La vida perdida de los Modlin
El cad¨¢ver de Nelson Modlin lo encontr¨® un d¨ªa su mejor amigo. Hab¨ªa muerto fulminado en el sal¨®n de su casa antes de alcanzar el tel¨¦fono. Seg¨²n la autopsia, los infartos sufridos durante su vida le partieron el coraz¨®n en tres. Su madre hab¨ªa fallecido en 1998, cuatro a?os antes. Esa noche, su padre la amortaj¨® en la cama y la fotografi¨® en el f¨²nebre sosiego que ¨¦l mismo hallar¨ªa cinco a?os m¨¢s tarde en un hospital madrile?o, tras perder el conocimiento aferrado a una botella de Jack Daniel’s, con el cerebro devorado por el alcohol y consumido por la pena de la desaparici¨®n de su hijo y de su mujer, el amor de su vida. A los Modlin, una exc¨¦ntrica familia americana afincada en Madrid desde los a?os setenta, les sorprendi¨® la muerte de forma tan inquietante como la manera que ellos eligieron para vivir.
"Cuando encontr¨¦ todo aquello, pens¨¦ que ca¨ªa en mis manos no por casualidad. Be¨ªa investigarlo"
"Nelson trat¨® de buscar su identidad. Se pas¨® la vida intentando alejarse del ideal proyectado para ¨¦l"
"Los papeles de segund¨®n del padre apenas si pod¨ªan mantener la alegre vida familiar"
Una noche de 2003, Paco G¨®mez, fot¨®grafo -revelaci¨®n PhotoEspa?a en 2002 y miembro del colectivo Nophoto- y aficionado a rebuscar entre basura, encontr¨® en la calle del Pez de Madrid una monta?a de trastos viejos. Una vida tirada por la ventana. Ropa, paquetes caducados de comida, libros en ingl¨¦s, cartas, hojas manchadas de pintura, revistas ajadas y decenas de fotograf¨ªas en blanco y negro en las que tres personas posaban desnudas en extra?as posturas. Cogi¨® los retratos, algunas cartas y las instrucciones de una exprimidora, y se lo llev¨® a casa.
G¨®mez hab¨ªa adquirido la costumbre de hurgar en los desechos durante sus veranos de estudiante universitario, cuando ayudaba a su padre, basurero. “Esa noche pens¨¦ que aquello ca¨ªa en mis manos no por casualidad. Algo me empujaba a investigar la vida de los Modlin”. As¨ª empez¨®, con la ayuda de su amigo Jon¨¢s Bel, a interrogar a los vecinos, al cartero, a los due?os de los bares de la zona; fue descifrando los lugares que mostraban las fotos. Un dato le iba conectando con otro: “Quer¨ªa descubrir hasta las cosas sin sentido”, dice hoy inquieto mientras mira una caja decorada que su novia le ha regalado. En ella guarda las piezas de este rompecabezas que pronto convertir¨¢ en pel¨ªcula documental (La familia Modlin). Para resolver el enigma ha rellenado los huecos que paso a paso, pregunta a pregunta, ha ido conociendo; ha recompuesto los esquemas de sus vidas. Apuntar un detalle, unir otro, reconstruir espacios, tal como hacen los arque¨®logos con las ruinas.
Margaret Marley y Elmer Modlin se conocieron en 1948 actuando en una obra de teatro en la Universidad de Carolina del Norte. Se enamoraron. Un a?o despu¨¦s se casaron y decidieron marchar a Los ?ngeles en busca de fama, independencia y libertad. Los padres de ¨¦l no entend¨ªan que quisiera ser actor, y a los de ella no les gust¨® que su hija se uniera con el primog¨¦nito de un agricultor. Tuvieron un hijo, Nelson, en 1952. Las fotos en blanco y negro congelan la imagen de un ser hermoso y ce?udo, de ojos oscuros y labios brillantes, de aire melanc¨®lico y seductor. Obsesionados por el ¨¦xito y la belleza, matricularon al ni?o en el Hollywood Professional School, un centro de arte dram¨¢tico al que acud¨ªan los v¨¢stagos de las deslumbrantes estrellas de cine. A principios de los sesenta, Elmer era un actor popular de la televisi¨®n gracias a su papel de enfermero en la serie Hospital General y sus colaboraciones en Embrujada. Mientras, Margaret estudiaba un posgrado de arte.
Los papeles de segund¨®n del padre apenas si pod¨ªan mantener la alegre vida familiar. Los Modlin decidieron entonces abrir un restaurante vegetariano, poco frecuente a¨²n en la ¨¦poca, al que se aficionaron escritores como Orson Welles, Ana?s Nin, Aldous Huxley y Henry Miller. Este ¨²ltimo era ya autor consagrado tras haber publicado sus tr¨®picos, novelas prohibidas en pa¨ªses de habla inglesa por pornogr¨¢ficas. Miller se convirti¨® en piedra angular de la pareja. Ambos le idolatraban; Margaret reley¨® hasta siete veces su libro El tiempo de los asesinos, sobre Rimbaud, y le agasaj¨® con cientos de misivas. El fot¨®grafo Paco G¨®mez las ha recuperado. Tras muchas intentonas logr¨® entrar, en febrero de 2006, en la casa de los Modlin en Madrid. All¨ª, en el altillo de un armario, encontr¨®, encuadernados en cartulina azul y con olor a polvos de talco, varios tomos con todas las cartas transcritas a m¨¢quina.
En 1969, antes de que los Modlin llegaran a Espa?a, Miller posa para el cuadro de Margaret Henry Miller ve m¨¢s que un ¨¢guila. Un retrato en el que el escritor aparece sentado sobre una columna griega, frente a un arpa con cara de mujer, un b¨²ho a sus pies y vistiendo enormes alas. “Los dos lo consideraban un ser supremo, pero intuyo que hubo una relaci¨®n incluso amorosa por parte de Miller hacia Elmer”, cuenta Carlos Postigo, amigo de la pintora y marchante de arte. El escritor garabate¨® a pluma en la contraportada de Tr¨®pico de C¨¢ncer, su libro m¨¢s famoso: “Para Elmer y su tercera existencia”. Margaret fotograf¨ªa cada uno de estos detalles que los unen. Obsesionada, lleg¨® a pedirle al escritor que certificara que hab¨ªa posado para ella. “Querido Miller”, escribi¨® Elmer, “?podr¨ªas verificar en una nota que efectivamente posaste para tu retrato? (...) Una de las mejores galer¨ªas de Madrid est¨¢ interesada en la obra, pero cuestiona la autenticidad de la firma. Pensamos mucho en ti y esperamos que est¨¦s bien. Que Dios te bendiga siempre. Elmer”.
Un mes despu¨¦s, el autor contesta: “Querido Elmer, perdona por el retraso, pero estaba curando mi ojo. He decidido que voy a operarme. Te he enviado el certificado que me pediste, pero me ha sorprendido que se cuestione la autenticidad de mi retrato... Mi nuevo libro, My Life and Times, est¨¢ yendo muy bien; ahora no tengo ninguna copia a mano, pero te enviar¨¦ una. Saludos. Henry Miller”.
Un golpe de suerte sacudi¨® a Elmer cuando logr¨® un peque?o papel como uno de los adoradores en La semilla del diablo, de Roman Polanski, el filme que encumbr¨® al director polaco. Despu¨¦s no volvi¨® a recibir m¨¢s ofertas de cine. La falta de trabajo y el estallido de las revueltas raciales de Watts en Los ?ngeles preocupaban a los Modlin. Seis d¨ªas, 34 muertos, miles de heridos, 4.000 detenidos y cientos de edificios en llamas. Un hombre degusta su cerebro con una cuchara en un cuadro que Margaret pinta. Estaban hartos, la ilusi¨®n de Hollywood se hab¨ªa roto. Henry Miller les anima a viajar a Espa?a. ?l hab¨ªa visitado Grecia invitado por Lawrence Durrell y escribi¨® El Coloso de Marussi, un monumento l¨ªrico a la sensualidad mediterr¨¢nea, una cr¨ªtica brillante al modo de vida americano y un alegato por la paz.
Alentados por el escritor decidieron emprender el viaje. Enviaron de avanzadilla a Nelson, con s¨®lo 16 a?os. As¨ª se libraba, iniciando sus estudios en el extranjero, de la guerra de Vietnam. Encontr¨® una habitaci¨®n y una plaza en el Colegio Americano de Madrid. “Era una persona de una belleza f¨ªsica y humana tan fuera de lo com¨²n que era dif¨ªcil ignorarle”, cuenta Jaime Lipton, el que desde entonces se convirti¨® en su mejor amigo. “Viv¨ªa en un mundo que nada ten¨ªa que ver con el nuestro. Imagina un ni?o de 16 a?os viviendo solo que nada m¨¢s llegar al colegio dijo que quer¨ªa montar un grupo de objetores de conciencia. Era interesant¨ªsimo”.
El sentimiento pacifista lo hered¨® Nelson de su padre. Seg¨²n su diario, Elmer se describ¨ªa como el primer marine que pis¨® la tierra japonesa de Nagasaki el 9 de agosto de 1945, tras la explosi¨®n de la bomba at¨®mica en la II Guerra Mundial. Como objetor, con tan s¨®lo 20 a?os, fue destinado a un barco hospital que se ocupaba de trasladar a los heridos estadounidenses y a cientos de prisioneros de guerra. “Nagasaki aparec¨ªa como una gran extensi¨®n de cenizas en negro y gris. Un crematorio holoc¨¢ustico provocado por el odio y el supremo esp¨ªritu del mal con jirones de acero restantes de unos pocos edificios retorci¨¦ndose ag¨®nicos hacia el infierno”, traz¨® en Nagasaki y yo, un relato sobre su experiencia. Aquella ciudad consumida, como una tumba gigante, le aterr¨® de tal modo que a?os despu¨¦s su mujer lo pint¨® desnudo, acurrucado, con la cara de una calavera, indefenso ante una enorme bomba at¨®mica acechante. ?l y Nagasaki.
Con todos esos cuadros de Margaret metidos en cajones de madera, la pareja se traslad¨® a Madrid en 1970, un a?o despu¨¦s de su hijo, en busca del sue?o no cumplido de Hollywood. “?Sabes?”, mecanograf¨ªa Margaret a Miller el 24 de octubre de 1973, “t¨² nos animaste a venir a Espa?a cuando habl¨¢bamos de dejar EE UU. Gracias a Dios que lo hiciste, porque nunca sabr¨¢s lo feliz que soy, y creo que puedo decir lo mismo de Elmer... Quer¨ªa compartir todo esto contigo, porque t¨² eres probablemente la ¨²nica persona en este mundo que entiende nuestro modo de vida... ?Esperamos tu visita!”, se lee en ingl¨¦s en otro de los cuadernos que G¨®mez guarda amontonados en su casa y su estudio.
Desde las islas Palisades de California, el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias, Miller responde: “Querida Margaret: tu carta ha llegado justo despu¨¦s de volver del hospital... Estoy encantado con las cosas que me cuentas. Qu¨¦ bien que eligierais Espa?a. ?Y que no os haya decepcionado! Durante la operaci¨®n de hace unos meses perd¨ª la vista en el ojo derecho. Leer es muy dif¨ªcil, y escribir, m¨¢s bien cansa. As¨ª que, por favor, perd¨®name si no te escribo tanto como me gustar¨ªa... Sinceramente, Henry Miller”. Espa?a no les decepcion¨®. Todos ten¨ªan trabajo. Nelson hab¨ªa empezado la carrera de modelo y de actor. Elmer anhelaba buenos papeles de cine. Pero aqu¨ª se viv¨ªa el boom del destape. Actu¨® en Un curita ca?¨®n, El diputado, Los nuevos espa?oles, Ellas los prefieren... locas, de Mariano Ozores, o Historia de O, 2? parte. Interpretaciones malas en las que representaba siempre a un americano sin muchas luces, pero que ¨¦l disfraz¨® para Miller: “Dios me ha dado un golpe de suerte y me ha proporcionado fant¨¢sticos papeles”.
Mientras, Margaret se dedicaba a pintar. Primero, con la luz del norte; luego bloque¨® todas las ventanas y cerr¨® los balcones. Quer¨ªa hacerlo con luz artificial. Sus cuadros, firmados siempre con sus tres emes, encierran una mezcla ins¨®lita de erotismo e integrismo religioso. Una pintura llena de s¨ªmbolos sobre el Apocalipsis de San Juan, personas desnudas con poderes sobrenaturales y planetas de colores. Tambi¨¦n de Franco, de quien Margaret se enamor¨®. “Yo era ni?a cuando encontr¨¦ una foto del general; un hombre con unos ojos brillantes, oscuros y una hipn¨®tica mirada. Era extra?amente guapo. A?os despu¨¦s tuve la oportunidad de verlo junto a Nixon. Cuando bajaron del coche entend¨ª que Franco era mi ideal de soldado cristiano. ?Ten¨ªa que pintarlo! Aunque parezca incre¨ªble, me di cuenta de que ¨¦l me buscaba con su mirada, la misma que yo recordaba de peque?a. Corr¨ª a casa y empec¨¦ a hacer algunos bocetos”.
En 1978, gracias a su amistad con el escritor Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto, Margaret fue una de las primeras extranjeras que mostraron su obra en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid. Su marido le hab¨ªa pedido a Miller que escribiera sobre ella para el cat¨¢logo de la exposici¨®n. “Deseo que sea el d¨ªa m¨¢s emocionante de su vida, y por eso quiero que el mejor escritor de todos los tiempos... ?Podr¨ªas hacer eso por m¨ª?... Cr¨¦eme. Mis pensamientos y rezos est¨¢n siempre contigo. Nunca sabr¨¢s lo que significas para nosotros. Dios te bendiga siempre. Elmer”. Miller acept¨®. Traz¨® un boceto a mano y luego mecanografi¨® en un papel esta nota: “Las fantas¨ªas de Margaret Modlin tienen un toque femenino y m¨ªstico. A veces parece que hacen a uno recordar a Di Chirico, o Dal¨ª, o Max Ernst, pero sigue siendo solamente un parecido. Margaret Modlin no es meramente una criatura independiente, sino m¨¢s bien una pensadora original e inimitable. En ella hay ecos de George Elliot, Plotinus y de aquella novelista brit¨¢nica obsesa por el amor (Maria Corelli). Definitivamente sabe d¨®nde va, lo que est¨¢ haciendo aqu¨ª en la Tierra, y por qu¨¦ la vida es mejor que la muerte. Coquetea con los grandes maestros, pero no est¨¢ obligada a ninguno. Para ella, vivir es suficientemente m¨¢gico. Ella no pide milagros”.
Los Modlin vivieron aislados en su casa de la calle del Pez. Nunca aprendieron a hablar castellano. Tras los permisos correspondientes, y en su fascinaci¨®n por coleccionar todos los cachivaches de la familia, G¨®mez recogi¨® hasta el tel¨¦fono de la vivienda. Sobre la base de pl¨¢stico, en una etiqueta escrita a bol¨ªgrafo, se le¨ªa: “Quiero una bombona de butano. Quiero dos bombonas de butano. No, gracias, ahora no est¨¢ aqu¨ª”. Pero, pese a su encierro, no pasaron inadvertidos. “Todo el mundo conoc¨ªa a los Modlin. Es m¨¢s, mi colaborador Jon¨¢s y yo hemos tenido siempre la sensaci¨®n de que la gente nos estaba esperando cuando lleg¨¢bamos a preguntar”, relata. Igual de pasmado se qued¨® cuando su hija Carmela, de dos a?os y medio, expres¨® mejor que nadie su obsesi¨®n. Un d¨ªa, jugando, levant¨® el tel¨¦fono y le dijo: “Pap¨¢, es Margaret”. Y pregunt¨® luego a la supuesta mujer del otro lado: “?Est¨¢s con Nelson?”.
Pero quienes de verdad han ayudado al fot¨®grafo a entender el universo Modlin han sido los ¨²ltimos amigos de la familia. Como Miguel Cervantes, albacea del testamento. “Elmer era para Margaret su enlace con el mundo”, explica. “Para ¨¦l, ella era una diosa. La adoraba”, evoca tambi¨¦n Garrison McDavid, otro colega americano que le ayudaba a traducir algunas cartas. “En esa casa, todo giraba en torno a ella”, asegura Lipton, amigo de la familia. “Era una mujer f¨¦rrea, infranqueable; proyectaba una especie de disciplina personal que asustaba. Enunciaba su doctrina y era capaz de emitir juicios inapelables sobre las personas”. La imagen que Lipton tiene de Elmer es la de un hombre pasional y sensible. “La relaci¨®n de ellos era casi como de esclavo y maestra”.
Menos involucrado en ese mundo que se crearon a la medida de sus sue?os, Nelson se march¨® de la casa familiar en 1980. Quer¨ªa ser empresario. Comenz¨® a traducir libros y pel¨ªculas, subtitul¨® al ingl¨¦s las primeras cintas de Almod¨®var. Era la voz que anunciaba los aviones de Barajas y las promociones de El Corte Ingl¨¦s. A sus padres los ve¨ªa poco. En sus cumplea?os y por Navidad. “Nelson trat¨® de buscar su propia identidad. Se pas¨® la vida intentado alejarse del ideal que hab¨ªan proyectado sobre ¨¦l”, cuenta Lipton, sentado en el comedor de su casa mientras contempla las fotos que Bel y G¨®mez le muestran.
Nelson empez¨® a trabajar en los estu-dios de Radio Nacional de Espa?a, en emisiones para EE UU. All¨ª conoci¨® a Olga Barrio, presentadora del informativo de TVE. En 1986 se casaron, pero el matrimonio dur¨® poco. En verano de 1993 se enamor¨® de Susana Jarabo, su segunda mujer. Ella ten¨ªa 22 a?os, estudiaba arte y trabajaba como camarera. “Era mi cliente favorito. Ten¨ªa un sentido del humor muy particular”, recuerda Jarabo echando la vista atr¨¢s. Empezaron a salir y vivieron juntos un lustro. “Era una persona fant¨¢stica, capaz de re¨ªrse de s¨ª misma. Llenaba el espacio all¨¢ donde iba con esa personalidad tan especial”. Y tambi¨¦n era reservado, lleno de mutismos. No hablaba de su pasado. “Me estoy enterando ahora, gracias a Paco, de cosas que ignoraba”, asegura. Ella s¨®lo visit¨® una vez la casa de los Modlin. “Era deprimente, viv¨ªan anclados en el pasado; el padre vest¨ªa trajes remendados de hac¨ªa tres d¨¦cadas, las paredes estaban sin pintar? Era cutre. Hasta presum¨ªan de que les gustaba el vino en tetrabrick”. Susana trabajaba entonces en una galer¨ªa de arte, y Margaret le pregunt¨® su opini¨®n acerca de sus pinturas, a?adiendo pretenciosa: “?Ni Vel¨¢zquez!”. “Yo, que no quer¨ªa quedar mal, le coment¨¦ que eran un poco distintos”, recuerda. Al salir, los padres susurraron al hijo que no volviera a llevarla a su hogar. “Luego he vuelto a ver las obras, y algunas son interesantes, parecidas al Dal¨ª de despu¨¦s de la II Guerra Mundial; pero en aquel momento, ver la obsesi¨®n de la madre con su marido e hijo, esas pinturas de desnudos, esa relaci¨®n morbosa que existi¨® entre los tres, me espant¨®”. Una exposici¨®n con los cuadros de Margaret y el material encontrado en la basura se inaugurar¨¢ en breve: “El objetivo es encontrar un mecenas en Espa?a que se haga cargo de la colecci¨®n, tal y como quer¨ªan los Modlin”, dice G¨®mez. “En caso contrario, los herederos quieren que la obra viaje a EE UU”.
Nelson y Susana se separaron el mismo mes que Margaret muri¨®. “Su madre lo llamaba constantemente por la noche; le dec¨ªa que me dejara, que se iba a morir”. La envidia y el desamor. Nelson estaba furioso, decepcionado, harto. “No les perdon¨® que no le dieran la independencia que ellos mantuvieron con sus familias. Que se vinieran a Espa?a con ¨¦l”, dice Susana. En noviembre de 1998, Margaret muri¨® de un ataque al coraz¨®n. Abatido por perderla, Elmer se precipit¨® a la bebida. Impresionado por el estado de su padre, Nelson se ofreci¨® a pagarle la comida en el restaurante bajo su casa. Ana, la cocinera, rememora c¨®mo lloraba frente a un plato de comida. Tuvo relaciones con otras mujeres y hombres, que no sirvieron para paliar su dolor.
Nelson trabaj¨® 12 horas al d¨ªa durante a?os. Al final trat¨® de cambiar su vida. Se compr¨® una casa de campo para ir de pesca. Volvi¨® a enamorarse. Estaba m¨¢s relajado, pero no quer¨ªa abandonar a¨²n sus compromisos. Por eso sus compa?eros supieron que algo hab¨ªa sucedido cuando el 3 de junio de 2002 no acudi¨® a una cita. Lipton lo encontr¨® en un petrificado paroxismo, intentado llegar al tel¨¦fono. Ten¨ªa 49 a?os. Sobrevivir a su hijo destroz¨® a Elmer. “Hab¨ªa desaparecido lo que ¨¦l m¨¢s quer¨ªa”, cuenta Postigo. Durante casi un a?o permaneci¨® en su decr¨¦pita casa, hasta que una noche de mayo perdi¨® el conocimiento agarrado a una botella de bourbon. Su vida tambi¨¦n se apag¨®. El azar, o lo que G¨®mez llama “las causas y efectos entrecruzados”, ha hecho que la historia de su familia perdure. Como los Modlin siempre ambicionaron.
‘La vida de los Modlin’. Ava Gallery. Princesa, 18. Madrid. Hasta el 30 de marzo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.