El nacionalismo espa?ol
DESPU?S de tantos a?os de denostar a los nacionalismos perif¨¦ricos, los nacionalistas espa?oles han demostrado comportarse como unos nacionalistas cualquiera, vascos o catalanes, pongamos por caso. La manifestaci¨®n de banderas del s¨¢bado d¨ªa 10 en Madrid -se ve¨ªan m¨¢s rojigualdas que manifestantes- es la culminaci¨®n de algo obvio pero que muchos negaban, como acostumbra a ocurrir en los nacionalismos con Estado: que el nacionalismo espa?ol es tan excluyente, tan victimista y tan sectario como cualquier otro. Y como todos los nacionalismos se define contra otro u otros. La paradoja del nacionalismo espa?ol es que, aunque sea por la fuerza de la ley electoral, a veces est¨¢ obligado a aliarse con los otros nacionalismos que le dan sentido.
En la campa?a publicitaria de la manifestaci¨®n del PP, Mariano Rajoy ya dio el tono, convocando "a la gente sensata y de bien". Es un cl¨¢sico: el nacionalismo arrog¨¢ndose el privilegio de otorgar cartas de autenticidad. El l¨ªder que cree hacerse fuerte dividiendo a los espa?oles entre buenos y malos ciudadanos. Los que siguen al PP son gente de bien; los que no, son gente de mal, una amenaza para la patria. El que quiera un certificado de buen patriota, que asista a las manifestaciones del PP.
Despu¨¦s, la apropiaci¨®n de los s¨ªmbolos: la bandera, el himno, las canciones de la transici¨®n, todo como si fuera patrimonio de un solo partido, que es el que otorga los derechos de la correcci¨®n nacional. Con o sin ¨¢guila, la bandera ya viene suficientemente marcada por los a?os de franquismo como para que, con este nuevo secuestro, quede perfectamente inutilizada como s¨ªmbolo colectivo por los siglos de los siglos.
Todos los nacionalismos han utilizado estos mecanismos de exclusi¨®n. Frente a la palabra patriota s¨®lo cabe una figura: el traidor. Pero, por lo general, las naciones fuertes e integradas no necesitan recordar permanentemente la frontera que separa al buen del mal ciudadano. Su fuerza les da margen a la tolerancia. La parafernalia nacionalista queda reservada a los ritos oficiales, sin mayor trascendencia. Algo falla cuando los nacionalistas de una naci¨®n con poder se comportan igual que los nacionalismos melanc¨®licos con d¨¦ficit de Estado. ?ltimamente, una naci¨®n tan consagrada como la francesa ha dado s¨ªntomas, por ejemplo, en materia ling¨¹¨ªstica, de comportarse como vascos o catalanes. E incluso algunos han empezado a preguntarse qu¨¦ era Francia. Pregunta ins¨®lita que durante muchos a?os era ret¨®rica, porque s¨®lo se admit¨ªa una respuesta: Francia.
Qu¨¦ es Espa?a nunca ha estado del todo claro. Pero hasta la llegada del Partido Popular al poder, un nacionalismo espa?ol eficiente, que, superados el trance del 23-F y sus efectos, pocas veces alzaba la voz con la truculencia actual, hab¨ªa ido trampeando las presiones perif¨¦ricas y las inquietudes centralistas. Aznar reconstruy¨® la versi¨®n fuerte, ideol¨®gica y ruidosa del nacionalismo espa?ol sobre la base de la lucha antiterrorista. Y Mariano Rajoy ha aprovechado la osad¨ªa o la imprudencia de Zapatero para seguir dando alpiste patriotero a su electorado. Cuando el nacionalismo se hace victimista -todos los d¨ªas se acumulan en la prensa los art¨ªculos sobre el fin de Espa?a, la destrucci¨®n de la patria y otras cat¨¢strofes parecidas-, por lo general es que est¨¢n ocurriendo dos cosas: que hay conciencia de que la vieja idea de la naci¨®n, de Espa?a, en este caso, ya no se corresponde con la realidad, y que los que se consideran garantes del destino nacional no tienen el poder y apelan a los miedos de la gente para recuperarlo.
El presidente Zapatero no es un hombre con la sensibilidad nacionalista a flor de piel. Ha querido resolver el problema de Espa?a y quiz¨¢ est¨¦ comprendiendo que no fue en vano que algunos de sus ilustres predecesores -tanto centrales como perif¨¦ricos- optaran por la convivencia. El s¨®lo hecho de poner sobre la mesa la vaga idea de Espa?a plural ha hecho saltar los resortes del nacionalismo espa?ol. Y puesto que todo el mundo sabe que el nacionalismo tiene todav¨ªa, en todas partes, poder de coacci¨®n y capacidad de arrastre, el PP se ha subido con las banderas al monte. Sin duda, es un problema para un Gobierno, en este caso el de Zapatero, perder el control del discurso nacionalista. Pero hay que agradecer al presidente su intento de ir introduciendo a Espa?a en un universo posnacional. Me gustar¨ªa creer que hay suficientes ciudadanos dispuestos a continuar por esta l¨ªnea, a pesar de los nacionalismos espa?oles y perif¨¦ricos. Desmitificar las patrias sigue siendo la revoluci¨®n laica pendiente.
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