El juego de las paradojas
Vivimos tiempos de paradojas, es decir, de proposiciones que en el mero tenor de su formulaci¨®n demuestran su propia falsedad. El ejemplo cl¨¢sico de paradoja l¨®gica era la del habitante de Creta que afirmaba que "todos los cretenses son unos mentirosos". Si dec¨ªa la verdad, la proposici¨®n era mentira. Cierto que las paradojas pol¨ªticas son un poco m¨¢s confusas, pero se caracterizan tambi¨¦n por componerse de afirmaciones que provocan fatalmente el efecto contrario al que se afirma perseguir. Y me explico.
Rodr¨ªguez Zapatero y Rajoy son parad¨®jicos, ya de entrada, en su propia manera de explicar la pol¨ªtica. Rajoy es capaz de anular todas sus buenas razones de fondo con un discurso desmesurado y sobreactuado. Rodr¨ªguez Zapatero es, por su parte, un especialista en envolver el m¨¢s desolador vac¨ªo de ideas con una s¨®lida profusi¨®n de argumentos razonables y ¨¦ticos. Por eso, para quien no est¨¢ dominado por el partidismo, el resultado de escucharles a ambos es tambi¨¦n parad¨®jico: el de estar en desacuerdo con ambos.
La pol¨ªtica se construye con la raz¨®n ret¨®rica, no con la l¨®gica, y por eso admite contradicciones de tal magnitud
Si el Gobierno hubiera puesto, antes de iniciar su andadura procesual negociada, el mismo esfuerzo que ahora dedica a atraer a la oposici¨®n al pacto, no estar¨ªa en la situaci¨®n en que est¨¢. Pero entonces, parad¨®jicamente, no habr¨ªa existido proceso de negociaci¨®n, porque los populares nunca lo hubieran aceptado. Visto desde otro ¨¢ngulo: Rodr¨ªguez Zapatero se queja de que nunca en democracia un Gobierno ha sido desasistido por la oposici¨®n en sus iniciativas antiterroristas, de que nunca se ha pedido cuentas a un Gobierno por el fracaso de una tregua. Lo cual es cierto. Pero no lo es menos que nunca un Gobierno ha emprendido en democracia una pol¨ªtica antiterrorista en abierta contradicci¨®n con la oposici¨®n, ni nunca se ha negociado una tregua en contra de su opini¨®n tajante. La paradoja desagradable para el Gobierno es que necesitaba romper con la oposici¨®n para hacer lo que hizo; y rompi¨® efectivamente, apostando a que la ansiada paz final actuar¨ªa como un b¨¢lsamo sobre la fractura. Reflexion¨® poco sobre la posibilidad del fracaso y se prepar¨® menos a¨²n para esa hip¨®tesis. No hab¨ªa discurso alternativo salvo el muy pobre de pedir comprensi¨®n y unidad, sin ni siquiera precisar en torno a qu¨¦.
La paradoja de los populares es que la verificaci¨®n de su hip¨®tesis de trabajo (el fracaso del proceso) no les concede ventaja alguna para sus intereses de fondo. Si se niegan ahora al pacto con el Gobierno, van a conseguir los efectos contrarios a los que desean. En efecto, la desafecci¨®n del PP deja al Gobierno gravemente expuesto, en primer lugar ante los terroristas, que pueden dosificar sus acciones futuras y convertir el pr¨®ximo a?o en una pesadilla para los socialistas de cara a las elecciones. Ignorar esa situaci¨®n con un altivo "?ya se lo advert¨ª?" es tanto como otorgar a ETA la llave de la derrota o victoria en las urnas de Rodr¨ªguez Zapatero. Y eso no es una pol¨ªtica inteligente para los populares, si quieren de verdad terminar con el terrorismo.
Pero es que, con efecto m¨¢s inmediato y concreto, dejar al Gobierno en soledad con sus socios nacionalistas hacen m¨¢s probables las temidas cesiones, precisamente, en esa serie de aspectos colaterales del terrorismo que los populares (con raz¨®n) consideran tan importantes. Los nacionalistas, nunca lo han ocultado, no est¨¢n de acuerdo con la Ley de Partidos, ni con la exclusi¨®n de Batasuna de las elecciones, ni con la criminalizaci¨®n del entorno de los terroristas. Que Josu Jon Imaz haya actuado con claridad de ideas en el proceso no significa, para nada, que deje de ser un nacionalista vasco con su propia pol¨ªtica y que renuncie a tratar de imponerla en el futuro. Hay quien parece querer autoenga?arse de nuevo con la imagen del Juan Mar¨ªa Atutxa consejero de Interior, olvidando la del Atutxa presidente del Parlamento. Dejar al Gobierno con el solo apoyo de esos nuevos amigos que le han salido puede costarnos mucho a todos, sobre todo a los populares. Rajoy expres¨® una intuici¨®n correcta en el Parlamento: "Al final, se?or Rodr¨ªguez Zapatero, s¨®lo me tendr¨¢ a m¨ª a su lado". La paradoja est¨¢ en que, si espera mucho para acogerle, puede no haber nadie con quien estar.
Si nos tomamos en serio lo que en este momento afirman la mayor¨ªa de los partidos ("s¨®lo se podr¨¢ hablar con ETA cuando decida definitivamente abandonar el terrorismo y lo acredite") estamos ante una nueva paradoja. Porque si para hablar es preciso que abandonen las armas primero, no habr¨¢ nada de que hablar cuando lo hagan, puesto que se habr¨¢ acabado el terrorismo. Es una paradoja que recuerda a la del marxismo sobre la que ironizaba Schumpeter: si la ca¨ªda del capitalismo era tan cient¨ªficamente inevitable como un eclipse de luna, sobraba tanta actividad revolucionaria. La soluci¨®n a la paradoja es que ninguno de los actores pol¨ªticos cree en la verdad de la proposici¨®n que formula tan enf¨¢ticamente, ni se la toma en serio; la pol¨ªtica se construye con la raz¨®n ret¨®rica, no con la l¨®gica, y por eso admite contradicciones como esa.
Quiz¨¢s fuera bueno, en una situaci¨®n como la presente, aceptar que existen dos posiciones contradictorias plenamente leg¨ªtimas en cuanto al fin del terrorismo: la de no negociar en ning¨²n caso y la de ayudar al final con el di¨¢logo/negociaci¨®n, pero que ambas proposiciones, desarrolladas unilateralmente hasta el final, se derrotan a s¨ª mismas. Es decir, conducen a resultados pr¨¢cticos exactamente contrarios a los deseados.
Es una especie de juego de prisioneros en el que los movimientos autointeresados de cada prisionero a favor de su mejor opci¨®n llevan a un resultado colectivo p¨¦simo. S¨®lo las apuestas cooperativas limitan los perjuicios al m¨ªnimo. El problema, como casi siempre sucede en la realidad, es el de conseguir que los prisioneros entiendan d¨®nde est¨¢n. Que se bajen de la nube.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.JOS? MAR?A RUIZ SOROA
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