Los que a¨²n est¨¢n
He tenido recientemente una experiencia proustiana verdadera, de esas que no se limitan a hacerlo a uno recordar ni rememorar, sino que lo transportan inveros¨ªmilmente a otro tiempo y sobre todo -a¨²n m¨¢s raro- a otra edad, en mi caso a una tan remota como mis cuatro o cinco a?os. Todo vino por la m¨²sica: encontr¨¦ en una tienda la banda sonora original de una de las primeras pel¨ªculas que vi, de hecho la que tengo por inaugural aunque no lo fuera (creo que fue Los tres mosqueteros de Sidney, con Gene Kelly en el papel de D'Artagnan y Lana Turner en el de Milady), tal vez porque la vi muchas veces en la temprana infancia y porque me encantaba y a la vez me produc¨ªa congoja y melancol¨ªa. Al poner el ced¨¦ en casa sucedi¨®: volv¨ª a tener cuatro o cinco a?os y, pese a haber visto Lil¨ª todas esas veces, me sent¨ª trasladado a una en concreto, en el cine Mar¨ªa Cristina de mi barrio de Chamber¨ª, cercano a la calle Covarrubias en la que viv¨ªa y nac¨ª, en compa?¨ªa de mi madre y de mis hermanos. Aquel cine ni siquiera dur¨®: quiero decir que, a diferencia de otros de la zona, como el Col¨®n de la calle G¨¦nova o el Luchana que quiz¨¢ a¨²n existe, y a los que por tanto pude volver a edades mucho m¨¢s avanzadas, el Mar¨ªa Cristina -como el Pr¨ªncipe Alfonso, tambi¨¦n de G¨¦nova- cerr¨® sus puertas cuando yo era todav¨ªa ni?o, y no fueron muchas las ocasiones en que me encerr¨¦ en esas salas, porque esa era una de las cosas que uno hac¨ªa al meterse en un cine entonces, encerrarse de la realidad. Y al o¨ªr la m¨²sica me pareci¨® descubrir que de aquella pel¨ªcula ven¨ªa en parte una caracter¨ªstica que sin duda comparto con muchos de mis semejantes -o con ya no tantos- y que no tiene nada de original. Pero en cada uno vendr¨¢ de alg¨²n sitio, y en m¨ª viene acaso de Lil¨ª.
Luego le ped¨ª prestado el v¨ªdeo a mi hermano Miguel, y me la vi entera al cabo de los muchos siglos. Lil¨ª es de 1952 y su m¨²sica -su melod¨ªa, su canci¨®n- fue muy famosa en su tiempo, hasta el punto de que casi todos los nacidos en aquella d¨¦cada ser¨ªan capaces de reconocerla y tararearla si la oyeran de nuevo. Se debi¨® a un gran compositor, como lo eran la mayor¨ªa de los que trabajaban por entonces en Hollywood, Bronislau Kaper, europeo y de formaci¨®n cl¨¢sica. El director era Charles Walters, que hizo buenos musicales, y los int¨¦rpretes Leslie Caron y Mel Ferrer, con la escandalosa Zsa Zsa Gabor en un papel secundario. La pel¨ªcula no est¨¢ mal y tiene encanto, y aunque es para ni?os, con el considerable protagonismo de cuatro mu?ecos de gui?ol a los que hac¨ªa hablar el ventr¨ªlocuo Mel Ferrer, s¨ª la ti?e cierta melancol¨ªa, como a todas las de circo o feria. Pero la congoja infantil me ven¨ªa de lo siguiente: hacia el final, Lil¨ª decide marcharse y no seguir colaborando en el espect¨¢culo de los gui?oles. Va caminando sola con su maleta por una carretera algo on¨ªrica, y de pronto -una figuraci¨®n, pero los ni?os apenas las distinguen de la realidad- aparecen a su lado, convertidos en seres de su tama?o, los cuatro gui?oles a los que ha abandonado con pesar. Al son de la m¨²sica, alegre en aquel momento, los cinco echan a andar, y el ni?o piensa: "Bien, est¨¢n todos juntos, se acompa?ar¨¢n unos a otros donde quiera que vayan". Lil¨ª baila con uno de ellos, que repentinamente se transforma en Mel Ferrer y a continuaci¨®n se desvanece entre las brumas de la carretera. Tras unos instantes de desconcierto y pena, los cuatro restantes siguen avanzando, ya con menos ligereza, hasta que Lil¨ª baila con otro y vuelven a producirse la metamorfosis y la desaparici¨®n. "Cada vez son menos", se dice el ni?o con creciente angustia, hasta que ocurre lo mismo con los cuatro mu?ecos, sucesivamente. El zorro Reinardo era mi favorito, un tipo refinado, embustero y ladr¨®n.
"De ah¨ª", pens¨¦ hace unos d¨ªas, "arranca mi aversi¨®n a las desapariciones". No quiero nunca que desaparezca nadie, que nadie falte, ni siquiera los que me han hecho da?o o envenenan nuestro pa¨ªs. M¨¢s de una vez he comprobado con estupor c¨®mo al morirse alguien a quien no ten¨ªa la menor simpat¨ªa ni aprecio, o que procuraba hacerme la vida imposible, lo he lamentado mucho m¨¢s de lo que pod¨ªa esperar, como si mi reacci¨®n fuera esta: "S¨ª, era un miserable da?ino, pero era de antes. Estaba aqu¨ª desde que yo tengo memoria o desde hac¨ªa mucho, era parte del paisaje, se contaba con ¨¦l, era parte del elenco y es un desastre que ya no est¨¦". Todos conocemos en mayor o menor grado esa sensaci¨®n: nada nos descorazona tanto como descubrir que algo -aunque sea sin importancia- ha cambiado o desaparecido en una ciudad que hac¨ªa tiempo que no visit¨¢bamos o en el barrio de nuestra ni?ez, y nuestro pensamiento viene a ser "Esto me lo han cambiado", con ese me tan significativo, porque lo sentimos como un atentado contra nuestro mundo en orden y nuestra memoria personal del lugar: una papeler¨ªa convertida en un banco, un cine que ahora es una hamburgueser¨ªa, un bonito edificio sustituido por un espanto arquitect¨®nico ? Y qu¨¦ decir de las personas: uno se va dando cuenta de que la vida consiste en buena medida en ir sufriendo bajas a nuestro alrededor, y en desconcertarse y apenarse un rato, para luego reemprender la marcha por la carretera on¨ªrica, como Lil¨ª y sus mu?ecos en n¨²mero cada vez menor, con los benditos que nos van quedando, y que a¨²n est¨¢n.
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