La risa del arte
En este fin de semana en el que centenares de obras y artistas se exhiben en la madrile?a Feria Internacional de Arte Contempor¨¢neo (Arco), el escritor cubano reflexiona sobre el arte de la risa y la risa en el arte. Sobre c¨®mo algunos creadores han intentando quitar solemnidad a sus trabajos y lo importante de esta actitud para la creaci¨®n y para el p¨²blico. Un repaso a las bondades y virtudes de ese gesto, sin que sea una apelaci¨®n a la frivolidad.
La risa no deja de ser una leg¨ªtima defensa ejercida desde la precariedad del arte
La solemnidad no es siempre una buena invitada del arte. Suele traer consigo unas alforjas demasiado pesadas; lastres que concentran el peso tr¨¢gico del mundo. Injusticias y guerras, privilegios y desigualdades, riquezas y miserias son temas que, ciertamente, admiten pocas alegr¨ªas y componen la esencia misma de los proyectos art¨ªsticos. Pero tambi¨¦n los contaminan con sus causas y se expanden sobre ellos con la corrosi¨®n de un virus. Crean el peligro de que el artista acabe, ante tales problemas, como "el ni?o del espejo" y repita, con la mano cambiada, todos y cada uno de esos vicios tan propios de los poderes que detesta.
Es por eso que, m¨¢s de un creador, se siente llamado de vez en cuando a cambiar el registro, despojarse de la seriedad del drama y desplazarse, en direcci¨®n contraria, mediante la risa y el sarcasmo. Ese deslizamiento no es nuevo. Todos tenemos presente al Duchamp del urinario o el bigote en la Gioconda. Sin embargo, desde mucho antes los creadores se sintieron confortables en las zonas c¨®micas del arte. De ello da buena cuenta un libro reciente de Jos¨¦ Emilio Buruc¨²a: La imagen y la risa (Perif¨¦rica). All¨ª recorre esa sonora tradici¨®n de los primeros modernos, en la que las carcajadas acompa?aban a los grabados de Fran?oise Langlois, Nielo Nelli, Louis Richer, Iaspar Isaac, Lagniet, Pierre Bertrand o Jean de Gourmont. Tanto Buruc¨²a como Emilio Temprano, en El arte de la risa (Seix Barral), persiguen el rastro entre Giordano Bruno y Aby Warburg, Rabelais y Carlo Ginzburg, Cicerone y Hobbes, Goethe y Arthur Koestler. Para ¨¦stos y otros, la risa responde a motivos de todo tipo: pol¨ªticos o anat¨®micos, cultivados o primitivos, fisiol¨®gicos o culturales, ¨¦ticos o est¨¦ticos. En esa l¨ªnea, cuando la revista Exit dedic¨® un n¨²mero al tema, el editorial de Rosa Olivares catalog¨® a Erwin Wurm, Teun Hocks, Maurizio Cattelan, Sarah Lucas, los hermanos Chapman, Karen Knorr, Pedro G. Romero, Martin Parr o Miguel Calder¨®n como artistas que r¨ªen, si bien cada cual con distinta intensidad, sofisticaci¨®n o eficacia.
Bien mirada, la risa no deja de ser una leg¨ªtima defensa ejercida desde la precariedad del arte. Como si al atribuido car¨¢cter risible de las propuestas art¨ªsticas los creadores respondieran con la reafirmaci¨®n del car¨¢cter art¨ªstico de la risa.
Si en la tragedia, tal como lo percibi¨® Oscar Wilde, se da la situaci¨®n de que "lloramos, pero salimos ilesos"; en la comedia, por el contrario, y bajo la ilusi¨®n de una diversi¨®n, nuestras lesiones pueden ser m¨¢s rotundas e irreversibles.
Redenci¨®n y resistencia, agresividad y defensa, la risa del arte explota adem¨¢s la pol¨ªtica de la disoluci¨®n a trav¨¦s de eso que Slavoj Zizek ha reivindicado como "las met¨¢stasis del goce".
Est¨¢ claro que la risa brota de un cierto manique¨ªsmo, y que ¨¦ste provoca, seg¨²n el caso, la alineaci¨®n necesaria para la burla -el bien y el mal, el gordo y el flaco, el rico y el pobre, el civilizado y el b¨¢rbaro-. Esa asimetr¨ªa es el motivo de que algunos estrategas hayan terminado engullidos por el escarnio de los artistas. As¨ª, buena parte de los artistas de la llamada "otredad", se re¨ªan de los mitos ex¨®ticos con los que el multiculturalismo biempensante los inclu¨ªa en sus discursos. Como algunos artistas del mundo ex comunista, que emplearon la comicidad para digerir las noticias de su reci¨¦n estrenada democracia liberal. Antiguos enemigos del estalinismo, como Milan Kundera, Komar y Melamid, Frank Thiel, Boris Mikhailov o Ilya Kabakov, sacaron a relucir una socarrona "risa del Este", para paliar su desconcierto ante las nuevas realidades.
Como han visto tan bien Chaplin, Buster Keaton, los hermanos Marx o Peter Sellers, hay un punto culminante en el momento que el arte se r¨ªe de s¨ª mismo. Y no s¨®lo por la dosis de autocr¨ªtica o supuesta humildad que esto contenga, sino porque ese ejercicio no es m¨¢s que una forma de conseguir un pasaporte para pasar la frontera y, acto seguido, re¨ªrse de los otros sin la necesidad p¨²dica de cubrirse las espaldas. La risa del arte sobre s¨ª mismo aparece, entonces, como el primer paso para abordar m¨¢s tarde la demolici¨®n de todo lo dem¨¢s. Puesto que muchas veces se vale de f¨®rmulas que no pueden repetirse (perder¨ªan su efectividad), hay en lo c¨®mico algo ef¨ªmero y evanescente; un estado de excepci¨®n. En la risa, como en el carnaval, tiene lugar fugazmente lo que Mija¨ªl Bajt¨ªn entend¨ªa como el mundo al rev¨¦s. Y, como el carnaval, la risa tiene la virtud (y el problema) de canalizar a violencia.
Pero est¨¢ claro que la vida no es siempre un carnaval y que la propia imagen del artista se nos presenta a menudo como torturada y terrible. El cine mismo ha sido propenso a esta visi¨®n casi melodram¨¢tica. Ah¨ª tenemos al Van Gogh de Kirk Douglas, al Jackson Pollock de Ed Harris, el Francis Bacon de Derek Jacobi o el Jean-Michel Basquiat de Jeffrey Wrigth. Seres atormentados, devastados por adicciones varias, enmarcados en la categor¨ªa heroica del genio. A menudo no son due?os de su destino, como el personaje de Julio Cort¨¢zar en El perseguidor, esa formidable construcci¨®n de Charlie Parker, en la que el artista, ¨¦l y s¨®lo ¨¦l, sabe los l¨ªmites que todav¨ªa no ha explorado y vive bajo la angustia de un d¨¦ficit creativo que no est¨¢ a la vista de sus admiradores pero que ¨¦l s¨ª puede calibrar.
No se trata, pues, de entender la risa como una apelaci¨®n a la frivolidad. A¨²n m¨¢s, es factible en nuestros d¨ªas un paralelismo con esos primeros modernos de La imagen y la risa. En nuestro presente, como en aqu¨¦l de la modernidad temprana que investig¨® Buruc¨²a, "ante el hombre de guerra que nos amenaza y nos infunde miedo", lo c¨®mico puede afianzarnos como sujetos para restaurar "nuestra alianza con el mundo".
Ahora mismo, muchos de los que trabajamos en eso que una vez se llam¨® el sistema del arte coincidiremos en una feria. Miles de metros donde se cruzar¨¢n los alternativos y los mecenas, la casa real y la vida irreal, las buenas causas y los ministros, la protesta por la guerra y los negocios, las ventas y las decepciones. Kil¨®metros de vanidad -"sin bambas, mal asunto", ha certificado un colega mordaz- donde agradeceremos que se escuche tambi¨¦n, cruda y estent¨®rea, la carcajada del arte.
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