?Existe la vida eterna?
El fil¨®sofo Fernando Savater analiza en qu¨¦ consisten las creencias religiosas y su relaci¨®n con el af¨¢n de inmortalidad
Para reflexionar acerca del plan de este libro -del que entonces no ten¨ªa m¨¢s que el t¨ªtulo y algo as¨ª como la sombra de su argumento, una forma vaga y oscilante proyectada plat¨®nicamente sobre el fondo oscuro de mi caverna interior- fui aquella ma?ana c¨¢lida de octubre a mi rinc¨®n favorito de Londres, el jardincillo de Red Lyon Square, y me sent¨¦ en el banco m¨¢s alejado de la entrada, junto a la imagen tutelar del busto de Bertrand Russell. A mi derecha entreve¨ªa el edificio donde tiene su docta sede la South Place Ethical Society, un club de debate esc¨¦ptico y racionalista. De inmediato acudieron docenas de palomas, convencidas de que a esa hora y en tal lugar, un amable viejecito no pod¨ªa traer otro designio que echarles migas de pan. ?La fuerza de la ilusi¨®n, el exhorto de la creencia! Pero en este caso la ilusi¨®n no ten¨ªa porvenir y pronto se fueron, rumorosas y gremiales, hacia una se?ora a¨²n m¨¢s prometedora que acababa de sentarse en otro banco. Tambi¨¦n apareci¨® una ardilla, pero que no esperaba nada de m¨ª: atareada, segura de s¨ª misma, atend¨ªa sus m¨ªnimos negocios bajo el pedestal recoleto del fil¨®sofo. Me gusta mucho esa efigie de Russell, que le presenta con un aire juvenil y una mueca de gnomo travieso. Fue precisamente un libro suyo, Religi¨®n y ciencia, el primero que articul¨® te¨®ricamente los planteamientos esc¨¦pticos de mi temprana incredulidad juvenil. Lo guardo entre los incunables m¨¢s sobados de mi biblioteca, junto a Por qu¨¦ no soy cristiano, del mismo autor... Supongo que aun sin sus argumentos, la fe religiosa me habr¨ªa resultado igualmente imposible. Cuesti¨®n de car¨¢cter, quiz¨¢.
?C¨®mo puede ser que alguien crea de veras en Dios en todo el circo de lo sobrenatural? Hablo de quienes comparten la realidad tecnol¨®gica y virtual del siglo XXI
Tras Darwin, Nietzsche y Freud, despu¨¦s del avance cient¨ªfico de los ¨²ltimos 150 a?os, ?sigue habiendo creyentes en el Super Padre justiciero e infinito y en la resurrecci¨®n?
A finales del gran siglo de la ciencia contempor¨¢nea, los propios cient¨ªficos siguen siendo m¨¢s o menos tan "religiosos" como 80 a?os y miles de descubrimientos antes
Desde luego, Dios -es decir, los dioses, y sobre todo los creyentes- sigue (o siguen) ocupando la palestra, frente a la ilustraci¨®n racionalista en todas sus formas
Y as¨ª llego a la pregunta inicial a partir de la cual se ha orientado -con mayor o menor propiedad- el vagabundeo de las p¨¢ginas que siguen. Me la hice por primera vez hace m¨¢s de 40 a?os, cuando yo ten¨ªa en torno a los 14. La reafirm¨¦ luego a los 16 o 17, alentado por la lectura de los libros de Bertrand Russell. Me la reitero ahora, retrocediendo la moviola del tiempo, en esta ma?anita ins¨®litamente primaveral del oto?o londinense, mientras mi vecina de banco alimenta con profesionalidad a las insaciables palomas. ?C¨®mo puede ser que alguien crea de veras en Dios, en el m¨¢s all¨¢, en todo el circo de lo sobrenatural? Me refiero, naturalmente, a personas inteligentes, sinceras, de cuya capacidad y coraje mental no tengo ning¨²n derecho de dudar. Hablo sobre todo de contempor¨¢neos, de quienes comparten conmigo la realidad tecnol¨®gica y virtual del siglo XXI. Hubo otros hombres creyentes, pero fue en el pasado (estaci¨®n propicia a la fe, si se me permite parafrasear a Borges): Agust¨ªn de Hipona, Tom¨¢s de Aquino, Descartes, Isaac Newton, Kant... son pensadores de un talento que ni sue?o con igualar y creyeron en las cosas m¨¢s estupendamente inverificables. Sin embargo, quiz¨¢ les condicion¨® el clima cultural abrumadoramente religioso en que vivieron (?o no lo era ya tanto, en el caso de los ¨²ltimos citados?). Puede que sometieran su expresi¨®n intelectual al lenguaje de la ¨¦poca, puesto que nadie ni entonces ni ahora es totalmente capaz de saltar por encima de ella hacia la plataforma de lo desconocido... Pero ya en el siglo XX o en los albores del XXI, tras Darwin, Nietzsche y Freud, despu¨¦s del espectacular despliegue cient¨ªfico y t¨¦cnico de los ¨²ltimos 150 a?os, ahora, hoy... ?sigue habiendo creyentes en el Superpadre justiciero e infinito, en la resurrecci¨®n de los muertos y en la vida perdurable, am¨¦n? As¨ª nos lo dicen, as¨ª parece. En 1916, a comienzos del siglo m¨¢s pr¨®digo en descubrimientos que ha conocido la humanidad, se hizo una encuesta entre los m¨¢s destacados cient¨ªficos del mundo, centrada en la pregunta: "?Cree usted en Dios?". Aproximadamente el 40% respondi¨® afirmativamente. En 1996, dos profesores americanos -el historiador Edward Larson, de la Universidad de Georgia, y Larry Williams, de la Universidad de Maryland- repitieron el sondeo, prolongando la encuesta a lo largo de todo un a?o. El resultado fue el mismo: 40% de creyentes, 45% de ateos y un 15% de agn¨®sticos, el equivalente al "no sabe, no contesta" de otros casos. De modo que a finales del gran siglo de la ciencia contempor¨¢nea, los propios cient¨ªficos siguen siendo m¨¢s o menos tan religiosos como ochenta a?os y miles de descubrimientos cruciales antes.
Y no s¨®lo los cient¨ªficos, desde luego. En el terreno de la agitaci¨®n pol¨ªtica, la situaci¨®n es mucho m¨¢s alarmante. Hace quince a?os, Gilles Kepel public¨® La revancha de Dios, un libro en aquel momento pol¨¦mico y considerado casi provocativo que alertaba sobre el regreso de los radicalismos religiosos a la liza de las transformaciones pol¨ªticas y sociales en todo el mundo. Hoy, tras las llamadas a la yihad de ciertos l¨ªderes musulmanes, el auge de los teocons en la Administraci¨®n estadounidense, el terrorismo de Al Qaeda, la guerra de Afganist¨¢n, la invasi¨®n de Irak, el agravamiento del enfrentamiento entre monote¨ªsmos en Oriente Medio, el revival de la ortodoxia cat¨®lica por la influencia medi¨¢tica de Juan Pablo II, las manifestaciones dogm¨¢ticas en Espa?a contra la ley del matrimonio de homosexuales y la escuela laica, la crisis internacional por las caricaturas de Mahoma aparecidas en una revista danesa, etc¨¦tera, podemos asegurar que los pron¨®sticos de Kepel han triunfado en toda la l¨ªnea e incluso en bastantes casos se han quedado cortos. Para confirmarlo basta echar un vistazo al n¨²mero 16 de la edici¨®n espa?ola de la revista Foreign Policy (agosto-septiembre de 2006), que publica en su portada el titular "Dios vuelve a la pol¨ªtica", y en p¨¢ginas interiores, un reportaje significativamente titulado "Por qu¨¦ Dios est¨¢ ganando". Puede que sea exagerado augurar tal victoria, pero, desde luego, Dios -es decir, los dioses y, sobre todo, los creyentes- sigue (o siguen) ocupando la palestra, frente a la Ilustraci¨®n racionalista en todas sus formas y terrenos. La religi¨®n contin¨²a presente y a veces agresivamente presente, quiz¨¢ no m¨¢s que anta?o, pero, desde luego, no menos que casi siempre. La cuesti¨®n es: ?por qu¨¦? Es posible que esta m¨ªa sea una inquietud c¨¢ndida, adolescente. Seg¨²n parece, es la primera que suele asaltar a quien se acerca a las creencias religiosas digamos desde fuera. ?Por qu¨¦ tantos creen vigorosamente en lo invisible y lo improbable? Una primera respuesta tentativa, a mi entender poco convincente, es la que dan algunos pensadores llamados posmodernos. Seg¨²n ellos, lo que ha cambiado decisivamente es la propia cualidad de la fe. La noci¨®n misma de verdad se ha hecho relativa, ha perdido fuerza decisoria y absoluta: actualmente, la verdad depende de la interpretaci¨®n o la tradici¨®n cultural a partir de la cual se juzgan los acontecimientos de lo que antes se llam¨® con excesivo ¨¦nfasis la realidad.
Unamuno
Hoy sabemos ya que, en cierta manera relevante, cada uno "crea aquello en lo que cree" (como en su d¨ªa, por cierto y desde una orilla distinta, apunt¨® Miguel de Unamuno). De modo que tan anticuado es tratar de verificar los contenidos de la creencia como pretender intransigentemente refutarlos... Una cosa es creer en la electricidad o la energ¨ªa nuclear, y otra muy distinta, creer en la Virgen Mar¨ªa. Pertenecen a registros distintos en el campo de la fe y exigen apoyos diferentes para sustentarse, unos tomados del campo de la experiencia y el an¨¢lisis racional; los otros, de emociones o querencias sentimentales. La explicaci¨®n no me convence. Desde luego, estoy seguro de que existen campos sem¨¢nticos distintos y aun distantes en la aplicaci¨®n del t¨¦rmino verdad (me he ocupado del asunto en el cap¨ªtulo "Elegir la verdad" de mi libro El valor de elegir), pero no creo que encontremos en tal direcci¨®n la soluci¨®n de la perplejidad que aqu¨ª nos ocupa. Para empezar, descarto que la noci¨®n de verdad carezca en todos los casos de un referente directo y estable en la realidad: cierta forma primordial de verdad como adecuaci¨®n de lo que percibimos y concebimos con lo que existe independientemente de nosotros est¨¢ vinculada a la posibilidad misma de supervivencia de la especie humana. Hemos desarrollado capacidades sensoriales a lo largo de la evoluci¨®n y nuestros sentidos no sirven para inventarnos culturalmente realidades alternativas, sino, ante todo, para captar con la mayor exactitud posible la que hay. Si no me equivoco, la mayor¨ªa de los creyentes religiosos no consideran su fe como una forma po¨¦tica o metaf¨®rica de dar cuenta de sus emociones ante el misterioso universo y ante la vida (lo que podr¨ªa ser aceptado por cualquier persona intelectualmente sensible), sino como explicaciones efectivas y eficaces de lo que somos y de lo que podemos esperar. Cuando Juan Pablo II en su lecho de muerte dijo a los m¨¦dicos que le rodeaban: "Dejadme ir a la casa del Padre", quiero pensar que no ped¨ªa simplemente que le dejasen morir en paz, sino que expresaba su creencia en que -m¨¢s all¨¢ de la muerte- recuperar¨ªa alguna forma de consciencia de s¨ª mismo en una dimensi¨®n distinta pero tambi¨¦n real y probablemente m¨¢s placentera que sus dolores de agonizante. Del mismo modo, quienes creen en Dios y en lo sobrenatural sostienen visiones del mundo que aceptan como verdaderas en el sentido fuerte del t¨¦rmino: piensan que Dios es Alguien y hace cosas, no que se trata s¨®lo de una forma tradicional de suspirar y exclamar humanamente por las tribulaciones de este mundo.
De modo que debemos aceptar la creencia en Dios y el m¨¢s all¨¢ de otros aunque no la compartamos, y hay que tomarla en serio no como un residuo del pasado, sino como algo estable y fiable que llega desde nuestros or¨ªgenes culturales (sea cual fuere nuestra cultura) hasta hoy mismo. Las razones antropol¨®gicas, psicol¨®gicas e incluso ontol¨®gicas de esta fe ser¨¢n la primera pregunta en torno a la que merodear¨¢ este libro que aqu¨ª se inicia. Tendremos tambi¨¦n que preguntarnos por la estructura intelectual de las creencias religiosas y sus mecanismos (sociol¨®gicos, psicol¨®gicos) de fabricaci¨®n. ?Qu¨¦ garant¨ªas de veracidad ofrecen las religiones y c¨®mo pueden justificarse? Algunos c¨ªnicos coincidir¨¢n en que el ¨²nico secreto que sirve de peana a las creencias sobrenaturales es su utilidad social como calmante de las iras y desasosiegos populares. Famosamente, Marx dijo que "la religi¨®n es el opio del pueblo", y este dictamen ha sido repetido con populosa indignaci¨®n por muchos revolucionarios; pero tampoco han faltado ilustrados de ayer y conservadores de hoy (Voltaire puede ser a veces un ejemplo de los primeros, numerosos teocons actuales de los segundos) que comparten la opini¨®n de Marx con alivio, aunque no la vocean por prudente miramiento, y que sin duda estiman socialmente importante la religi¨®n por su car¨¢cter de insustituible estupefaciente. Sin abandonar el registro de la utilidad sociol¨®gica, destacados te¨®ricos siguen considerando las religiones como el mejor fundamento para los valores morales (pese a que las Iglesias que las organizan conceden a veces m¨¢s peso a cuestiones rituales que a la justicia o la libertad) y tambi¨¦n como el mejor suplemento de alma aunador capaz de aglutinar a los miembros de una colectividad (aunque en las naciones democr¨¢ticas actuales, pluralistas y multi¨¦tnicas, m¨¢s bien operen a veces como est¨ªmulo de enfrentamientos o bander¨ªas). En cualquier caso, o¨ªmos ahora con frecuencia recomendaciones discretas -casi me atrever¨ªa a decir tongue in cheek- de las versiones moderadas de las creencias tradicionales y de la piedad establecida como paliativos a la desestructuraci¨®n social y a la llamada "crisis de valores". Algo intentar¨¦ decir acerca de tan intrincadas cuestiones en p¨¢ginas venideras...
Pero hay otro aspecto del asunto que me interesa especialmente. Algunas de las cuestiones de las que se ocupan las doctrinas religiosas -el universo, el sentido de la vida, la muerte, la libertad, los valores morales, etc¨¦tera- son tambi¨¦n los temas tradicionales de la reflexi¨®n filos¨®fica. Por ejemplo, el fil¨®sofo franc¨¦s Luc Ferry establece: "A la pregunta ritual '?qu¨¦ es la filosof¨ªa?' desear¨ªa responder sencillamente as¨ª: un intento de asumir las cuestiones religiosas de un modo no religioso, o incluso antirreligioso". Y concreta un poco m¨¢s su postura: "La filosof¨ªa siempre se concibe como una ruptura con la actitud religiosa, en la forma de abordar y tratar las cuestiones que se plantea; pero al mismo tiempo conserva una continuidad menos visible, aunque tambi¨¦n crucial, con la religi¨®n en el sentido de que recibe de ella interrogantes que s¨®lo asume cuando ya han sido forjados en el espacio religioso". Algo no muy diferente me parece que sostiene Maximo Cacciari cuando, en una entrevista period¨ªstica, aun reconociendo que no es creyente ("no creo en ese acto de fe que resuena en el evangelio o en el juda¨ªsmo o en el islam... yo no puedo creer que el logos se haya hecho carne, que el crucifijo sea Dios, en eso no creo"), afirma que la figura que m¨¢s detesta es la del ateo, porque vive como si no hubiera Dios: "Lo detesto porque creo que en este ejercicio mental yo no puedo dejar de pensar en lo ¨²ltimo, en la cosa ¨²ltima, que el creyente y nuestra tradici¨®n metaf¨ªsica, filos¨®fica, teol¨®gica ha llamado Dios. Es lo que dec¨ªa Heidegger: 'Ateo es el que no piensa'. El que hace algo y punto, termina su tarea sin interrogarse sobre lo ¨²ltimo. Pueden ser muy inteligentes, pero pensar es, a fin de cuentas, pensar en lo ¨²ltimo". (Entrevista publicada por EL PA?S, 30 de octubre de 2005). No me parece demasiado justificada la santa c¨®lera de Cacciari contra los ateos, porque al menos algunos de ¨¦stos tambi¨¦n se dedican a pensar en lo ¨²ltimo aunque no lo llamen Dios, sino cualquier otro nombre no menos propio de nuestra tradici¨®n filos¨®fica, como pudiera ser naturaleza. Me refiero, por ejemplo, a fil¨®sofos como Marcel Conche (y Heidegger, ya que estamos, tampoco habla de Dios como lo ¨²ltimo, sino del Ser). Pero la vehemente opini¨®n de Cacciari reivindicando la reflexi¨®n sobre lo ¨²ltimo interesa al tema de este libro porque se?ala la vinculaci¨®n entre el campo especulativo de la filosof¨ªa y aquello a lo que se refieren las doctrinas religiosas. Y, desde luego, el modesto ateo que firma estas p¨¢ginas no quisiera dejar en modo alguno y sobre todo a priori de pensar sobre lo "¨²ltimo", aunque opine que intentar acotar intelectualmente qu¨¦ es lo ¨²ltimo y por qu¨¦ lo calificamos as¨ª sea un empe?o enorme que gana cuando se libera de pr¨®tesis teol¨®gicas. Tal ser¨¢ -Dios mediante- otro de los objetivos centrales de este libro...
Te¨®logos
Es indudable que los fil¨®sofos, en el mejor de los casos, tratan de ocuparse de manera laica de lo mismo que preocupa a sacerdotes y te¨®logos. Unos y otros se plantean preguntas no instrumentales, que no pueden ser zanjadas por ninguna respuesta que nos permita despreocuparnos de ellas y pasar a otra cosa (como ocurre en el caso de la ciencia) y que no se refieren a c¨®mo podemos "arreglarnos" con las cosas del mundo, sino a lo que somos y a lo que significa ser como somos. Las respuestas de la ciencia cancelan la pregunta a la que responden y nos permiten preguntarnos cosas nuevas; las respuestas de la filosof¨ªa y de la teolog¨ªa abren y ahondan a¨²n m¨¢s la pregunta a la que se refieren, nos conceden plantearla de una forma nueva o m¨¢s compleja, pero no la cancelan jam¨¢s totalmente: s¨®lo nos ayudan a convivir con la pregunta, a calmar en parte nuestra impaciencia o nuestra angustia ante ella. Al menos as¨ª ocurre cuando filosof¨ªa y teolog¨ªa escapan a la tentaci¨®n dogm¨¢tica (propia de las Iglesias y de acad¨¦micos fatuos), que consiste en ofrecer respuestas canceladoras como las de la ciencia a preguntas que no son cient¨ªficas. Por eso la ciencia progresa, mientras que la filosof¨ªa y la teolog¨ªa -?en el mejor de los casos!- deben contentarse con ahondar. Pero en un aspecto fundamental se parecen la ciencia y la religi¨®n, difiriendo en cambio de la filosof¨ªa: las dos primeras prometen resultados, herramientas o conjuros para salvarnos de los males que nos aquejan (gracias a desentra?ar los mecanismos de la naturaleza o a la fe en Dios); la filosof¨ªa, en cambio, s¨®lo puede ayudar a vivir con mayor entereza en la insuficiente comprensi¨®n de lo irremediable. Ciencia y religi¨®n resuelven cada cual a su modo las cosas; la filosof¨ªa a lo m¨¢s que llega es a curarnos en parte del af¨¢n de resolver a toda costa lo que quiz¨¢ es (y no tiene por qu¨¦ dejar de ser) irresoluble. De ah¨ª que el propio Bertrand Russell escribi¨® en alguna parte que los fil¨®sofos se instalan como pueden en la inc¨®moda zona mental que separa el firme suelo de la ciencia del et¨¦reo y enigm¨¢tico cielo de la religi¨®n...
De todas esas cosas habr¨¢ que hablar, pienso ahora con s¨²bita pereza aqu¨ª -en Red Lyon Square- mientras ya se alejan codiciosas las palomas rezagadas (la ardilla sigue a lo suyo, anal¨ªtica y esc¨¦ptica).
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