La Dora Maar del MNAC
Es una buena noticia la adquisici¨®n por parte del Estado -mediante el sistema de daci¨®n- de un cuadro de Picasso que se ha cedido al Museo Nacional de Arte de Catalu?a (MNAC), un museo absolutamente pobre en obras de los tres grandes de las vanguardias del siglo XX espa?ol: Picasso, Mir¨® y Dal¨ª. Anunciada la presentaci¨®n a bombo y platillo, y reproducido en todos los peri¨®dicos, cu¨¢l no fue mi sorpresa cuando vi que el t¨ªtulo del cuadro, Mujer con sombrero y cuello de piel (Marie-Th¨¦r¨¨se Walter) publicado en el comunicado de prensa y en el peque?o cat¨¢logo editado para la ocasi¨®n, no se corresponde en nada con la realidad de lo que se ve. Intrigada, he preguntado al museo si el cuadro estaba titulado al reverso de la tela, y no lo est¨¢.
Porque lo que se ve no es Marie Th¨¦r¨¨se Walter, la amante de Picasso a partir de l927 y la madre de Maya Picasso, sino Dora Maar, quien entr¨® en la vida del pintor malague?o como amante en l936 y de quien, en l937, a¨²n estaba apasionadamente enamorado. La identificaci¨®n es muy f¨¢cil y sorprende que la actual directora del MNAC, una persona que ha estado a la cabeza del Museo Picasso de Barcelona durante m¨¢s de 20 a?os, no haya reparado en ello. Es f¨¢cil por muchos motivos: esta Dora Maar es, para empezar, casi id¨¦ntica a la Dora Maar sentada del mismo a?o 1937 y que es una de las joyas del Mus¨¦e Picasso de Par¨ªs (de hecho, la de Barcelona es mucho m¨¢s torpe pl¨¢sticamente hablando): id¨¦ntico perfil, id¨¦ntico pelo verde y negro, y el rostro en amarillo. En segundo lugar, Marie Th¨¦r¨¨se Walter posee en la pintura de Picasso unos rasgos muy definidos. Muestra siempre un rostro suave y redondo, los ojos muy claros -un rasgo que Picasso sol¨ªa enfatizar, cuando no la retrataba durmiendo- y encarnaba, para su amante, la belleza femenina sensual y curvil¨ªnea, aunque en realidad fuera delgada. Su rostro siempre evoca placidez y abandono, muy lejos de la mirada alerta, melanc¨®lica o neur¨®ticamente desencajada de Dora Maar. Es cierto que a veces Picasso gustaba de simultanear los rasgos de dos de sus amantes en un mismo cuadro, pero aqu¨ª este perverso juego formal s¨®lo podr¨ªa encontrarse en el sombrerito redondo, m¨¢s representado en Marie Th¨¦r¨¨se que en Dora.
Tampoco el Retrato de Nusch Eluard -seg¨²n el MNAC-, depositado por Catherine Hutin, hijastra de Picasso, parece de Nusch Eluard. Nusch, en el verano del 37, llevaba la frente despejada y rizos, y no el pelo suelto, como lo prueba la fotograf¨ªa que le tomara su amiga Dora (reproducida en el cat¨¢logo Dora Maar, la fotograf¨ªa, Picasso y los surrealistas, Tecla Sala, 2002, p¨¢gina 167) y el celeb¨¦rrimo Retrato de Nusch Eluard de la colecci¨®n Berggruen. Adem¨¢s, no ten¨ªa apenas pecho, mientras que la retratada y depositada por un a?o en el MNAC luce un soberbio y generoso escote (y Picasso, como dijera Fran?oise Gilot, nunca se equivocaba en los detalles sexuales).
As¨ª que aqu¨ª tenemos una operaci¨®n muy encomiable, pero hecha aprisa y corriendo, y para obtener un resultado medi¨¢tico inmediato, con una dejadez acad¨¦mica muy poco deseable para un Museo Nacional de Catalu?a. Si la pintura Mujer con sombrero y cuello de piel ha de convertirse, al decir de la directora, "en un icono del Museo", al menos que se convierta en un icono con su verdadera identidad.
victoriacombalia@gmail.com
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