director cada vez que aparecen tales irritantes expresiones. Nunca las publican. Deben considerarnos un pueblo inmaduro. Como inmaduros nos consider¨® Tim cuando pens¨® que creer¨ªamos que si ¨¦l, ?ese s¨ªmbolo!, le daba la mano al alcalde (democr¨¢ticamente elegido) le tendr¨ªamos por simpatizante del PP. Oh, no hay peligro, Tim, hubi¨¦ramos sido capaces de entender que se trataba de una cuesti¨®n de cortes¨ªa. Al alcalde le dan la mano los bomberos que trabajan en la T-4, Barenboim, los sindicalistas, Mario Gas, Antonio L¨®pez o hasta el tremendo Calixto Bieito. Ellos no ven comprometida su honestidad. Hay momentos en que un hombre del PP es s¨®lo el alcalde. Como lo fue el feroz Giuliani el 11 de Septiembre. Los alcaldes tienen la posibilidad de deshacerse de vez en cuando del peso partidista para sentirse identificados con el alma de la ciudad. As¨ª deber¨ªa haberlo entendido el propio Gallard¨®n cuando, por obediencia al partido, dej¨® de presidir una manifestaci¨®n donde se le esperaba. Hubiera sido un gesto generoso.
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