Un cuadro m¨¢s grande de lo normal
Una tribuna elevada preside estos d¨ªas el ala derecha de la catedral de Palma. Anuncia un acto importante, trascendental, recuerda a un torneo medieval o los preparativos de un auto de fe inquisidor o, quiz¨¢s, a la quema de una falla. Pero ma?ana no habr¨¢ ni lucha, ni fuego, ni v¨ªctima alguna, todo ser¨¢ celebraci¨®n y gozo. Finalmente, se har¨¢ p¨²blica la capilla del Sant¨ªsimo, tambi¨¦n llamada de Sant Pere y, a partir de ahora, capilla Barcel¨®, a pesar de bordear lo sacrilego. El evento hace d¨ªas que se publicita y la cosa a¨²n durar¨¢. Se habla de una nueva Capilla Sixtina y del obispo que la encarg¨®, Teodor ?beda, como un peque?o papa renacentista que, por iron¨ªas del destino, ha fallecido antes de que se concluyera la obra y est¨¢ enterrado en ella, simb¨®licamente, justo entre el altar y el sagrario. Todo es muy exagerado. Pero ni a Miquel Barcel¨® la pompa le sienta bien del todo, se le ve algo inc¨®modo. ?l y su obra son mucho m¨¢s sencillos y directos, y eso es precisamente su gran encanto.
La capilla, sometida a una excesiva presi¨®n medi¨¢tica, bien dirigida por la curia promotora y los estamentos oficiales, se resiente de tener que captar demasiado la atenci¨®n. Hay que ir dej¨¢ndola tranquila para que coja polvo y p¨¢tina y se vaya situando c¨®modamente en medio de las espl¨¦ndidas naves g¨®ticas. El propio artista afirmaba ayer que prefer¨ªa su obra cuando estaba iluminada con luz natural, tamizada por las magn¨ªficas vidrieras gris/negro que ha creado para el lugar: uno de sus m¨¢ximos aciertos. Es entonces cuando todo se transforma y se convierte en una misteriosa cueva, llena de calaveras y monstruos, y las vidrieras opacas adquieren una luz extra?a de humo y tragedia, como si fueran supervivientes de un incendio. Las enormes paredes superpuestas de cer¨¢mica -repletas de tesoros gastron¨®micos como en la obra alocada y obsesiva del alfarero renacentista Bernard de Palissy- tambi¨¦n adquieren otra dimensi¨®n y se convierten en un pergamino enorme en el que est¨¢ escrita la historia sagrada y sus prodigios, con un estilo a veces tan realista que llega a sorprender por bordear el pastiche, tal como viene haciendo el artista en sus ¨²ltimos a?os.
Pero, de momento, la capilla est¨¢ excesivamente iluminada, y con esa luz medi¨¢tica aparece demasiado nueva y sin misterio si no fuera porque el barro en que est¨¢n hechas sus paredes le otorgan una rara consistencia y seriedad. A lo lejos, y sin la insolencia de los focos, la nueva obra se integra muy bien en el ambiente de la catedral. Barcel¨® ha partido directamente de la genial intervenci¨®n que Gaud¨ª, Jujol y sus colegas iniciaron hace cien a?os y qued¨® paralizada a la muerte de quien las encarg¨®, el obispo Campins. Entonces se despidi¨® al arquitecto y sus colaboradores y la obra qued¨® inconclusa. Pero aun as¨ª, acabar¨ªa dando suculentos r¨¦ditos tur¨ªsticos, pues no en vano ser¨ªa una de las intervenciones m¨¢s inteligentes y hermosas de todo el siglo XX realizadas en una catedral. La historia se ha repetido, pero en este caso ha terminado bien. De color rosa.
Las espl¨¦ndidas paredes de cer¨¢mica de Sa Roqueta, creadas por Gaud¨ª y Jujol para el fondo del altar mayor, han servido de punto de partida a Barcel¨® para concebir las suyas, y establece con ellas un interesante di¨¢logo. Cuando nos acercamos a la nueva obra lo primero que sorprende es la ola gigante que culmina la pared derecha y crea una tensi¨®n desestabilizante. Un detalle que inquieta en todos los aspectos. A partir de ¨¦l podemos ver la tramoya que lo soporta y somos conscientes de que se trata de una escenograf¨ªa, algo que no ha da?ado las paredes como lo hicieran en su momento la mayor¨ªa de altares barrocos de la propia catedral que cegar¨ªan las esbeltas ventanas g¨®ticas incidiendo peyorativamente incluso en el exterior. Como escenograf¨ªa, pues, est¨¢ muy sujeta a la iluminaci¨®n que acaba siendo casi tan importante como la obra misma. Esa ola, qui¨¦n sabe si podr¨ªa ser un gui?o a la era de los efectos especiales en versi¨®n de cart¨®n piedra y, a la vez, una cita a las paredes comestibles del art nouveau m¨¢s siniestro con el que, al fin y al cabo, dialoga. Tambi¨¦n la ofrenda del altar y la impuesta figura de Cristo -casi con disfraz de oveja -chirr¨ªan si les hacemos demasiado caso, pero la potencia de la soberbia puerta dorada del sagrario -con unas simples huellas del autor y ¨²nico s¨ªmbolo lujoso evidente del conjunto- relega a un segundo plano estos elementos de excesiva servidumbre al tema. Por lo dem¨¢s, la piel cer¨¢mica de la capilla, tanto en el tratamiento como en la iconograf¨ªa, se corresponde perfectamente con la actual producci¨®n de su autor. Simplemente, es un cuadro de Barcel¨® mucho m¨¢s grande que lo normal.
Babelia
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