Gentleman
Culto pero no pedante; cort¨¦s pero no ceremonioso; rural pero no r¨²stico: estas ideas elaboradas por Horacio en su granja de la Sabina han servido para formar el dise?o moral del gentleman ingl¨¦s, aunque tambi¨¦n pueden aplicarse a cualquier persona que busque la elegancia interior por encima de todas las cosas. Para ser absolutamente perfecto, este modelo humano tendr¨ªa que habitar hoy un cuerpo anguloso, alto, flaco, con el vientre hacia dentro, desgarbado o ligeramente derruido, vestido con ropa de calidad un poco ajada, nunca a la ¨²ltima moda. Si existiera alg¨²n tipo con este estilo habr¨ªa que ir a buscarlo a donde fuera y tratar de hacerse su amigo. Contrario a este ejemplar de Horacio es el moralista, que nos indica con el dedo el camino correcto para llegar a la pasteler¨ªa del cielo o el equivocado que nos llevar¨¢ al castigo eterno. No son s¨®lo algunos cl¨¦rigos atormentados o los profetas disp¨¦pticos los que te amargan la existencia con sus anatemas; tambi¨¦n hay pol¨ªticos, periodistas y escritores que tratan de cambiar el mundo simplemente para acomodarlo a sus ideas y no siempre por un inter¨¦s bastardo, sino porque son incapaces de entender la vida de otro modo. El moralista corrige tu mala conducta para que te asemejes a ¨¦l y no hay m¨¢s que sentir de cerca su halitosis para salir corriendo. Conformar la sociedad a su imagen o de lo contrario presagiar un cataclismo inminente es la obsesi¨®n que ocupa m¨¢s de la mitad de su cerebro. Como si fuera propietario de la ira universal, lo mismo le excita un crimen contra la humanidad que una simple zanja del ayuntamiento. Hay que ser divertido pero no superficial; esc¨¦ptico pero no c¨ªnico; irreductible pero no implacable; firme pero no duro: estas ideas que Horacio cultiv¨® en su granja de la Sabina no se han movido en 2.000 a?os y a¨²n hoy sirven de eje de acero a algunos seres privilegiados. Tambi¨¦n constituyen un sue?o imposible cuando se contempla la histeria de nuestros pol¨ªticos y el l¨¢tigo de algunos escritores y periodistas. Las s¨¢tiras de Horacio no carec¨ªan de desprecio, aunque atemperado por la iron¨ªa, ni de sarcasmo siempre sometido al buen estilo, m¨¢s ac¨¢ del bien y del mal. Quedan algunos ejemplares con este dise?o en nuestro pa¨ªs y s¨®lo por ellos es a¨²n habitable. Aunque parece que est¨¢n fuera del mundo, caballeros inactuales, sabios despistados, un poco antiguos, son los ¨²ltimos pilares que sustentan una sociedad llena de sujetos cuyo poder va infinitamente m¨¢s all¨¢ que su elegancia moral.
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