Dos generaciones, dos maestros, 88 teclas
EL PA?S entrega ma?ana 'Finest hour', de Bill Evans, y el viernes, 'Jazz master', de Chick Corea, por 4,95 euros cada uno
Es dif¨ªcil exagerar la importancia de Bill Evans. Todos los que han levantado la tapa de un piano con intenciones jazz¨ªsticas tras su irrupci¨®n en la escena a finales de los cincuenta notan por fuerza su enorme sombra, esa silueta ic¨®nica (las gafas de pasta, el pelo engominado, las chaquetas de tweed) proyectada sobre las teclas negras y blancas.
Su incontenible lirismo, que part¨ªa en Debussy, terminaba en ¨¦l mismo y nunca son¨® relamido. Esa capacidad de compenetraci¨®n musical, el alma de los tr¨ªos que lider¨®, y muy especialmente de aquel de Scott La Faro y Paul Motian con el que lleg¨® a la c¨²spide un domingo de 1961 en el Village Vanguard. Y tambi¨¦n, claro, la timidez destructiva que combati¨® con sus adicciones (hero¨ªna y coca¨ªna, por este orden) y camuflaba con una coraza de modestia.
Los temas recogidos en Finest hour (disco-libro que se entrega ma?ana con EL PA?S, por 4,95 euros) no escatiman en nada de esto. Grabados en su mayor parte entre 1963 y 1970, durante el contrato del pianista con el sello Verve, repasan los a?os que siguieron al precoz reconocimiento de su figura -en la portada del segundo disco como l¨ªder de Evans, gigantes del jazz, como Ahmad Jamal, Cannonball Adderley o George Shearing, ya se rend¨ªan ante su genio-, y a la colaboraci¨®n, corta pero inspiradora, con Miles Davis, a cuyo cargo toc¨® en el cl¨¢sico de Columbia Kind of blue, tantas veces citado como el mejor ¨¢lbum del de la historia del jazz.
Fueron tiempos en los que Evans (1929-1980) goz¨® de un ¨¦xito art¨ªstico y comercial tras otro. En los que desarroll¨® el arte de sus inigualables tr¨ªos y explor¨® nuevas formas de expresi¨®n como el mismo piano el¨¦ctrico que lo podr¨ªa todo en la d¨¦cada de los setenta, el Fender Rhodes, y t¨¦cnicas como la regrabaci¨®n de su piano, que us¨® en su delicado ¨¢lbum Conversations with myself. A aquellas conversaciones consigo mismo pertenece precisamente la canci¨®n que abre el disco, una versi¨®n del tema de amor de la banda sonora de la pel¨ªcula Espartaco, de Alex North. Una invitaci¨®n ensimismada para los amantes de los subtextos para seguir las desgracias que en aquella d¨¦cada asolaron su vida: las drogas, la muerte de los c¨®mplices musicales (Scott La Faro, excepcional bajista), las curas de desintoxicaci¨®n y, finalmente, el suicidio en 1970 de Ellaine, su amante de entonces, que se arroj¨® a las v¨ªas del metro.
La historia que cuenta Jazz master (que se entrega del viernes, tambi¨¦n por 4,95 euros) parte m¨¢s o menos donde termina el relato anterior. Chick Corea, nacido Amando Anthony Corea, en 1941, y a¨²n en activo, era a principios de los setenta un orgulloso pianista con ideas propias, as¨ª como un disc¨ªpulo aventajado de Bill Evans, con quien comparti¨® maestro, Miles Davis, aunque con 10 a?os de diferencia.
Corea se sum¨® y fue parte activa a finales de los sesenta de la revoluci¨®n comenzada por los grupos de Davis con In a silent way (primero y m¨¢s calmosamente), y de un modo mucho m¨¢s rabioso y despu¨¦s con Bitches brew. Dos discos que marcaron el comienzo de la electrificaci¨®n de los instrumentos, la g¨¦nesis del jazz rock y las fusiones venideras y la decisi¨®n de muchos aficionados de abandonar el tren dado el cariz comercial y ruidoso que adquirieron de las cosas.
Aquellas ense?anzas fueron aplicadas con fervor por Chick Corea al fundar el influyente grupo Return To Forever, compuesto por un colectivo cambiante que casi siempre incluy¨® al bajista el¨¦ctrico Stanley Clarke, la maravillosa cantante brasile?a Flora Purim y su marido de entonces, el percusionista Airto Moreira.
Juntos firmaron brillantes p¨¢ginas en el inicio de la fusi¨®n. De una altura tal que 30 a?os despu¨¦s sigue resultando una m¨²sica estimulante. Que sorprendentemente no suena datada pese a que algunos de aquellos ¨¢lbumes se dedicaran a L. Ron Hubbard (fundador de la cienciolog¨ªa y gran amigo de Corea a¨²n hoy) y contuviesen canciones con t¨ªtulos como Himno a la s¨¦ptima galaxia e instrumentos tan de la ¨¦poca como palo de agua.
La colecci¨®n se completa con otros proyectos de Corea de los setenta (la f¨®rmula de Return to forever dej¨® de ser verdaderamente relevante a mediados de la d¨¦cada). Entre ellos, la curiosa excursi¨®n del pianista hacia las ra¨ªces latinas, que titul¨® My Spanish heart.
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