Una 'guerra' antigua
Los 'tifosi' han degenerado en rebeldes peligrosos por la marginaci¨®n social y un extremismo pol¨ªtico inclinado a la espectacularidad
La pregunta en Italia es obvia: ?c¨®mo se ha llegado a esto? La respuesta es a¨²n m¨¢s obvia: a esto se lleg¨® hace ya mucho tiempo. Dos semanas atr¨¢s, en Catania, centenares de ultras enloquecidos cargaron contra la polic¨ªa y un inspector result¨® muerto. Fue una tragedia, no una sorpresa: la temporada pasada, 760 agentes sufrieron heridas en los estadios y sus alrededores y el Ministerio del Interior tuvo que destinar 291.700 jornadas policiales a la protecci¨®n del f¨²tbol. La del calcio es una guerra antigua y abundante en v¨ªctimas. Cada acci¨®n violenta alimenta rencores. Pero tambi¨¦n hay un negocio de por medio.
Todo empez¨® de forma relativamente inofensiva. Los tifosi fueron, en una ¨¦poca, un modelo para las aficiones europeas. Los primeros grupos de ultras -adoptaron ese nombre para distinguirse como extremistas en la fidelidad a sus colores- surgieron a finales de los 60. La Fosa de los Leones, del Milan (1968); los Ultras Tito Cucchiaroni, del Sampdoria (1969), y los Boys, del Inter (1969), se formaron como escisiones de las pe?as tradicionales y adoptaron ritos de los hooligans ingleses. Lo m¨¢s visible eran las coreograf¨ªas, las pancartas burlonas dirigidas al rival, el espect¨¢culo global de la curva, los fondos de los estadios, y en otros pa¨ªses, Espa?a incluida, el tifo era visto como algo formidable.
Lo principal es mantener el dominio del 'territorio' y del negocio frente a los esfuerzos de la polic¨ªa
Las convulsiones pol¨ªticas de los 70 se trasladaron de inmediato a la curva y empezaron a registrarse en torno al calcio batallas campales que no se explicaban por rivalidades futbol¨ªsticas, sino ideol¨®gicas. Los ultras del Roma, por entonces rojos, y los del Lazio, ya negros, protagonizaron un terrible enfrentamiento tras un derby en 1974. Fue la primera se?al de alarma. No se le dio, sin embargo, demasiada importancia. Entre la vaga amenaza de un golpe fascista y el surgimiento de grupos terroristas de extrema izquierda, como las Brigadas Rojas, Italia estaba demasiado ocupada para inquietarse por el f¨²tbol.
El Mundial espa?ol, en 1982, en el que los tifosi tuvieron en general un buen comportamiento, permiti¨® encubrir las se?ales inquietantes. La vivacidad de las curvas era tan popular que las grandes marcas patrocinaban a los grupos ultras. Canon, por ejemplo, subvencionaba las gigantescas banderas que caracterizaban a las Brigate Gialloblu, del Verona.
La tragedia de Heysel -la final de la Copa de Europa de 1985, en Bruselas- supuso el inicio del declive de los hooligans. Para los ultras italianos, en cambio, fue un est¨ªmulo. Un ejemplo: en 1988, las Brigadas Rojinegras, del Milan, alcanzaron los 15.000 afiliados. Empezaron a hacerse habituales las batallas entre ultras enemigos y la polic¨ªa se habitu¨® al papel de fuerza de interposici¨®n. Todo ese fragor encubri¨® otro fen¨®meno. La organizaci¨®n de trenes especiales para los desplazamientos de los ultras, sufragados muchas veces por los clubes; la confecci¨®n de pancartas gigantes, la preparaci¨®n de coreograf¨ªas y el lanzamiento de colecciones de prendas, mucho m¨¢s all¨¢ de las simples camisetas, de los ultras hab¨ªan habituado a los jefes cl¨¢nicos a mover dinero y provocado una cierta profesionalizaci¨®n. Los ultras ten¨ªan un negocio y la curva era su territorio privado.
En los 90 el fen¨®meno acab¨® de desmadrarse. Los frecuentes choques con la polic¨ªa, no siempre preparada, forjaron el odio del ultra hacia el esbirro. En ese odio hab¨ªa componentes de marginaci¨®n social y de un extremismo pol¨ªtico m¨¢s inclinado a la b¨²squeda de la espectacularidad y la resonancia -de ah¨ª, el giro general al fascismo: una pancarta que jalea Auschwitz y el exterminio de los jud¨ªos asegura la repercusi¨®n medi¨¢tica- que a los objetivos ideol¨®gicos. Ser ultra era una declaraci¨®n de rebeld¨ªa. Tambi¨¦n contribu¨ªan al furor el alcohol y las drogas, de circulaci¨®n libre en la curva. Para los jefes, sin embargo, lo principal era mantener el dominio del territorio y del negocio frente a los esfuerzos de la polic¨ªa para introducir la ley. En internet es f¨¢cil encontrar la lista de consejos al ultra en batalla: ropa similar a la de los compa?eros y cara cubierta, silencio en caso de detenci¨®n y tel¨¦fono del abogado de confianza en el bolsillo.
Los clubes tuvieron su responsabilidad en el auge del fen¨®meno. A partir de 2003, cuando trataron de controlarlo, ya no pudieron. En 2004, los ultras de ambos bandos forzaron la suspensi¨®n de un Roma-Lazio y luego cargaron juntos contra la polic¨ªa. ?Por qu¨¦? Porque las dos directivas hab¨ªan decidido limitar el poder de la curva y se opon¨ªan a que los ultras mantuvieran puestos de venta de sus productos en el estadio. Tambi¨¦n hab¨ªan cortado la financiaci¨®n de los viajes. Los sucesos de aquel Roma-Lazio constituyeron una demostraci¨®n de fuerza contra las directivas y contra la polic¨ªa. Claudio Lotito, el presidente del Lazio, sigue viviendo bajo protecci¨®n permanente de una escolta policial.
Quien quiera saber cu¨¢l es el ambiente s¨®lo tiene que utilizar un buscador de internet y escribir ultras junto al nombre de cualquier club italiano. Bastantes p¨¢ginas est¨¢n cerradas desde los sucesos de Catania. Las que permanecen abiertas siguen rebosando odio.
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