Democracia pol¨ªtica y dictadura econ¨®mica
El t¨ªtulo de este art¨ªculo es un contrasentido, pero refleja la vida misma en la micropol¨ªtica y en la macropol¨ªtica en lo que se dice que son democracias. El problema surgi¨® cuando alguien proclam¨®: "La econom¨ªa decide los fines y la pol¨ªtica pone los medios". El mundo moderno ha vivido bajo este principio. La libertad econ¨®mica es fundamental, la libertad pol¨ªtica es instrumental. As¨ª, los grandes ejecutivos de la econom¨ªa han devenido pol¨ªticos y los pol¨ªticos han transmutado en gestores. Cuando se viaja a Estados Unidos y se comparan las sedes de las multinacionales con los edificios de las instituciones pol¨ªticas ya se intuye algo raro. Tampoco hay que ir tan lejos. Cada d¨ªa me fijo m¨¢s en la sede de La Caixa y menos en el Palau de la Generalitat.
La desigualdad es consustancial al capitalismo de la gran corporaci¨®n. Y la ¨²nica v¨ªa para combatirla es la democracia econ¨®mica. La pol¨ªtica debe fijar los fines, y la econom¨ªa, poner los medios
La econom¨ªa y la pol¨ªtica son interdependientes. Cuando el poder pol¨ªtico y la propiedad no siguen el mismo camino, uno u otra tienen que cambiar hasta que vuelven a entenderse. Normalmente gana la propiedad. As¨ª est¨¢ escrito en el manual del buen gobierno econ¨®mico. Pero no debe parecerlo y para eso est¨¢ el teatro de la pol¨ªtica. ?sta sirve a la econom¨ªa para enredo de la ciudadan¨ªa. Y la democracia pol¨ªtica es un enga?o sublime a favor de la dictadura econ¨®mica. Jam¨¢s un valor democr¨¢tico tan indiscutible como el principio de una persona adulta, un voto, ha sido tan tergiversado. El control de los grandes medios de comunicaci¨®n consigue la maravilla de que las mayor¨ªas voten seg¨²n el orden establecido, que significa votar por mayor¨ªa los intereses de las minor¨ªas.
Los poderes p¨²blicos democr¨¢ticos est¨¢n para resolver contrasentidos, para gestionar el inter¨¦s general aunque se mantengan los privilegios privados, para defender un orden econ¨®mico moral aunque la corrupci¨®n est¨¦ desatada, para promover la buena gobernanza cuando son pocos, muy pocos, los agentes privados con real capacidad de influencia pol¨ªtica. Deben hacer el salto mortal conciliando la acumulaci¨®n capitalista con la legitimaci¨®n democr¨¢tica y no morir en el intento. Offe, O'Connor y otros lo han explicado con precisi¨®n. Son necesarias pol¨ªticas sociales de integraci¨®n e inclusi¨®n para contrarrestar la l¨®gica del sistema econ¨®mico, basada en la dominaci¨®n y la explotaci¨®n. Ya quisieran los ultraliberales que nos olvid¨¢ramos de las clases sociales, pero ¨¦stas existen, y las profundas y crecientes desigualdades explotan por un motivo u otro en Par¨ªs, en Alcorc¨®n, o en cualquier otro lugar de nuestras tan estimadas democracias liberales sin coraz¨®n. En una econom¨ªa libre el trabajo es el motor de la riqueza, pero en el capitalismo el trabajo es, ante todo, esclavo del beneficio.
Galbraith (1908-2006), en su breve libro-testamento The Economics of Innocent Fraud. Truth for Our Time (2004, traducido por Cr¨ªtica) confirm¨® lo que ya hab¨ªa anticipado en The New Industrial State (1967), hace 40 a?os: "El papel dominante de la corporaci¨®n y la direcci¨®n empresarial en la econom¨ªa moderna". La mutaci¨®n del ¨²ltimo capitalismo ha implicado el traspaso de poderes de los poseedores de capital, o inversionistas, a los grandes ejecutivos. Dentro de un mercado asim¨¦trico, profundamente desigual, que la globalizaci¨®n ha acentuado hasta extremos totalmente insostenibles, la ley de la selva impera en el desorden econ¨®mico mundial. No se puede esperar de un alto ejecutivo, a espaldas no ya de los intereses de los trabajadores, sino tambi¨¦n de los accionistas, que defienda otro inter¨¦s que no sea el suyo propio, exclusivo y excluyente. ?sta es la cultura del capitalismo, desde sus or¨ªgenes hasta la gran corporaci¨®n: el beneficio como ¨²nico norte. Galbraith, que era un liberal keynesiano, lo ve¨ªa de este modo: "Las corporaciones han decidido que el ¨¦xito social consiste en tener m¨¢s autom¨®viles, m¨¢s televisores, m¨¢s vestidos y un mayor volumen de todos los dem¨¢s bienes de consumo, as¨ª como m¨¢s y m¨¢s armamento letal. He aqu¨ª la medida del progreso humano. Los efectos negativos -contaminaci¨®n, la destrucci¨®n del paisaje, la desprotecci¨®n de la salud p¨²blica, la amenaza de acciones militares y la muerte- no cuentan". ?Qui¨¦n pone la soluci¨®n a este desprop¨®sito? ?Los pol¨ªticos? Pero, si s¨®lo son gestores y muchos ambicionan ser ejecutivos. Como Gerhard Schroeder, antes canciller alem¨¢n y hoy ejecutivo al servicio de Gazprom. Por no hablar de Bush o Blair, que ya gestionan directamente los intereses mediante la guerra y la destrucci¨®n masiva.
Adem¨¢s, la econom¨ªa puede entrar en la macropol¨ªtica, pero la pol¨ªtica democr¨¢tica tiene prohibido entrar en la microeconom¨ªa. Democracia y empresa son dos palabras que no se quieren; no digamos la comparaci¨®n entre empresa e igualdad de g¨¦nero. Esto ya es un insulto de mal gusto. La democracia en la empresa est¨¢ todav¨ªa en el reino de las remotas buenas intenciones por parte de algunos que tienen poco inter¨¦s en plantearla. Por ejemplo, el C¨®digo Conthe que ninguna empresa cumple, un c¨®digo de intenciones con 57 recomendaciones (v¨¦ase EL PA?S del 21 de enero, p¨¢gina 72), que es como el esp¨ªritu del 12 de febrero de Arias Navarro, que quer¨ªa salir de la dictadura sin querer salir de la misma. Complicado.
Al final vamos a descubrir lo que ya sabemos. La desigualdad es consustancial al capitalismo de la gran corporaci¨®n. Y la ¨²nica v¨ªa para combatirla es la democracia econ¨®mica. Pol¨ªtica y econom¨ªa van juntas, no hay una sin la otra. Pero la pol¨ªtica debe fijar los fines y la econom¨ªa poner los medios. La democracia pol¨ªtica exige la democracia econ¨®mica. De lo contrario, vamos hacia el debilitamiento de nuestras democracias liberales, sin excluir la vuelta a reg¨ªmenes autoritarios y a la barbarie. El reto no es peque?o: hay que combatir la dictadura econ¨®mica a escala global y local. ?C¨®mo? Tambi¨¦n est¨¢ escrita la respuesta hace tiempo: otro mundo es posible si los ciudadanos luchamos por ello.
Miquel Caminal es profesor de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Barcelona.
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