Otra oportunidad perdida
?Lo del Estatuto? No hay duda, es una oportunidad perdida. Porque tras Aznar, que ignoraba a los gobiernos aut¨®nomos, esta legislatura con el Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero est¨¢ siendo una oportunidad para renegociar la convivencia interna en Espa?a.
As¨ª, Catalu?a, con todas sus idas y vueltas, ha actualizado su autogobierno y ahora dispone de el; quiz¨¢ lo aproveche Euskadi; lo aprovecha Andaluc¨ªa, que revalida su posici¨®n de autonom¨ªa fuerte, con presencia pol¨ªtica; Valencia, que actualiz¨® y aument¨® sus competencias ... Es una oportunidad para quien quiera aprovecharla. Y no lo ser¨¢ para Galicia, que la desaprovecha.
Y la culpa es de la pol¨ªtica, toda. No me refiero a ese espect¨¢culo que retransmiten desde Madrid: se?oritos de casino derechista imitando, sin gracia, las chuler¨ªas de arrabal y lupanar. No, no me refiero a ese espect¨¢culo penoso de esa derecha que cultiva la divisi¨®n social como otros cultivan patatas. Hablo de la mejor pol¨ªtica, de la que es una creaci¨®n democr¨¢tica, la que imagina futuros. El pacto para renegociar el Estatuto, el autogobierno gallego, fracas¨® porque no se trataba de un debate jur¨ªdico-administrativo, sino pol¨ªtico. La autonom¨ªa de Galicia tuvo, tiene y tendr¨¢ siempre car¨¢cter y contenido pol¨ªticos, por un motivo muy simple, porque Galicia tiene car¨¢cter nacional, es una naci¨®n. No es extra?o, pues, que lo nieguen, que precisamente ¨¦sa sea la piedra en la que tropieza la delegaci¨®n en Galicia del partido de la derecha espa?ola, esa derecha tan nacionalista. De un nacionalismo centralista e integrista.
Galicia fue el centro de un reino, considerado incluso imperio en los mapas medievales, disuelto luego en una monarqu¨ªa con sede en Toledo, Valladolid y luego Madrid. Y volvi¨® a existir como sujeto, como pa¨ªs, desde los comienzos del siglo XIX de la mano de los liberales. Se fund¨® pol¨ªticamente en la Revoluci¨®n de 1846, con el comandante Sol¨ªs y Antol¨ªn Faraldo. Existe desde entonces, pero de un modo caracter¨ªstico: aqu¨ª siempre se demand¨® el autogobierno nacional, pero esa demanda fue d¨¦bil, nacida de elementos intelectuales aunque sin poder apoyarse en una clase dirigente, que no hubo ni hay, y con poco apoyo popular. Con todo, en la II Rep¨²blica, los galleguistas consiguieron, al fin, unir al republicanismo todo en el proyecto de un Estatuto para esta nacionalidad. En la inmediata posguerra, un gobierno de la Rep¨²blica en el exilio integr¨® a un representante de Galicia, junto con vascos y catalanes. S¨ª, se trata de pol¨ªtica. De pol¨ªtica para una naci¨®n gallega (sea lo que hoy sean las naciones, si es que existen).
Es l¨®gico que por m¨¢s que se sienten a dialogar y se levanten haya desacuerdo. Es un desacuerdo ideol¨®gico y pol¨ªtico profundo que tenemos desde el fundamento de la democracia. Con subidas y bajadas: el cerrojo a las autonom¨ªas tras la vasca y la catalana, y la reacci¨®n pol¨ªtica y social gallega, O aldraxe, que reabri¨® el camino, no s¨®lo para Galicia sino que se extendi¨® a Andaluc¨ªa y a la creaci¨®n mec¨¢nica de comunidades aut¨®nomas para deshacer lo hecho, ocultar la existencia de nacionalidades. Hubo momentos en que se abr¨ªa un espacio pol¨ªtico propio: en la preautonom¨ªa, bajo la presidencia de don Antonio Ros¨®n, el D¨ªa de Galicia que hab¨ªan fundado los galleguistas republicanos fue reconocido como D¨ªa Nacional de Galicia. No es extra?o que se olvidase inmediatamente: con la excepci¨®n de la desaparecida Unidade Galega, ninguna fuerza pol¨ªtica apost¨® por la autonom¨ªa y sus posibilidades. Luego vino la ¨¦poca de AP-PP en el Gobierno gallego. Fue como una manta blanda y pesada que ahog¨® no s¨®lo las perspectivas de autogobierno sino a la misma sociedad gallega. Hasta aqu¨ª.
Los dos partidos que hoy gobiernan quisieron hacer pol¨ªtica: aprovechar esta oportunidad para que Galicia revalidase su existencia como sujeto pol¨ªtico nacional. No pudo ser. La delegaci¨®n en Galicia del partido de la calle G¨¦nova madrile?a meti¨® el freno. Habr¨¢ que esperar a que exista un partido conservador verdaderamente gallego. Y unas nuevas elecciones. Entonces se ver¨¢ si Galicia sigue presa o no de su contradicci¨®n hist¨®rica: siempre quiso existir nacionalmente pero nunca tuvo fuerza, o valor, para ello.
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