Sin fe, ni fu ni fa
A menudo, las indignaciones o esc¨¢ndalos de nuestra sociedad recuerdan bastante a los caprichos apasionados de la multitud en el circo romano. Por ejemplo, el pataleo suscitado porque una agraciada se?ora que se presenta a un concurso de belleza (ocasi¨®n paradigm¨¢ticamente machista) sea tratada, oh sorpresa, de modo paradigm¨¢ticamente machista al discriminarla por su maternidad. Eso es como ir al campo de f¨²tbol y luego protestar ante el griter¨ªo porque levanta dolor de cabeza (no quiero dar ideas pero ?acaso los propensos a la jaqueca no tienen derecho a frecuentar los estadios? Interesante problema jur¨ªdico). De parecido tenor me parece -dejando aparte pormenores del derecho laboral que conozco poco- la irritaci¨®n suscitada porque el obispo correspondiente haya cesado a una profesora de religi¨®n que convive con quien quiere y como quiere. Precisamente la doctrina que ella est¨¢ profesionalmente obligada a ense?ar proh¨ªbe tal libertad de costumbres. De hecho, la Iglesia para cuya propaganda ha sido elegida -a costes pagados por el Estado, eso s¨ª- ha tenido a lo largo de los siglos y a¨²n quisiera retener dentro de lo posible el ordenamiento por medio de premios y castigos (algunos sobrenaturales y otros no tanto) de la vida privada de los ciudadanos. No puede por tanto extra?ar que trate al menos de controlar a quienes hablan en su nombre y seg¨²n su nombramiento, ya que el resto de la sociedad parece estar cada vez menos por la labor. Ser¨ªa sorprendente que los obispos eligieran para transmitir su reglamento teocr¨¢tico a los j¨®venes a quienes tienen ideas parecidas a las de los j¨®venes y no a las suyas.
El caso suscita interesantes reflexiones sobre la evidente impropiedad de mantener una asignatura confesional -sea obligatoria, voluntaria o mediopensionista- en la ense?anza p¨²blica. En un art¨ªculo aparecido como es l¨®gico en Abc ("Profesores de religi¨®n", 24-2-2007), Juan Manuel de Prada compara el caso de la profesora expulsada con el de un militar que, tras haberse graduado en la academia con calificaciones sobresalientes, se negara a ir al campo de batalla alegando convicciones pacifistas. Seg¨²n Prada, nadie se escandalizar¨ªa de que fuese destituido puesto que "profesar la milicia y negarse a empu?ar un arma son circunstancias incompatibles". En este ¨²ltimo punto, desde luego, es imposible no estar de acuerdo con ¨¦l. Pero el s¨ªmil plantea cuestiones inquietantes. A ning¨²n profesor de geograf¨ªa se le puede echar de su plaza por ser remiso a viajar, a ning¨²n profesor de literatura se le cesa por preferir leer El C¨®digo da Vinci a En busca del tiempo perdido y ni siquiera son privados de su doctorado tantos m¨¦dicos destacados que fuman, beben y perjudican alegremente su salud como si la ministra Elena Salgado no hubiera venido jam¨¢s a nublar nuestras vidas. En cambio, a la profesora de religi¨®n amancebada -perdonen el t¨¦rmino anticuado, tan barojiano- se la pone de patitas en la calle... sin que el Tribunal Constitucional logre presentar objeci¨®n v¨¢lida. ?C¨®mo puede ser eso? Pues lo explica Prada muy clarito: "Siendo la asignatura de religi¨®n de naturaleza confesional, nada parece m¨¢s justo que exigir a quienes la transmiten una coherencia entre las ense?anzas que transmiten y su testimonio vital, (...) que exigir a los docentes que prediquen con el ejemplo y profesen efectivamente y no s¨®lo de boquilla la fe que se disponen a transmitir". Sigue teniendo raz¨®n desde su perspectiva, aunque precisamente sea esa perspectiva la que nos plantea problemas a quienes deseamos una educaci¨®n p¨²blica digna de tal nombre y por tanto inevitablemente laica.
Veamos: para empezar hay que hablar con propiedad. No estamos refiri¨¦ndonos a los profesores de religi¨®n en abstracto, de historia de las religiones o de creencias religiosas comparadas, ni siquiera a docentes que ense?en los principios del cristianismo y sus m¨²ltiples variedades instituidas, sino a personas designadas por las autoridades eclesi¨¢sticas para impartir doctrina cat¨®lica con m¨¢s o menos adornos. No es una asignatura relacionada con el conocimiento sino con la devoci¨®n. De ah¨ª que -a diferencia de lo que ocurre en las materias de sustancia cient¨ªfica- se pida militancia a quienes la imparten, como bien subraya Juan Manuel de Prada: los profesores de catolicismo deben ser mitad monjes y mitad soldados, para utilizar otra expresi¨®n anta?ona. Lo que importa no es la autenticidad de lo ense?ado (me temo que bastante discutible) sino la autenticidad de la fe con que se ense?a. Se trata no de saber sino de creer o de aprender lo que hay que creer y a qu¨¦ principios se debe obediencia. Es la fe quien mueve toda esta monta?a pedag¨®gica. De aqu¨ª tambi¨¦n la dificultad intr¨ªnseca de evaluar semejante materia como las dem¨¢s. Para ser rigurosos y coherentes con lo que se exige a los docentes, deber¨ªan puntuarse las buenas obras de los alumnos y su entrega piadosa al culto divino, no las respuestas a ning¨²n tipo de cuestionario. Lospecados veniales restar¨ªan puntos y tres pecados mortales -por ejemplo- podr¨ªan bastar para suspender el curso. En esta asignatura no deber¨ªa haber otros ex¨¢menes que los ex¨¢menes de conciencia...
Hay que reconocer que todo esto suena bastante raro, pero por lo visto es lo que dispone el Concordato firmado con la Santa Sede. Supongo que por eso la sentencia del Tribunal Constitucional establece que "si la impartici¨®n en los centros educativos de una determinada ense?anza religiosa pudiera eventualmente resultar contraria a la Constituci¨®n, ya fuere por los contenidos de dicha ense?anza o por los requisitos exigidos a las personas encargadas de impartirla, lo que habr¨ªa de cuestionarse es el acuerdo en virtud del cual la ense?anza religiosa se imparte, no la forma elegida para instrumentarlo". En efecto, es ese acuerdo lo que urge revisar (por cierto, se firm¨® en el a?o 1979 -como una herencia de la ¨¦poca franquista que por entonces m¨¢s val¨ªa no meterse a discutir- y seg¨²n creo s¨®lo por tres a?os). Porque resulta por lo menos inusual que una materia figure en el programa de bachillerato no por decisi¨®n libre de las autoridades educativas sino como concesi¨®n a una entidad for¨¢nea. Adem¨¢s, ?qu¨¦ consideraci¨®n institucional merece la Santa Sede? Si se trata de una autoridad eclesi¨¢stica, la cabeza de la Iglesia Cat¨®lica, ?por qu¨¦ debe mantener con ella nuestro Estado no confesional un tratado especial y comprometedor? Si se trata de un Estado extranjero con todas las de la ley, es hora de recordar que en ¨¦l no se respetan derechos fundamentales en lo tocante a la libertad religiosa, igualdad de sexos para acceder a cargos p¨²blicos, etc... En una palabra, es una teocracia al modo de Arabia Saud¨ª y no parece por tanto la influencia m¨¢s deseable en el plan de estudios de un pa¨ªs democr¨¢tico. Ese Concordato venido del franquismo concuerda muy mal con nuestras instituciones actuales y muchos cat¨®licos lo reconocen abiertamente as¨ª. Aqu¨ª y no en otra parte est¨¢ el verdadero problema y el aut¨¦ntico esc¨¢ndalo.
El adoctrinamiento confesional, sea cat¨®lico, protestante, musulm¨¢n, jud¨ªo o lo que se quiera, no ha de tener lugar en la ense?anza p¨²blica, ni como asignatura opcional pero pagada por el erario p¨²blico ni mucho menos como obligatoria. Defender as¨ª el laicismo indispensable para el funcionamiento democr¨¢tico no es un tema menor y hoy menos que nunca. Desde la ultramontana Polonia, pasando por B¨¦lgica, Italia o Espa?a y hasta la admirable Francia, ahora amenazada en el horizonte por las propuestas neointegristas de Sarkozy, es raro el pa¨ªs europeo que no padece conflictos con el regreso invasor de la mentalidad religiosa en el siempre vulnerable redil educativo. Entre nosotros, suele trivializarse el tema o convertirse en palestra partidista, en ambos casos al modo de la discusi¨®n sobre el nacionalismo. Para los pro-nacionalistas actuales, cualquier reivindicaci¨®n de la unidad de Espa?a como Estado de Derecho es "rancia"... como si los derechos hist¨®ricos impert¨¦rritos ante el paso de los siglos y la segregaci¨®n ¨¦tnica fuesen conquistas de la modernidad. Tambi¨¦n para los actuales abogados del clericalismo el laicismo es progresismo trasnochado y, seg¨²n Rouco Varela, el ate¨ªsmo resulta decimon¨®nico (por lo visto la transubstanciaci¨®n eucar¨ªstica y la resurrecci¨®n final de los muertos es lo que m¨¢s va a llevarse la pr¨®xima temporada). Otros pretenden que el laicismo es un perverso invento de Zapatero y sus adl¨¢teres, lo mismo que hay quien cree que denunciar el separatismo reaccionario (todos lo son) es una maniobra al servicio del PP o del tradicional fascismo hisp¨¢nico. Quiero pensar que la mayor¨ªa de este pa¨ªs -aunque desde luego la menos estent¨®rea- no vive pol¨ªticamente empobrecida por semejantes t¨®picos sectarios.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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