Bienvenidos a la revoluci¨®n
Izquierdistas, 'hippies' y 'globalif¨®bicos' hacen turismo en el pa¨ªs de Ch¨¢vez
La esquina de Puente Llaguno, en los alrededores del palacio presidencial de Miraflores, en el centro de Caracas, es un lugar feo. Sin embargo, no pasa un d¨ªa sin que lleguen all¨ª turistas a tomarse fotograf¨ªas. Se ha producido un fen¨®meno semejante al que sucedi¨® en Chiapas a ra¨ªz del levantamiento armado del Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional en 1994.
No se trata, desde luego, de los turistas que vienen a Venezuela a bordo de cruceros o en los viajes de las agencias de viaje comerciales. Se trata de viajeros alternativos, izquierdistas trashumantes, perseguidores de utop¨ªas, hippies, ecologistas y globalif¨®bicos. Uno a uno van posando junto a una obra del escultor Carlos Prada, erguida all¨ª en homenaje a las 19 personas que cayeron muertas la tarde del 11 de abril de 2002, el d¨ªa que el presidente Hugo Ch¨¢vez fue derrocado por un movimiento que no logr¨® retener el poder ni siquiera por dos d¨ªas.
"Es un pa¨ªs donde el arte ha vuelto a tener sentido porque ya no es de ¨¦lites, sino de todo el pueblo"
"Un turista pol¨ªtico que se precie no puede decir que vino a Caracas si no se toma una foto aqu¨ª y otra en la Esquina Caliente", dice Marlon Acosta, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores que tiene frecuentes contactos con los militantes de lo que bien podr¨ªa llamarse "la Internacional Chavista".
La Esquina Caliente, una de las de la plaza Bol¨ªvar, en el casco hist¨®rico de la ciudad, se llama as¨ª porque en momentos cr¨ªticos de la lucha pol¨ªtica fue un territorio reservado a chavistas. Si alg¨²n opositor la cruzaba, deb¨ªa atenerse a las consecuencias.
Por all¨ª pueden verse militantes de partidos de izquierda de Europa y Latinoam¨¦rica y rebeldes canadienses, estadounidenses o australianos. Cuando su estancia coincide con una manifestaci¨®n del chavismo, viven la experiencia de ponerse una camiseta roja, broncearse con el radiante sol caraque?o y contagiarse de la energ¨ªa que emana de estas acciones de calle.
El viernes, durante una marcha de respaldo a la decisi¨®n del presidente Ch¨¢vez de no renovar la concesi¨®n a la televisi¨®n opositora RCTV, estaba presente un noruego, quien s¨®lo accedi¨® a identificarse como Julius. A sus sesentaytantos a?os y con su metro noventa, sobresal¨ªa entre la masa. Julius casi no entiende espa?ol pero alcanz¨® a balbucear que Ch¨¢vez tiene raz¨®n.
En la clasificaci¨®n de los turistas con inquietudes siguen los comprometidos, unos a los que ya ni siquiera se les puede llamar turistas, porque han decidido quedarse para participar en la construcci¨®n del socialismo del siglo XXI, que proclama Ch¨¢vez. Manuela Lavandeira es una representante de este grupo. Una vez graduada en Artes en su natal Par¨ªs busc¨® un lugar adonde irse. No le fue dif¨ªcil escoger Venezuela porque, seg¨²n ella, "es un pa¨ªs donde se pueden decir las cosas y el arte ha vuelto a tener sentido porque ya no es exclusividad de las ¨¦lites, sino un bien de todo el pueblo". Lavandeira vive como n¨®mada, seg¨²n la hospitalidad de sus camaradas locales.
Algunos de los extranjeros que han llegado para sumarse a la revoluci¨®n han tenido que pasar hambre para mantenerse dentro de la burbuja del altermundo. Tal es el caso de Ant¨®n Kilca, un peruano que anda a salto de mata en Caracas. A ratos trabaja como alba?il y otras veces sobrevive vendiendo en las calles el diario oficialista Vea.
Tambi¨¦n cuentan los que han venido como investigadores. Farrouk Ahmed Farak, quien, a pesar de su nombre, es alem¨¢n y cursa sus estudios de Ciencias Pol¨ªticas en Austria, vino a Venezuela a recopilar material para realizar su tesis de grado sobre el proceso que lidera Ch¨¢vez. Ha pasado varios meses en Caracas, tras convencerse de que el capitalismo no podr¨¢ solucionar los problemas del mundo, ni siquiera a corto plazo.
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