La hiperinflaci¨®n medi¨¢tica
Desde hace alg¨²n tiempo, el ensordecedor griter¨ªo que se ha alzado en nuestro re?idero nacional parece haber alcanzado una dimensi¨®n patol¨®gica y dif¨ªcilmente soportable. No reconozco, en los pa¨ªses de nuestro entorno, ning¨²n caso que se parezca al que aqu¨ª padecemos, por muy sensacionalistas que sean los tabloides brit¨¢nicos o alemanes, o muy vocingleros ciertos programas audiovisuales italianos. Y eso ocurre en un pa¨ªs en el que la cuarta parte de la poblaci¨®n confiesa no leer nunca peri¨®dicos y sin entrar en matices acerca de si los restantes se limitan a la prensa deportiva o a la cr¨®nica de sucesos. ?C¨®mo ha podido llegarse a esta situaci¨®n tan an¨®mala y degradante en una democracia?
El primer problema que se observa no es el de la cl¨¢sica mezcla de informaci¨®n y opini¨®n, sino el sometimiento puro y simple de la informaci¨®n a las opiniones partidistas de los gestores del medio. De este modo, los textos aparecen esclavizados por una opini¨®n pol¨ªtica partidista y militante que conforma su enunciado, sesgando sus datos, sus circunstancias y su sentido y convirtiendo as¨ª su texto en arma arrojadiza. Pero el problema no acaba aqu¨ª.
En la actualidad, es el ruido period¨ªstico el que dicta la agenda setting a los pol¨ªticos y no al rev¨¦s, como debiera ser. Son los pol¨ªticos los que deben trotar sin aliento a remolque de lo dicho o publicado en los medios. Y de esta situaci¨®n tan extraordinaria derivan dos consecuencias harto preocupantes. La primera consiste en que la informaci¨®n, que es mero texto o entorno virtual, tiende a reemplazar a la praxis de los sujetos pol¨ªticos en la gesti¨®n de las complejidades de la realidad social. Esta situaci¨®n parece dar de modo imprevisto la raz¨®n al provocativo Jean Baudrillard, cuando defin¨ªa a la realidad virtual como un crimen perfecto, pues no s¨®lo reemplazaba a la realidad emp¨ªrica, sino que adem¨¢s borraba las huellas de tal sustituci¨®n fraudulenta. En una palabra, el triunfo de lo virtual sobre lo real nos ha hecho retroceder a los d¨ªas en que el pr¨ªncipe Grigori Potemkin mostraba a una embobada emperatriz Catalina de Rusia lejanas obras p¨²blicas, que no eran m¨¢s que decorados ef¨ªmeros plantados en medio del paisaje. En nuestra situaci¨®n actual, las representaciones hiperest¨¦sicas construidas por los medios de comunicaci¨®n parecen estar robando tambi¨¦n protagonismo a la realidad. Y, pese a ello, probablemente muchos ciudadanos se consideran bien informados de cuanto ocurre a trav¨¦s de los medios.
La segunda consecuencia, no menos grave, se ha traducido en la emergencia en el paisaje medi¨¢tico del periodista-estrella, cuyo estrellato ha sido conquistado a fuerza de vociferar o de calumniar. Bien es verdad que en la historia de la informaci¨®n ha habido antes muchos periodistas-estrella, de merecido prestigio, desde Herbert Matthews hasta Walter Cronkite, pasando por el llorado Ryszard Kapuscinski. Aquellos hombres y mujeres se ganaron merecidamente su prestigio a fuerza de perseverancia, valor y maestr¨ªa profesional. En el nuevo star-media-system, en cambio, la vanidad del informador energ¨²meno aspira a usurpar el protagonismo del pol¨ªtico. En esta operaci¨®n narcisista se invierten, como en el caso anterior, la importancia de los roles, pues el informador pasa a ocupar la centralidad del debate pol¨ªtico a expensas del sujeto pol¨ªtico aut¨¦ntico, convertido en materia carro?era. O, si se quiere, el protagonismo del comunicador aspira a usurpar el protagonismo del pol¨ªtico. Se trata de una nueva forma de periodismo amarillo, esta vez circunscrito a la arena pol¨ªtica, pero que busca sobre todo elevar mediante ruido medi¨¢tico un pedestal para quien fabrica su mensaje vitri¨®lico ante un teclado, un micr¨®fono o una c¨¢mara.
Pero todo ello est¨¢ ocurriendo en un contexto sociocultural muy nuevo, que est¨¢ erosionando profundamente al que ha sido considerado, durante m¨¢s de un siglo, el cuarto poder. Entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 se evidenci¨® el ascendente protagonismo de las nuevas redes tecnol¨®gicas interpersonales -internet y tel¨¦fono m¨®vil-, sobre todo entre los estratos m¨¢s j¨®venes de nuestra sociedad. Y volvi¨® a corroborarse m¨¢s tarde en varias convocatorias de manifestaci¨®n por parte de la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo. En el mundo actual, m¨¢s de 2.000 millones de personas poseen tel¨¦fono m¨®vil. Y seg¨²n la Uni¨®n Internacional de Telecomunicaciones, organismo de la ONU con sede en Ginebra, los menores de 18 a?os dedican 14 horas semanales a los medios digitales, bastantes m¨¢s que las que dedican a la televisi¨®n, la radio, el cine o los peri¨®dicos impresos. Y en la escandalosa asimetr¨ªa tecnol¨®gica de la sociedad dual, los j¨®venes espa?oles figuran en la parte alta de esta franja, como se demostr¨® en marzo de 2004.
De manera que las redes tecnol¨®gicas interpersonales est¨¢n desempe?ando un nuevo protagonismo en la arena informativa, que est¨¢ erosionando fuertemente al periodismo de papel y al herziano y limitando su influencia. Tal vez este declive constituye una de las razones que explican precisamente la desesperada algarab¨ªa amarillista que ahora denunciamos. Estamos en el alba de la era de los blogs, descendientes inform¨¢ticos perfeccionados de los tazebaos de la Revoluci¨®n Cultural china. Bien es verdad que, ante este nuevo fen¨®meno, hay que repetir que sobreinformaci¨®n equivale a desinformaci¨®n, pero su proceso de selecci¨®n cr¨ªtica por parte de los usuarios acabar¨¢ por entronizar a los nuevos l¨ªderes de opini¨®n electr¨®nicos, que probablemente demostrar¨¢n mayor sensatez que sus antecesores gutengbergianos y herzianos. Es, por lo menos, lo que deseamos.
Rom¨¢n Gubern es catedr¨¢tico de Comunicaci¨®n Audiovisual de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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