Un cuadro alarmante
Definitivamente, pintan bastos para la Espa?a plural, para aquellas ma?anas federales que cant¨® en su momento Pasqual Maragall, para los anhelos de reconocimiento de la plurinacionalidad y los sue?os de soberan¨ªa compartida que albergaban, no hace tanto, bastantes ciudadanos espa?oles de adscripci¨®n identitaria perif¨¦rica. La involuci¨®n est¨¢ en marcha.
Y no me refiero ahora al clima de guerracivilismo moral que, vertido d¨ªa tras d¨ªa desde ciertos micr¨®fonos y ciertas cabeceras de prensa, ha acabado anegando las calles de Madrid con gritos y consignas de odio y de muerte contra el adversario pol¨ªtico. No me refiero tampoco a la apropiaci¨®n y la exacerbaci¨®n simb¨®licas que han convertido la ense?a rojigualda y la Marcha Real en emblemas partidarios, en reclamos banderizos con los que, a muchas gentes de otras convicciones y otros sentimientos les va resultando cada vez m¨¢s peliagudo identificarse. No me refiero siquiera -aunque alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que ocuparse de ello- al desplazamiento de la extrema derecha desde la marginalidad m¨¢s o menos freakie hasta el centro mismo de la escena p¨²blica: ah¨ª estaban, el s¨¢bado, todos sus grupos y grup¨²sculos arropados y legitimados en medio de las multitudes conservadoras, ti?endo con sus ¨¢guilas franquistas y sus cruces de Borgo?a la riada de cientos de miles de ciudadanos, cabe suponer que dem¨®cratas, por el paseo de Recoletos y la calle de Alcal¨¢.
Con ser todo esto muy grave, me parecen m¨¢s premonitorios e inquietantes otros s¨ªntomas. Que un escritor autocatalogado de izquierdas como Antonio Mu?oz Molina, por ejemplo, pueda desplegar -hace un par de semanas, en estas mismas p¨¢ginas- la supuesta panoplia de los "delirios" del Estado de las autonom¨ªas, y ello merezca el silencio aquiescente de la opini¨®n progresista espa?ola. Perm¨ªtanme recordar que el se?or Mu?oz Molina describ¨ªa a los gobernantes auton¨®micos como una cuadrilla de paletos megal¨®manos y manirrotos, grotescos reyezuelos de taifas rodeados de cortesanos serviles y gorrones. A las administraciones por ellos presididas, el novelista andaluz las acusaba de perseguir el idioma castellano -de donde se deduce que sus tiros no apuntan precisamente hacia Murcia o La Rioja-, de adulterar la realidad geogr¨¢fica e hist¨®rica tanto en los manuales escolares como en los mapas meteorol¨®gicos; y hasta los historiadores de esos siniestros andurriales llamados autonom¨ªas eran tachados de falsarios y manipuladores del pasado. Pero todo ello -y he aqu¨ª lo m¨¢s preocupante del caso- sin ninguna base probatoria, sin un solo ejemplo, un dato, un nombre, una cita o una estad¨ªstica que justificasen esas grav¨ªsimas imputaciones. ?Para qu¨¦? ?Acaso no resulta ya un dogma de dominio p¨²blico que esto de tener comunidades con autogobierno y capacidad legislativa es un negocio tan ruinoso como nocivo? Pues las obviedades no precisan demostraci¨®n.
Que tales prejuicios se est¨¢n extendiendo como un c¨¢ncer lo ilustra otro ejemplo, aparentemente bien alejado de la pol¨ªtica: el informe anual de la secci¨®n espa?ola de Reporteros Sin Fronteras (RSF). Seg¨²n dicho documento, los tres principales problemas para el desarrollo libre del periodismo en Espa?a han sido en 2006, a saber: el caso de Jos¨¦ Couso (es decir, la impunidad en que permanece la muerte del citado c¨¢mara de televisi¨®n, el 8 de abril de 2003, en el Hotel Palestina de Bagdad), las amenazas de ETA contra varias decenas de profesionales de la informaci¨®n en el Pa¨ªs Vasco... y la Ley del Audiovisual de Catalu?a, "algunas de cuyas disposiciones resultan peligrosas para la libertad de prensa". O sea, y en el mismo nivel de riesgo, el ca?¨®n homicida de un tanque norteamericano, las bombas-lapa o las pistolas etarras, y la ley aprobada con ampl¨ªsima mayor¨ªa en un Parlamento democr¨¢tico y aplicada por un organismo intachable como es el CAC (Consell de l'Audiovisual de Catalunya). Puesto que, hasta donde yo s¨¦, RSF no se ha fusionado con la Cope y sigue siendo una ONG progresista, s¨®lo cabe concluir que el discurso demonizador de las competencias auton¨®micas ha llegado muy, muy lejos.
Y, naturalmente, si ese discurso avanza imparable incluso por los ¨¢mbitos sociales e intelectuales menos derechistas, m¨¢s pronto que tarde l'intendance suivra, como dec¨ªa Napole¨®n. De hecho, la intendencia legislativa ya se ha puesto en movimiento, con transparentes prop¨®sitos de armonizaci¨®n auton¨®mica y de recuperaci¨®n competencial a favor de la administraci¨®n del Estado: decreto sobre ense?anzas m¨ªnimas del Ministerio de Educaci¨®n, ley de Dependencia y, en el horizonte, los proyectos loapizadores del ministro de Administraciones P¨²blicas, Jordi Sevilla.
Desde luego, la tentaci¨®n gubernamental de poner coto a aquello que Mu?oz Molina considera "delirios" centr¨ªfugos del Estado auton¨®mico no es nueva, sino un fen¨®nemo c¨ªclico desde 1981. La preocupante novedad es la actitud del Gobierno Montilla y del tripartito que lo sustenta: su renuncia al fuero en nombre de la d¨¢diva del huevo. S¨ª -declaraba el pasado lunes un alto dirigente del PSC-, el Consell Consultiu ha dictaminado que la ley de Dependencia es casi toda inconstitucional, pero "yo, ante la disyuntiva entre dar unos derechos a las personas o no d¨¢rselos en funci¨®n de si invaden una competencia o no, soy partidario de d¨¢rselos. (...) Prefiero que invada competencias estatutarias pero que el ciudadano tenga unos servicios asegurados, a que se respeten las competencias pero no poder ofrecer tales servicios al ciudadano. Lo contrario es falso patriotismo".
O sea, y como reza el refr¨¢n castellano, h¨¢gase el milagro, y h¨¢galo el diablo. Si el diablo, adem¨¢s, es rico, siempre podr¨¢ recuperar competencias por v¨ªa de compra. Y si, como parece cada vez m¨¢s probable, el Tribunal Constitucional se carga al final el Estatuto, ya nos arreglaremos con una Mancomunidad algo maquillada. ?Todo, antes que caer en el falso patriotismo!
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.