La caverna fant¨¢stica
Carlos Aladro orquesta en el Teatro de La Abad¨ªa una imaginativa puesta en escena de La ilusi¨®n, comedia donde Pierre Corneille y Tony Kushner, el autor de esta versi¨®n, hacen una apolog¨ªa del teatro como arte de demiurgos, lugar m¨¢gico y escenario de vidas paralelas.
Con apenas un a?o de diferencia, Calder¨®n y Corneille compusieron El gran teatro del mundo y La ilusi¨®n, paradigmas opuestos de metateatralidad. En el auto sacramental, vivir es representar un papel. En la comedia corneillana, representar significa vivir una vida prodigiosa, improbable de otro modo. La ilusi¨®n, que se ha estrenado en Madrid en versi¨®n de Tony Kushner, respira amor al teatro. Cuando la escribi¨®, Corneille era un joven con los sue?os intactos, adscrito a una compa?¨ªa, Le Th¨¦?tre du Marais, para la que cortaba obras a medida. ?sta tiene un arranque m¨¢gico. Pridamante, viejo ansioso por recuperar a un hijo repudiado, acude a un brujo, el cual, remedando en la suya la caverna plat¨®nica, decide mostrarle secuencias de su vida a condici¨®n de que no intervenga. En la versi¨®n de Kushner, el hijo de Pridamante se llama Calixto, luego Clindor, y despu¨¦s Te¨®genes, anda enamorado de Melibea, que cambia de nombre cada vez que ¨¦l cambia el suyo, y tiene un rival cuya identidad tambi¨¦n muta seg¨²n avanza la funci¨®n.
El primer acto del montaje
de La Abad¨ªa, dirigido por Carlos Aladro, transcurre en una Edad Media de tebeo: Melibea lleva ropa de princesa de cuento de hadas, gentileza de Lorenzo Caprile, y Pl¨¦ribo, rival de Calixto, armadura de pl¨¢stico. Sus peleas son juegos de ni?os. En el segundo, todos visten a la manera barroca: Calixto-Clindor ha entrado al servicio del capit¨¢n Matamoros, versi¨®n corneilliana del Miles Glorosus, y Alcandro, el mago, comienza a parecerse sospechosamente a Juan Tamariz. En el acto ¨²ltimo, la misma historia de amores y celos contin¨²a en la edad contempor¨¢nea. Ahora ella se llama Hip¨®lita y su enamorado le pone los cuernos. ?Qu¨¦ desenga?o! Tantos siglos persigui¨¦ndola para esto. "No me gusta la deriva que han tomado las cosas", se lamenta Pridamante.
La ilusi¨®n de Corneille es puro juego, ampliado por Kushner y apurado hasta la hez en este montaje divertido e imaginativo, que ci?e el cl¨¢sico sin almid¨®n y lo deja correr libre sin perder de vista el carril. Est¨¢ lleno de hallazgos de puesta en escena, de apuntes c¨®micos interpretados con chispa, de anacronismos engarzados con naturalidad. Lo ¨²nico que queda por debajo del list¨®n es la coreograf¨ªa previsible con que se acompa?a una cancioncilla, y la idea de trasladar el ¨²ltimo acto, en donde Corneille sangra su vena tr¨¢gica, a fecha de hoy. Encajar¨ªa mejor a finales del XIX, con Te¨®genes de h¨²sar e Hip¨®lita de gran dama de la emperatriz Sissi. Estos dos peros se diluyen en una sucesi¨®n de aciertos rematados por un final rotundo, desilusionado, medularmente po¨¦tico. El teatro es magia, y la magia no m¨¢s que teatro, vienen a decirnos autor, adaptador y director. La traducci¨®n de Miguel S¨¢enz es jugosa, precisa: la mejor que he escuchado recientemente en un escenario. Los actores tienen muy buen contacto f¨ªsico: respiran trabajo en equipo. Ernesto Arias, Lidia Ot¨®n, Daniel Moreno y Jes¨²s Barranco llevan tiempo en La Abad¨ªa, pero Rebeca Valls, Mario Vedoya, Jorge Gurpegui y Luis Moreno, un Matamoros endiabladamente fr¨¢gil, han hecho aleaci¨®n con ellos. La luz de Pedro Yag¨¹e y la escenograf¨ªa de Dietlind Konold diluyen con inteligencia la frontera entre realidad e ilusi¨®n teatral.
La ilusi¨®n. Madrid. Teatro de La Abad¨ªa. Hasta el 8 de abril.
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