Nenik¨¦kamen!
Seg¨²n EL PA?S del 13-IX-06, Dan Bartlett, asesor de la Casa Blanca, acababa de decir: "Todo se debe encaminar a un solo objetivo: la victoria en Irak". Se podr¨ªa demostrar hasta qu¨¦ punto es falso que el ej¨¦rcito sea un instrumento; no lo ha sido nunca, y uno de los argumentos est¨¢ en el hecho de que la victoria sea primordialmente, y con gran diferencia, un fin para el ej¨¦rcito mismo; cualesquiera otros fines alegados, aun de buena fe, para la guerra, se dejar¨¢n de lado con tal de que el ej¨¦rcito consiga el suyo: la victoria. Que el presidente haya lanzado ahora el eslogan de "una estrategia de victoria" debe de ser porque sabe que para recobrar el favor de los americanos hay que remontar el que a ese pueblo de "winners" el n¨²mero de muertos estuviese empezando a olerle ya a derrota. Pero el presidente arriesga mucho en esta ¨²ltima jugada, si tenemos en cuenta que la ¨ªndole esencial de la victoria connota un componente simb¨®lico imposible de eludir; certeramente lo dec¨ªa mi malogrado amigo don Jacinto Batalla y Valbellido: "Lo que hace victoria a una victoria no es el hecho, sino la noticia".
Un proceso de paulatina reducci¨®n de los entrecruzados conflictos iraqu¨ªes, aun en el improbable supuesto de que se lograra, carecer¨ªa del car¨¢cter de notificabilidad capaz de euforizar y embanderar esa mala pasi¨®n de borrachos de aguardiente de alcohol de quemar que es el patriotismo, con su "lujuria por los bombardeos en masa", que dec¨ªa Susan Sontag. El paradigma de la victoria sigue siendo el de la cl¨¢sica batalla campal, que coronaba de sangre y de gloria un d¨ªa singular -"jornada" la llamaban los cronistas castellanos- y dejaba clavada "en la historia" una fecha memorable. Si el ej¨¦rcito lograse en Irak algo al menos an¨¢logo a esto, algo que acabase cuajando en un momento preciso en que se pudiese decir "?Hemos ganado!" ("Nenik¨¦kamen!", en la lengua del corredor de Marat¨®n), sin necesidad de que marcase el fin de la guerra, pero con las dimensiones requeridas, que no son otras que las de las letras de tama?o mayor de los titulares de primera plana y a seis columnas de los grandes rotativos, ya ver¨ªamos la actual impopularidad del presidente espectacularmente invertida de un d¨ªa para otro en un clamoroso "landslide", saludado por una delirante explosi¨®n de orgullo americano. Que algo espectacular quiere intentarse, tras el env¨ªo de los 21.500 hombres de refuerzo, lo hacen sospechar ciertas noticias, como la de EL PA?S del 5-II-07: "... el coronel Doug Heckman se?al¨® que EE UU pondr¨¢ en marcha 'pronto' una campa?a para estabilizar Bagdad y la ofensiva contra los militantes ser¨¢ de una escala jam¨¢s vista en estos cuatro a?os de ocupaci¨®n. 'Ser¨¢ una operaci¨®n nunca vista en la ciudad', subray¨® el coronel".
A esto se sacrificar¨ªan probablemente otros supuestos fines, entre ellos, el tantas veces repetido de que las fuerzas iraqu¨ªes puedan llegar a valerse por s¨ª mismas; respecto de lo cual el presidente no se ha recatado en la desverg¨¹enza de amonestar a Nuri al Maliki, dici¨¦ndole que "la paciencia de los Estados Unidos es limitada" (Abc, 26-X-06), como recrimin¨¢ndole de que no se emplee a fondo con las fuerzas armadas que tiene a su disposici¨®n. Pero todos sabemos c¨®mo todo encuentro m¨¢s o menos intenso entre cualesquiera facciones iraqu¨ªes se ha resuelto al final con bombardeos, de helic¨®ptero o de avi¨®n, o ca?oneo de tanques, todo ello armamento americano, del que no est¨¢n dotadas las fuerzas iraqu¨ªes. ?ltimamente ha habido incluso quejas por parte del gobierno de Al Maliki, apelando precisamente al hecho de que mientras, por una parte, se le exige m¨¢s empe?o y m¨¢s esfuerzo en valerse por s¨ª mismo, por la otra, se retrasa cada vez la provisi¨®n de armamento y otros medios de guerra hace ya tiempo prometidos. Se dice que los americanos no acaban de fiarse de los iraqu¨ªes para dotarlos de un instrumental de muerte que podr¨ªa acabar en manos que lo volviesen contra los propios proveedores, lo cual, a juzgar por las cosas que se dicen, no parece infundado.
Por su parte, el Partido Dem¨®crata, hoy ya mayoritario en las dos C¨¢maras, tampoco parece que tenga nada que hacer, si tenemos en cuenta hasta qu¨¦ punto la sacrosanta y conminatoria religi¨®n nacional del patriotismo ejerce permanentemente su extorsi¨®n desde la propia base electoral. Y, por si no bastara, el presidente mismo se ha cuidado de atizar esa extorsi¨®n, potenci¨¢ndola con la que he dado en llamar la "doctrina Jeremy Moore" (este general brit¨¢nico, vencedor de la Guerra de las Malvinas, dijo: "Ahora las Falkland son nuestras porque las hemos pagado
[cursiva m¨ªa] con vidas de j¨®venes brit¨¢nicos; todo intento de cuestionar este derecho es, sin m¨¢s, una ofensa a los muertos"), consistente, como se ve, en el principio de capitalizaci¨®n moral y hasta jur¨ªdica de los muertos. El presidente Bush, al esgrimirla contra cualquier opci¨®n de retirarse de Irak antes de "haber cumplido la misi¨®n" (EL PA?S, 22-X-06), ha sido aun m¨¢s expl¨ªcito: "... irnos deshonrar¨ªa a los hombres y mujeres que han dado sus vidas all¨ª, significar¨ªa que su sacrificio ha sido en vano". El populismo de esgrimir en sus alocuciones dirigidas al pueblo americano el honor de los muertos le permite, as¨ª pues, al presidente hacer rentables las vidas de los combatientes como instrumento de extorsi¨®n indirecta ("indirecta", puesto que se tramita a trav¨¦s del electorado) de los senadores o los representantes, que, por temor a la reprobaci¨®n de sus propios electores, no le pondr¨¢n muchas trabas para seguir su guerra.
La patria, nacida en el antagonismo y la victoria ("la violencia creadora de derecho" de Walter Benjamin), se perpet¨²a bajo un signo de amenaza; los sucesivos hijos de la patria, engendrados en el seno del acatamiento de aquel derecho originario, tienen cong¨¦nita la condici¨®n de vencedores y se reputan por legitimados para conminar a los que desacatan: "Vae uictis!". As¨ª se forma la tacha de "antipatriotismo" como un estigma socialmente execrable, que los trances de guerra, al remedar su origen, exasperan y agigantan. Cualquier palabra m¨ªnimamente atenuante sobre el enemigo provoca la cl¨¢sica, amenazadora, pregunta: "Oye, ?t¨² de qu¨¦ lado est¨¢s?". No digo ya el pacifismo, sino cualquier tendencia hacia lo que hoy se designa como "apaciguamiento" es una ofensa a los muertos, porque intercepta el odio al enemigo. He dado a este fen¨®meno el nombre de "escatologizaci¨®n de los antagonismos". "Escatologizar" significa llevar hasta el fin, hasta ell¨ªmite (y "m¨¢s all¨¢ del l¨ªmite", si nos atenemos a la certera observaci¨®n de Hegel: "pensar el l¨ªmite es traspasarlo"); la resonancia teol¨®gica no es inoportuna, ni tan siquiera metaf¨®rica, dado el halo religioso que envuelve las reuniones de la Casa Blanca, y aun la propia guerra de agresi¨®n a Afganist¨¢n y a Irak; "Faith-Based War" la llama el comentarista Garry Wills; y el propio presidente Bush consagr¨® sus haza?as con estas palabras: "Ha llegado el Juicio Final para los terroristas".
Una carta recuadrada del Abc del 15 de enero, titulada "?No queremos paz, sino victoria!", se lamenta del triste destino de la palabra "paz" -"tan hermosa", "tan profundamente cristiana"-, por haberse visto "manipulada, manoseada", casi "prostituida" por la "hipocres¨ªa" de los colectivos pacifistas a ra¨ªz del "desplome del Muro de Berl¨ªn". "Con un lenguaje m¨¢s subliminal pero igualmente falso", la misma palabra "paz" habr¨ªa sido de alg¨²n modo c¨®mplice en que "la actitud mezquina y cobarde" de cierto sector de la opini¨®n p¨²blica occidental, especialmente europea, con el terrorismo islamista est¨¦ permitiendo "una especie de 's¨ªndrome de Estocolmo' en nuestra sociedad hasta l¨ªmites que resultan nauseabundos". Un tal proceso de envilecimiento y degeneraci¨®n de la palabra "paz" viene a hacer, finalmente, rechazable cualquier posible actitud que de alg¨²n modo, tan siquiera indirecto o meramente sospechoso, pueda arrimarse a la noci¨®n de paz en relaci¨®n con la ETA. Y a esto ven¨ªa la exclamaci¨®n del t¨ªtulo, con la oposici¨®n entre la paz y la victoria y la enf¨¢tica opci¨®n por la victoria, que ahora el texto explicita y corrobora: "Queremos la victoria del bien sobre el mal, del orden sobre el desorden, de la democracia sobre la dictadura separatista, de Espa?a sobre el terrorismo de cualquier signo". Y, m¨¢s abajo: "Esa es la paz que queremos. La paz que es consecuencia de la lucha. La verdadera paz que resulta de la leg¨ªtima victoria".
No digo que haya sido necesario que viniese de Am¨¦rica, con su reciente serie de conflictos, este aumento generalizado del rechazo y la exasperaci¨®n contra todo lo que de lejos pueda sonar a lo que hoy se designa como "apaciguamiento", pero s¨ª que me parece que la absolutizaci¨®n escatol¨®gica de la polaridad maniquea entre el Bien y el Mal, elevada de facto a la categor¨ªa de "universal real", puede muy bien ser reflejo de las febriles reuniones religioso-patri¨®ticas de las salas capitulares de la Casa Blanca. Una tan tenebrosa imagen del abismo entre los destinados a la bienaventuranza y los destinados a la condenaci¨®n como la que est¨¢ detr¨¢s de esta especie de neomanique¨ªsmo americano es mucho m¨¢s propia de las representaciones de ciertas sectas o iglesias reformadas que de las representaciones de la iglesia Romana. A pesar de lo cual -con una gran parte de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica aparentemente hundida en un preocupante s¨ªndrome de afasia- no faltan indicios, al menos en un sector de los cat¨®licos espa?oles -autoridades incluidas-, de que ya no ofrecen resistencia alguna al neooscurantismo religioso de Ultramar.
En La Raz¨®n del 18 de mayo del 2006, bajo un titular que dice: "Bl¨¢zquez indigna a las v¨ªctimas al pedirles que perdonen a sus verdugos", se cuenta c¨®mo monse?or Bl¨¢zquez, obispo de Bilbao, con una prudencia o hasta una timidez rayana en la disculpa, avanz¨® unas palabras que aspiraban a ser conciliatorias y que terminaban expresando el deseo de "que se pida perd¨®n, que se ofrezca y se reciba, para que se pueda llegar a una reconciliaci¨®n". A estas palabras podr¨ªa ciertamente reproch¨¢rseles la indigencia de no apartarse un soplo de las rutinarias inercias del p¨²lpito, pero, para enorme sorpresa y estupefacci¨®n de lo que uno habr¨ªa esperado, fueron incriminadas justamente por todo lo contrario: por ofender los o¨ªdos de los fieles como una escandalosa novedad, que hasta rozaba tal vez la heterodoxia. A algo aproximadamente as¨ª debieron de sonarle por lo menos al se?or Miquel Buesa, presidente del Foro Ermua, por cuanto se mostr¨® partidario de que monse?or Bl¨¢zquez estudiase su renuncia como obispo de Bilbao y como presidente de la Conferencia Episcopal, ya que sus palabras "le descalificaban totalmente como pastor de almas" y sus planteamientos sobre la cuesti¨®n terrorista difer¨ªan "bastante" de lo que piensan los cat¨®licos.
Por su parte, el arzobispo de Toledo y Cardenal Primado, monse?or don Antonio Ca?izares, en una entrevista de El Mundo del 10 de julio del 2006, tambi¨¦n defiende el perd¨®n: "El perd¨®n est¨¢ en la entra?a de la fe cristiana. Jesucristo perdon¨® en la cruz, dijo 'perd¨®nales, porque no saben lo que hacen' y siempre estuvo dispuesto a perdonar. Pero el perd¨®n reclama arrepentimiento. ETA debe admitir no s¨®lo que se ha equivocado, sino que ha hecho un grav¨ªsimo da?o". Pero aqu¨ª el se?or Arzobispo incurre en un lapsus de contradicci¨®n con la letra de las Sagradas Escrituras; en efecto, si el perd¨®n "reclama arrepentimiento", si la ETA "debe admitir" su equivocaci¨®n y el grav¨ªsimo da?o que ha hecho, para obtener perd¨®n, este perd¨®n condicionado ya no es el de Cristo en la cruz -"Perd¨®nales, Se?or, porque no saben lo que hacen"-, porque s¨®lo se les otorga a los que "saben lo que han hecho", y adem¨¢s, tal como implica el arrepentimiento, lo reconocen como mal. Aqu¨ª tambi¨¦n parece que los vientos de Ultramar han llegado a soplarle al arzobispo de Toledo la doctrina de la absolutizaci¨®n escatol¨®gica de los antagonismos hoy renaciente en ciertas sectas o iglesias reformadas. Tal influencia podr¨ªa estar corroborada por el hecho de que nuestro buen Arzobispo de Toledo parezca incluso compartir con el propio presidente Bush, ya sea la doctrina Mej¨ªa-V¨ªctores, ya la Jeremy Moore. La primera ya la enunci¨¦ otra vez en otro texto: el general guatemalteco ?scar Arnulfo Mej¨ªa-V¨ªctores, elevado hace a?os a jefe del Gobierno y preguntado si pensaba negociar con la guerrilla, dijo: "Quien negocia pierde"; la segunda es la ya mencionada m¨¢s arriba, que postula la capitalizaci¨®n moral de los muertos, lo que s¨®lo en t¨¦rminos de victoria alcanza su criterio y expresi¨®n. Recogiendo, as¨ª pues, el Arzobispo, en la misma entrevista (de El Mundo, 10-VII-06), la referencia del entrevistador a la equiparaci¨®n bastante difundida entre "parlamentar" y "claudicar" o entre "negociaci¨®n" y "rendici¨®n", no se para en matices y profiere directamente estas palabras: "Rendirse es perverso, y por eso a ETA hay que derrotarla. Las v¨ªctimas no pueden plantearse la duda de que tantos muertos no han servido de nada si al final los terroristas logran su prop¨®sito". Y aqu¨ª conviene detenerse un momento en se?alar y remediar otra muy comprensible -dado el ambiente forestal en que se mueve esta cuesti¨®n- distracci¨®n del Arzobispo, pues la correlaci¨®n entre las partes se le entrecruza de manera equ¨ªvoca: los prop¨®sitos para cuyo logro se pretende que las v¨ªctimas sean de alguna utilidad no pueden ser m¨¢s que los prop¨®sitos de los que las hacen, o sea de los etarras. Si las v¨ªctimas son, por tanto, producidas por los propios terroristas para servir a sus prop¨®sitos, el deseo del victimato tendr¨ªa que ser precisamente el de que las v¨ªctimas no hayan servido para nada, lo que, de un modo m¨¢s expl¨ªcito, equivale a decir que no les hayan servido a los terroristas para avanzar en sus prop¨®sitos o fines. Pero no puede haber ning¨²n razonamiento que no sea una enramada de pura logomaquia capaz de hacer id¨¦ntica o siquiera equivalente la inutilidad de las v¨ªctimas para los fines de la ETA en utilidad alguna para nadie. En todo caso, aunque mal puede haber ninguna gana para ello, cabr¨ªa congratularse de que al menos hayan tenido la fortuna de no haber servido para nada.
Rafael S¨¢nchez Ferlosio es escritor.
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