El comino de nuestra lengua
Pocas veces he sentido m¨¢s indignaci¨®n que al leer el reportaje que sac¨® este diario hace dos semanas, de Virginia Collera y Enrique Murillo, sobre la actual situaci¨®n de los traductores en Espa?a. No se me escapa que empezar as¨ª resulta un tanto hueco y ret¨®rico, dado que, como ustedes saben y padecen, me indigno aqu¨ª a menudo. Pero la cantidad de indignaciones no merma la calidad de cada una, y esta ha sido de primera. Hace mucho que no traduzco, con alguna excepci¨®n para mi editorial, Reino de Redonda, para la cual lo hago gratis, claro est¨¢. Pero en los a?os setenta y ochenta fue una de mis maneras de ganarme -mal- la vida. Se trata, desde siempre, de una tarea tan importante como mal retribuida y considerada, y a lo largo de decenios los traductores han esperado que al mundo de la edici¨®n llegase gente que supiese ser justa con ella: que se dignase poner el nombre del traductor, sin falta, y como se hace en Francia, en la cubierta de los libros; que no fuese indiferente a su calidad; que pagase como es debido algo extremadamente dif¨ªcil -a veces milagroso- y esencial; que no viese esa actividad como un tr¨¢mite, o un inevitable engorro, sino como lo que m¨¢s hay que cuidar a la hora de publicar una obra escrita originalmente en lengua extranjera.
Las condiciones, sin embargo, no s¨®lo no han ido a mejor, sino que han empeorado vergonzosamente. Si por las traducciones literarias se pagaba poco, ahora menos. Si antes se retribu¨ªa por folio, ahora la avaricia y taca?er¨ªa de muchos editores los lleva a descontar cuanto no contenga texto -los di¨¢logos, los puntos y aparte, los versos, los finales de cap¨ªtulo, los sangrados-, como si las pausas no formaran parte de los textos y como si ¨¦stos se escribieran en un rollo de papel higi¨¦nico ancho, todo seguido. (Esto hace que los traductores ingresen un 20% menos ? de lo que ya era una miseria.) Por ¨²ltimo, cuentan Collera y Murillo, hay ya unas cuantas editoriales, algunas riqu¨ªsimas -Planeta, Random House Mondadori, Gredos, Urano-, que llevan a cabo una de las pr¨¢cticas m¨¢s vejatorias, explotadoras e insensatas que se pueden concebir: "subastas a la baja", consistentes en que el editor ofrece un libro a tres o cuatro traductores, y el que est¨¦ dispuesto a vert¨¦rselo al castellano por una tarifa m¨¢s baja, se llevar¨¢ el gato al agua. Esto equivale a premiar al que tiene en menos su tarea, al que -en consonancia con el rid¨ªculo precio acordado- se tomar¨¢ las molestias m¨ªnimas y entregar¨¢ una chapuza, al que no se sentir¨¢ obligado ni a consultar el diccionario en caso de duda, ni tendr¨¢ reparo en cambiar o suprimir los pasajes que no entienda bien. En suma, al que tradicionalmente se llamaba "intruso" o "revientaprecios". Es justamente lo contrario de lo que se hace en Francia, donde, si un traductor se ofrece a trabajar por una tarifa inferior a la habitual, el editor desconfiar¨¢ de ¨¦l, dudar¨¢ de su competencia y de la estima que su propia labor le merece, y, ya s¨®lo por eso, no le entregar¨¢ la obra. Aqu¨ª, el mundo al rev¨¦s. Cuanto m¨¢s barato sea alguien, m¨¢s trabajo se le dar¨¢. Claro que tambi¨¦n se puede ser barato por desesperaci¨®n o por biso?ez, porque hay que sacar dinero de donde sea o porque se est¨¢ empezando y es lo ¨²nico que se quiere, empezar. Pero lo m¨¢s frecuente es que se sea barato por mediocridad, aprovechamiento o haraganer¨ªa.
M¨¢s de una vez he hablado del lamentable estado de nuestra lengua y de nuestras traducciones en particular, de las cuales nos nutrimos tanto o m¨¢s que de lo escrito en espa?ol (?o es que no son traducci¨®n innumerables noticias de prensa y televisi¨®n, o los subt¨ªtulos de las pel¨ªculas y las series?). Pero es que el c¨ªrculo vicioso ya est¨¢ creado, gracias en buena medida a los editores iletrados y avaros: ¨¦stos dan el trabajo al m¨¢s pringado, ¨¦ste aplica la ley de la jeta y no se molesta en mejorar, los cr¨ªticos casi nunca enjuician las traducciones, para bien ni para mal, de modo que esos editores a los que se les deber¨ªa caer la cara de verg¨¹enza por ofrecer productos defectuosos cuando no infames, jam¨¢s son reprendidos por nadie ni ven disminuir sus beneficios, como merecer¨ªan; y a los lectores, por ¨²ltimo, parece darles todo igual, o ya no saben distinguir. Hoy hay muchos que creen estar al d¨ªa y haber le¨ªdo a los mejores autores extranjeros, cuando lo ¨²nico que han le¨ªdo es un burdo simulacro, patoso y lleno de infidelidades y errores, de lo que originalmente escribieron. As¨ª como uno no compra la leche Tal o los embutidos Cual, la nevera X o el ordenador Z porque sabe que son una porquer¨ªa, a estas alturas deber¨ªamos ya saber que de la editorial H o V uno jam¨¢s debe adquirir un libro traducido. Yo mismo podr¨ªa darles aqu¨ª una peque?a lista, pero esa no es mi misi¨®n. Lo ser¨ªa de los cr¨ªticos, en primer lugar, y de los propios lectores a continuaci¨®n. Y s¨®lo as¨ª, al cabo del tiempo, podr¨ªa acabarse con lo que expresaba un veterano traductor en el reportaje mencionado: "Hasta que podamos demostrar que las traducciones, las buenas y las malas, afectan a las ventas, a las editoriales les importar¨¢n un comino". Las traducciones tambi¨¦n conforman -cada vez m¨¢s- nuestra lengua, y ¨¦sta, francamente, jam¨¢s deber¨ªa importarnos un comino a ninguno de los que la hablamos.
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