Filantrop¨®fagos
En su ¨²ltima novela, La canci¨®n de los misioneros, John Le Carr¨¦ se interroga sobre esta perversi¨®n especial consistente en destruir pa¨ªses por la ma?ana y ayudar a ONG que reconstruyen estos mismos pa¨ªses por la tarde. Le Carr¨¦ se refiere al Congo, y a sus materias primas, pero su pregunta es v¨¢lida en todos los escenarios. ?Recuerdan, por ejemplo, la pomposa Conferencia de Pa¨ªses Donantes convocada hace un par de a?os para reconstruir el mismo Irak que los convocantes acababan de destruir?
El caso de Irak es elocuente, pues ya se anunciaba siniestramente la reconstrucci¨®n del pa¨ªs incluso antes de que, con la guerra e invasi¨®n, se procediera a su sistem¨¢tica demolici¨®n. Mientras Bush demostraba al mundo la existencia de las inexistentes armas de destrucci¨®n masiva, algunas empresas -a las que no era ajeno el vicepresidente Cheney- se divid¨ªan el fantasmag¨®rico pastel de la reconstrucci¨®n. Si nadie se acuerda ya de la Conferencia de Pa¨ªses Donantes, un estrafalario eufemismo que quer¨ªa camuflar el reparto del bot¨ªn, es porque el negocio de Irak por el momento ha funcionado p¨¦simamente y poco hay que repartir.
Sin embargo, como sucede en la novela de John Le Carr¨¦, la rapacidad se presenta envuelta en una bruma de filantrop¨ªa. Para que esta operaci¨®n sea efectiva es importante que, previamente, la bruma afecte a las palabras. A la guerra se le llama intervenci¨®n; a una alianza agresora desautorizada por las Naciones Unidas se le denomina coalici¨®n internacional; los da?os y sufrimientos causados son neutralizados con calificativos supuestamente objetivos como da?os colaterales o cat¨¢strofes humanitarias. Todo est¨¢ preparado, as¨ª, para que la depredaci¨®n se presente como donaci¨®n (pa¨ªses donantes).
Los pa¨ªses son donantes, al igual que las empresas o los multimillonarios. El auge de la filantrop¨ªa parece coincidir con una ocultaci¨®n de las ideolog¨ªas que convierte en vaporoso al poder. En Estados Unidos hay sociedades florecientes cuya misi¨®n es asesorar a los ricos acerca de las mejores acciones filantr¨®picas. Al asesor financiero le acompa?a, ahora, el asesor filantr¨®pico de modo que la filantrop¨ªa, adem¨¢s de ser una buena acci¨®n compasiva, pueda ser asimismo una buena inversi¨®n.
Sin embargo, al ver los nombres de determinadas empresas volcadas en la filantrop¨ªa no es dif¨ªcil imaginar un escenario como el dibujado por John Le Carr¨¦. Como las buenas acciones tienen que encajar en las buenas inversiones, la l¨®gica de estas empresas es implacable: procedamos al saqueo de manera que podamos obtener los beneficios suficientes para poder proceder a la compasi¨®n. El antrop¨®fago devora para que el fil¨¢ntropo done.
Con todo, esto no es un asunto que ata?e s¨®lo a multimillonarios m¨¢s o menos c¨ªnicos, sino que nos implica aparentemente a todos, gracias a nuestros impuestos. Usted o yo al parecer somos c¨®mplices de Mister Hyde mientras, cumplidores con Hacienda, cre¨ªamos que ejerc¨ªamos de Doctor Jekyll entregando, a trav¨¦s del Estado, ayudas a los miserables del mundo.
Esto no es as¨ª, o no es as¨ª exactamente. Ayudar, algo ayudamos mediante la cooperaci¨®n y cosas semejantes. Pero tambi¨¦n destruimos, y mucho, a los que antes o despu¨¦s ayudamos de modo que, sin ser demasiado conscientes de ello, hacemos como los malvados multimillonarios filoantropof¨¢gicos o como estos depredadores que se autocalifican donantes.
F¨ªjense, si no, en lo que hacemos en relaci¨®n al comercio de armas y, simult¨¢neamente, en c¨®mo compensamos las consecuencias "humanitarias" de este comercio. El Ministerio de Industria (nosotros, mediante nuestros impuestos y nuestros votos) ha dado un paso m¨¢s en el mantenimiento de la opacidad del comercio de armas al negar a las ONG una informaci¨®n que s¨ª ha facilitado a la Asociaci¨®n de Fa-bricantes de Armamento, con respecto al anteproyecto de Ley sobre el Control del Comercio Exterior de Material de Defensa y de Doble Uso (lo de "Doble Uso" es realmente acertado). En apoyo a la actitud del ministerio, los fabricantes de armas han solicitado que se reconociera la "confidencialidad necesaria" de este tipo de operaciones comerciales dado su "car¨¢cter sensible". Paralelamente, el Gobierno (de nuevo con nuestros impuestos y nuestros votos) ha descartado prohibir la producci¨®n de bombas de racimo en Espa?a, seg¨²n se desprende de la respuesta a las interpretaciones de dos parlamentarios, Carles Campuzano y Joan Herrera, el 28 de noviembre pasado.
Ah¨ª se hace evidente nuestra participaci¨®n involuntaria, como ciudadanos, en la filantropofagia de nuestro tiempo. De un lado, en cuanto fil¨¢ntropos, enviamos tropas en misiones de paz y hacemos gestos de cooperaci¨®n y solidaridad; de otro lado, en cuanto antrop¨®fagos, destruimos bienes y personas contribuyendo a esas cat¨¢strofes que, compasivamente, tratamos de paliar.
En el L¨ªbano nos podemos mirar en el espejo.
Nuestro Ministerio de Defensa (con nuestros impuestos y votos) ha enviado 1.100 soldados espa?oles en misi¨®n de paz, integrados en las fuerzas de las Naciones Unidas destacadas en este pa¨ªs. El d¨ªa 29 de diciembre, dos soldados belgas de esas fuerzas sufrieron heridas al explotar bombas de racimo en la poblaci¨®n de Majdal Selm. No es un caso aislado, sino un riesgo permanente al que est¨¢n expuestos tanto los cascos azules como la poblaci¨®n civil del sur de L¨ªbano, donde Israel arroj¨® m¨¢s de 100.000 bombas de racimo al final de la ¨²ltima guerra. Por su tama?o y forma, estos artefactos explosivos se confunden con piedras y las mutilaciones que provocan afectan especialmente a ni?os y mujeres.
Nuestro Ministerio de Defensa, adem¨¢s de enviar misiones de paz, compra para el Ej¨¦rcito espa?ol (siempre con nuestros impuestos y votos) bombas de este tipo. Seg¨²n Greenpeace, el ej¨¦rcito dispone de tres bombas de estas caracter¨ªsticas: una, la CBU-100B, importada de Estados Unidos, y otras dos, la BME-330 y la MAT-120, de fabricaci¨®n espa?ola. Es decir, nuestro Ministerio de Industria para la fabricaci¨®n de bombas de racimo que, en parte, compra nuestro Ministerio de Defensa, el cual env¨ªa una misi¨®n de paz al L¨ªbano cuyos integrantes, como la entera poblaci¨®n civil, puedan verse afectados por los proyectiles exportados por fabricantes de armas cobijadas por nuestras leyes. El c¨ªrculo se cierra, atrap¨¢ndonos a nosotros en su interior, c¨®mplices de Mister Hyde cuando nos cre¨ªamos encarnaciones del Doctor Jekyll.
Aunque todo, desde luego, es relativo y estoy seguro de que los ilustres socios de la Asociaci¨®n de Fabricantes de Armamento se tienen a s¨ª mismos por perfectos fil¨¢ntropos y no han pensado nunca en la posibilidad de verse como can¨ªbales capaces de zamparse lo que se les ponga por delante.
Rafael Argullol es escritor.
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