Los conflictos teol¨®gicos en una sociedad moderna
El reto de la Iglesia cat¨®lica en la sociedad moderna estriba, entre otras caracter¨ªsticas, en que no hay s¨²bditos, sino ciudadanos; en que no hay homogeneidad de creencias, sino pluralidad ideol¨®gica y axiol¨®gica, y en que se pasa de la autoridad del cargo a la de los argumentos. Ya no se cree simplemente en funci¨®n de quien lo dice, sino que se esperan argumentos y razones que permitan asumir una directriz, mandamiento o doctrina. El pluralismo de las sociedades modernas, que afecta tambi¨¦n a la base social del cristianismo, hace inevitables los conflictos, dada la heterogeneidad de mentalidades e intereses. Hay diversas interpretaciones del cristianismo, que han dado lugar a distintas Iglesias y confesiones, y tambi¨¦n a distintas corrientes de opini¨®n dentro de cada Iglesia. De ah¨ª, la importancia de una teolog¨ªa plural, como lo es la sociedad y la Iglesia real. Cuando surge una interpretaci¨®n o corriente teol¨®gica que suscite temores, dudas o consecuencias negativas hay que esperar que sea la misma comunidad teol¨®gica la que responda a la corriente o autor implicado. En la iglesia hay cientos de instituciones superiores de teolog¨ªa y son innumerables los te¨®logos que est¨¢n dispuestos a evaluar, criticar y responder, caso dado, ante cualquier pronunciamiento teol¨®gico con el que no se est¨¦ de acuerdo. De esta manera, se facilita la labor teol¨®gica con las correcciones que plantea una amplia comunidad de pensadores, capacitados y con argumentos para debatir las cuestiones. De la discusi¨®n libre, se puede esperar que se impongan los que tienen mejores razones.
La teolog¨ªa, para ser creativa y actual, necesita argumentaci¨®n, libertad y pluralidad
En cambio, el modelo tradicional, que se potenci¨® con el Syllabus de P¨ªo IX en 1864, parte de una teolog¨ªa en la que la Iglesia es una sociedad desigual, en la que unos mandan y otros obedecen, unos ense?an y otros aprenden. Desde ah¨ª se propugna el ideal de la unanimidad en las creencias, que son las que determina la Jerarqu¨ªa, y se defiende una concepci¨®n estrictamente vertical de la Iglesia, en la que la obediencia al magisterio es la piedra angular de la teolog¨ªa. ?sta se reduce a comentar, defender y aplicar los pronunciamientos del magisterio eclesi¨¢stico, mucho m¨¢s cuando el magisterio jer¨¢rquico desarrolla su propia teolog¨ªa, que se convierte en oficial, y se convierte en el ¨¢rbitro ¨²nico que decide en las controversias teol¨®gicas, por encima de la misma comunidad de te¨®logos. Ya no hay dos magisterios aut¨®nomos, el de los doctores y el jer¨¢rquico, sino que el segundo domina totalmente al primero e interviene cuando lo estima conveniente.
El resultado ha sido que durante los siglos XIX y XX se acumulan los nombres de te¨®logos de prestigio amonestados, sancionados y condenados por la jerarqu¨ªa. El que luego les diera la raz¨®n la Iglesia y la teolog¨ªa, no quita que se prosiga con el mismo error, porque no se aprende de la historia. El concilio Vaticano II rompi¨® este planteamiento llamando a los te¨®logos disidentes y sospechosos como peritos y consultores del Concilio. Se procedi¨® a reformar el Oficio de la Santa Inquisici¨®n, que pas¨® a ser Congregaci¨®n de la Fe, y se escucharon las voces cr¨ªticas de los te¨®logos que cuestionaban a un tribunal en que convergen juez y fiscal, sin que los encausados gocen de derechos fundamentales para defenderse como conocer las acusaciones y los acusadores, y tener pleno acceso a todos los documentos. Hay una larga lista de te¨®logos importantes que se han expresado en este sentido: Rahner, Schillebeeckx, Chenu, Congar, K¨¹ng, H?ring...
Cuarenta a?os despu¨¦s del Vaticano II, la teolog¨ªa tiene los mismos problemas. No han cambiado las cosas en lo fundamental, aunque se han modernizado los procedimientos inquisitoriales. En el posconcilio ha habido m¨¢s de un centenar de te¨®logos amonestados, sancionados, destituidos o condenados, entre ellos figuras relevantes como antes del Concilio. El peso del antimodernismo y el rechazo de elementos democr¨¢ticos que se dieron en otros siglos en la Iglesia, se une al lastre de una teolog¨ªa lastrada por el miedo, la autocensura y un control minucioso. Se prefiere repetir viejos textos dogm¨¢ticos y magisteriales en lugar de buscar nuevos caminos que respondan a una sociedad diferente. As¨ª se genera una teolog¨ªa que tiene respuestas para las preguntas que ya casi nadie se hace, y pasa de largo sin respuestas ante los nuevos problemas de hoy. Desde ah¨ª la evangelizaci¨®n de la sociedad moderna es inviable, es inevitable la p¨¦rdida de autoridad moral por parte de la jerarqu¨ªa y crece la distancia con la sensibilidad cultural.
Parad¨®jicamente es lo que comentaba el joven te¨®logo Ratzinger en 1968, comparando al te¨®logo con un payaso anticuado: "Se conoce lo que dice y se sabe tambi¨¦n que sus ideas no tienen que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo" (Introducci¨®n al cristianismo, p¨¢gina 22). La teolog¨ªa para ser creativa y actual necesita libertad, argumentaci¨®n y pluralidad. Precisamente lo que m¨¢s cuesta a una Iglesia marcada por la involuci¨®n tanto mayor cuanto m¨¢s amenazante se percibe el pluralismo de la sociedad. Una Iglesia que persigue a las corrientes teol¨®gicas m¨¢s creativas y comprometidas que nacen en su seno est¨¢ condenada a la esterilidad del pensamiento y a que muchos cristianos cada vez prescindan de lo que dicen sus autoridades.
Juan Antonio Estrada es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa. Universidad de Granada.
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