Ser astronauta en la Tierra
Una mujer de 43 a?os, madre de tres hijos, decide tomar el coche un domingo desde Houston (Tejas). Tiene ante s¨ª un viaje de 1.500 kil¨®metros hasta la ciudad de Orlando, en Florida. Quiere encontrarse con otra mujer. Es atractiva, pelo casta?o claro, ojos de un azul met¨¢lico intenso, y su historial profesional es impresionante. Tiene en su haber tres medallas concedidas por la Academia de la Marina estadounidense, 1.500 horas de vuelo en treinta reactores diferentes, varios t¨ªtulos de doctorado en ingenier¨ªa aeron¨¢utica? Pero en ese momento siente tantos deseos de llegar a su destino que decide colocarse pa?ales para no tener que ir al ba?o durante las 12 horas de trayecto.
Es determinada. Sabe ad¨®nde se dirige. Y est¨¢ bien informada. Como su objetivo llega al aeropuerto internacional de Orlando la ma?ana siguiente, decide conducir intensamente durante la noche anterior para llegar a tiempo. Deja su coche en un hotel a pocos kil¨®metros del aeropuerto y se inscribe con un nombre falso, pagando en efectivo. Provista de una bolsa de lona negra, coge un autob¨²s hasta el aeropuerto y al fin reconoce a la mujer que acaba de llegar, y que est¨¢ sacando su equipaje; toma el mismo autob¨²s que ella hasta el aparcamiento, y la sigue hasta que ella se mete en su coche. Luego da unos golpes a la ventanilla e intenta abrir la puerta. La persona que est¨¢ dentro del autom¨®vil es una capitana de la Fuerza A¨¦rea llamada Colleen Shipman.
Alcoh¨®licos An¨®nimos cont¨® entre sus miembros con un Edwin Aldrin depresivo. Fue el segundo en pisar la Luna
"All¨ª arriba me sent¨ªa a a?os luz de mi familia", recuerda el astronauta que pas¨® cuatro meses en la estaci¨®n Mir
"La NASA se sent¨ªa tan orgullosa de tener h¨¦roes que estaba dispuesta a encubrir sus escarceos sexuales"
??Puede usted ayudarme, por favor? Se supon¨ªa que mi novio vendr¨ªa a recogerme, pero no est¨¢ aqu¨ª. ?Me lleva hasta la oficina del aparcamiento?
Shipman sospecha y se niega. La intrusa insiste y le pide usar el tel¨¦fono m¨®vil. “No tiene bater¨ªa”. Entonces, la extra?a rompe a llorar, haci¨¦ndola se?as para que baje la ventanilla. Shipman baja el cristal unos cinco cent¨ªmetros y recibe en plena cara una rociada de un spray de pimienta. Con quemaz¨®n en el rostro y los ojos llorosos, logra trasladar su auto como puede hasta la oficina del aparcamiento y llama a la polic¨ªa. Posteriormente, la agresora es detenida.
El oficial William C. Becton, de Orange County, describe en su informe (caso 2007-47314) el contenido de la bolsa de lona negra que llevaba la atacante:
?Un mazo de acero.
?Un cuchillo tipo navaja campera, con hoja de 10 cent¨ªmetros de longitud, la mitad de cuyo filo estaba aserrada.
?Una pistola de proyectiles de aire comprimido, imitaci¨®n de una semiautom¨¢tica de nueve mil¨ªmetros, cargada, con el seguro quitado y lista para disparar.
En la casilla donde se detalla la profesi¨®n de la detenida, Lisa Marie Nowak, se detalla: astronauta / NASA. El primer cargo que figura en el informe es el de intento de homicidio en primer grado. El registro del coche de Nowak arroja informaci¨®n detallada sobre los planes de vuelo de la persona a la que agredi¨®, extra¨ªdos, reza el informe, “del ordenador del hombre con el que ella y la v¨ªctima (la capitana Shipman) compart¨ªan un inter¨¦s com¨²n”. Los mapas se imprimieron meticulosamente desde Internet dos semanas antes.
El hombre en cuesti¨®n result¨® ser el piloto Bill Oefelein, que particip¨® con Nowak en el vuelo del Discovery (STS-121) en julio de 2006. Durante la misi¨®n, que dur¨® 13 d¨ªas, Nowak estuvo encargada de manejar el brazo rob¨®tico del transbordador Shuttle durante un paseo extravehicular, mientras la nave estaba engarzada a la Estaci¨®n Espacial Internacional. Hab¨ªa sido su primer vuelo, y como es habitual, la NASA la hab¨ªa colocado a su regreso en lista de espera para los siguientes lanzamientos. La semana anterior a ese lunes 5 de febrero (el d¨ªa de su arresto), cuando ya ten¨ªa descargados los planos y mapas de su viaje a Orlando, Nowak segu¨ªa trabajando como astronauta, mostrando una absoluta normalidad, en el Centro Espacial Johnson (JSC) hasta el viernes. Bob Cabana, director adjunto del JSC y astronauta, lo desvel¨® en una rueda de prensa dos d¨ªas despu¨¦s del arresto. “Se entrenaba en el simulador para la asignaci¨®n de una futura misi¨®n espacial”. El propio Cabana no dud¨® en describir a Lisa como “una persona vibrante, en¨¦rgica, extraordinariamente trabajadora, que hizo su labor extremadamente bien. Era una persona de equipo y se dedicaba a lo que hac¨ªa”. Cuando fue detenida y fotografiada, Nowak presentaba una imagen diametralmente opuesta a su retrato oficial como astronauta de la STS-121: ojos desorbitados, desgre?ada, un rostro derrumbado. Su historia ?una astronauta acusada de tentativa de homicidio en el que intervinieron los celos? se apoder¨® r¨¢pidamente de los encabezados de las cadenas de televisi¨®n en todo el mundo. En el interrogatorio, Nowak argument¨® que s¨®lo quer¨ªa hablar con Shipman, hacerle entender su relaci¨®n con Oefelein. Cuando se le pregunt¨® que si cre¨ªa que ayudaba el haber usado un spray antidefensa o llevar una pistola, ella replic¨®: “Eso es est¨²pido”.
Los astronautas son un grupo muy selecto; apenas unas docenas de personas logran ir al espacio. ?Qu¨¦ explicaci¨®n puede darse a un comportamiento como el de Nowak? “Hay una m¨ªstica que considera a los astronautas como superhumanos, pero no lo son”, dice John Pike, prestigioso analista espacial de security.org. Cinco d¨ªas despu¨¦s de que las ruedas del transbordador espacial en el que iba Lisa Nowak tocaran la pista del Centro Espacial Kennedy, el 17 de julio de 2006, la polic¨ªa del condado de San Juan localizaba el cuerpo de un astronauta, Charles E. Brady, en una zona boscosa de la isla de Orcas, en la costa norte del Estado de Washington, un lugar que re¨²ne uno de los est¨¢ndares de vida m¨¢s altos en Norteam¨¦rica. Brady, de 54 a?os, hab¨ªa participado en el vuelo STS-78 en 1996, acumulando m¨¢s de 405 horas en el espacio (nada menos que 18 d¨ªas, la misi¨®n m¨¢s larga de la historia del Shuttle). Era uno de los pilotos m¨¢s condecorados, pero, seg¨²n la polic¨ªa del condado, las heridas que le produjeron la muerte fueron “causadas por ¨¦l mismo”.
El suicidio de Brady ?que padec¨ªa artritis reumatoide? no caus¨® entonces tanto revuelo medi¨¢tico. Quiz¨¢ es el exponente dram¨¢tico que muestra que los astronautas no est¨¢n libres de depresiones. El caso m¨¢s notorio es el de Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna. Tanto ¨¦l como Neil Armstrong eran conscientes de la importancia hist¨®rica del momento, y aun as¨ª contuvieron las emociones y se comportaron como fr¨ªos profesionales. Y sin embargo, Aldrin no pod¨ªa estar preparado para lo que le esperaba en la Tierra a su regreso. Visit¨® 23 pa¨ªses en 45 d¨ªas, dej¨® la NASA y volvi¨® a la Fuerza A¨¦rea, donde hab¨ªa cosechado logros impresionantes como piloto. “No creo que all¨ª supieran qu¨¦ hacer con un tipo que fue a la Luna”, recordar¨ªa muchos a?os despu¨¦s en una entrevista a Psychology Today. Aldrin cay¨® en una depresi¨®n, lo que le llev¨® directamente al alcoholismo: una organizaci¨®n tan famosa como Alcoh¨®licos An¨®nimos cont¨® as¨ª entre sus miembros con uno de los dos astronautas m¨¢s famosos del mundo.
La notoriedad de Aldrin oculta otros casos menos conocidos por el p¨²blico. Las c¨¢maras suelen seguir gloriosamente al astronauta durante la misi¨®n, pero se vuelven hacia otro lado una vez que pisa tierra. David Walker realiz¨® su primer vuelo espacial como piloto en 1984, y repiti¨® la experiencia, esta vez como comandante del transbordador Atlantis, cinco a?os m¨¢s tarde. Poco despu¨¦s de aterrizar, Walker particip¨® en las conmemoraciones de la NASA para celebrar el ¨¦xito de la misi¨®n a los mandos de un caza T-38, en un viaje hacia la capital, Washington. El astronauta se coloc¨® peligrosamente a s¨®lo 30 metros de un avi¨®n de pasajeros. El episodio pudo desembocar en cat¨¢strofe. La NASA justific¨® la imprudencia en forma de error del tr¨¢fico a¨¦reo, pero apart¨® inmediatamente a Walker de las siguientes misiones. Por entonces se supo que el astronauta acababa de divorciarse. ?Simple casualidad? ?Desequilibrios emocionales? La NASA no lo aclar¨®. Levantar¨ªa la prohibici¨®n tres a?os despu¨¦s y Walker pudo volar de nuevo ?dos misiones m¨¢s? antes de retirarse en 1996.
John Blaha fue el tercer estadounidense que visit¨® la desaparecida estaci¨®n Mir. Permaneci¨® all¨ª cuatro meses, lo que le caus¨® una profunda depresi¨®n. As¨ª lo record¨®: “Lo peor era que el veh¨ªculo que me ten¨ªa que llevar a casa no estaba atado a la Mir, y que yo podr¨ªa haber estado a diez millones de a?os luz de la Tierra. En otras palabras, sent¨ªamos que est¨¢bamos as¨ª de separados [en referencia a su familia]”. Para Eleanor O’Rangers, doctora en Farmacia por la Universidad de Maryland y miembro del Proyecto de Nutrici¨®n Integrada y Terap¨¦utica del JSC, los cosmonautas rusos est¨¢n mucho mejor cualificados psicol¨®gicamente que sus hom¨®logos estadounidenses. Los rusos “reconocen que los problemas psicol¨®gicos pueden causar un impacto significativo en el trabajo de la tripulaci¨®n y el ¨¦xito de la misi¨®n”, escribe esta experta en medicina espacial en AdAstra, publicaci¨®n de la Sociedad Nacional Espacial de Estados Unidos. “El programa americano ha ignorado de forma sistem¨¢tica estas consideraciones a la hora de reclutar astronautas y asignar misiones”. Y resume: “Parece que el razonamiento de la NASA es: cualquiera puede aguantar a cualquiera durante dos semanas”, en referencia a la corta duraci¨®n de los trayectos de los transbordadores espaciales.
Lo cierto es que la NASA s¨ª realiza una evaluaci¨®n psicol¨®gica en el proceso de selecci¨®n de candidatos. Jeff Davis, director de la Oficina de Espacio y Ciencia del JSC, indic¨® a ra¨ªz del caso Nowak que los astronautas siguen una revisi¨®n m¨¦dica anual muy cuidadosa “llevada a cabo por un m¨¦dico especializado en medicina aeroespacial. Tambi¨¦n nos interesamos por el estado de las familias, de la esposa”. Pero aqu¨ª parece terminarse la historia. Como explica John Pike, “ahora mismo, el ¨¦nfasis se centra en evaluar a los componentes de la tripulaci¨®n antes de que despeguen, pero el peligro para el astronauta viene despu¨¦s del vuelo”. La vida de un astronauta podr¨ªa resumirse en una preparaci¨®n intens¨ªsima para volar por primera vez (“cuando vas a ejecutar una misi¨®n, dejas los problemas personales a un lado”, en palabras del astronauta Bob Cabana), y luego, una vez cumplido el objetivo, hacer c¨¢balas sobre el futuro. “Es entonces cuando ellos no tienen la expectativa del siguiente vuelo como el foco de su vida”, dice Pike. De acuerdo con el escritor Homer Hickam, antiguo jefe de entrenamiento en el Centro Espacial Marshall, hay un exceso de astronautas ?m¨¢s de 125 s¨®lo en la NASA? y muy pocas oportunidades de vuelo, lo que intensifica la competencia.
Los astronautas de la Agencia Espacial Europea (ESA) pasan una revisi¨®n cada a?o, tanto “f¨ªsica como mental”, informa la divisi¨®n m¨¦dica de la agencia. Y en referencia al caso de Lisa Nowak a?ade: “Abarcar el contexto completo de una vida humana con todos sus factores internos y externos est¨¢ m¨¢s all¨¢ de las capacidades de los doctores. Podemos refinar nuestros m¨¦todos y mejorar las evaluaciones, pero no convertirnos en Dios”.
Los aspectos del car¨¢cter cuentan mucho. La personalidad de los pilotos, un grupo muy compacto, es muy distinta de la de los especialistas, que vuelan en el Shuttle y sin embargo no saben pilotar. Una de las cuestiones principales radica en la mala relaci¨®n que hist¨®ricamente ha enfrentado a los pilotos con los psiquiatras y los llamados cirujanos de vuelo, que se sientan con ellos en las misiones y determinan si son aptos. Tanto ps¨ªquica como mentalmente. Pero ?c¨®mo son los pilotos? El propio Cabana los describe como un grupo “muy unido”, que tiende a aislar los asuntos. Eso s¨ª, siguen la m¨¢xima de la NASA: el fallo no es una opci¨®n.
El perfil encaja con el arquetipo del piloto de pruebas descrito por el escritor norteamericano Tom Wolfe en su ensayo Lo que hay que tener. El candidato entra a formar parte de una cofrad¨ªa en la que “no se catalogaba a los hombres por el rango exterior de alf¨¦reces, tenientes, comandantes o lo que fuesen. No, all¨ª todo el mundo se divid¨ªa entre los que lo ten¨ªan y los que no lo ten¨ªan”. Una de las reglas no escritas, seg¨²n Wolfe, era: “Nunca rechaces una misi¨®n de combate”. Si un astronauta descubre cualquier tipo de debilidad an¨ªmica ante sus superiores, si manifiesta dudas o desconcierto, el temor consiguiente es quedar apartado de la misi¨®n en un ambiente competitivo muy feroz.
“Si alguien necesita ayuda, hay servicios disponibles, y no se le estigmatiza”, asegur¨® Bob Cabana, en referencia al caso de Lisa Nowak. “No se le impide ni se le aparta de futuros vuelos espaciales o asignaciones, es parte de la vida normal y el cuidado de nuestro personal”. Si Nowak sent¨ªa algo que finalmente le hizo arrojar su carrera a la basura, ?por qu¨¦ no pidi¨® ayuda? La NASA (que ha anunciado una revisi¨®n de su forma de evaluar) se vio incapaz de detectar algo an¨®malo en el comportamiento de la astronauta. Para Charles Vick, veterano analista espacial con m¨¢s de 35 a?os de experiencia y experto en cohetes sovi¨¦ticos, los astronautas “est¨¢n bajo una tremenda presi¨®n. Tienes que pensar en un objetivo en la vida, entrenarte durante a?os de forma muy intensiva, y quiz¨¢ nunca lo logres. He visto muchos divorcios y separaciones”. Antes de su viaje a Houston, Nowak acababa de separarse de su marido.
Por otro lado, los “jinetes de caza” descritos por Wolfe, que formaron parte del proyecto Mercury en 1959, ten¨ªan en privado una imagen muy distinta de la proyectada en p¨²blico. Adem¨¢s de ser unos conductores muy imprudentes, amantes de los coches potentes y los derrapes incontrolados, estos primeros astronautas de la reci¨¦n creada NASA “somet¨ªan sus cuerpos a abusos espantosos, en general en forma de grandes borracheras seguidas de pocas horas de sue?o y de mort¨ªferas resacas?”. Gerard Degroot, profesor de historia moderna de la Universidad de Saint Andrews, en Escocia, es el autor del libro Dark side of the Moon (La cara oculta de la Luna), que dibuja, en efecto, una cara sarc¨¢stica y desmitificadora de la carrera espacial. “Los siete primeros astronautas del proyecto Mercury fueron presentados como hombres fieles a sus esposas”, explica a EPS este experto. “Pero sabemos que seis de ellos eran mujeriegos y se comportaban como estrellas de rock. Ten¨ªan mujeres en sus habitaciones casi todo el rato. El ¨²nico que daba la imagen perfecta del boy-scout era John Glenn”.
El mito del astronauta como superh¨¦roe se debe, en parte, al empe?o puesto por la NASA desde sus or¨ªgenes en “proporcionar una imagen p¨²blica muy controlada, a trav¨¦s de una agencia de relaciones p¨²blicas que hoy es a¨²n muy importante”, argumenta Degroot. Los astronautas eran presentados con sus esposas como ejemplo de la familia perfecta. “En los a?os sesenta, si un astronauta se divorciaba, era expulsado del programa espacial” (y por la puerta de atr¨¢s). Degroot a?ade que tanto la agencia como la prensa “se sent¨ªan tan orgullosas de tener a unos h¨¦roes, que estaban dispuestas a encubrir muchas de las cosas que los astronautas hac¨ªan, particularmente los escarceos sexuales”. En su obra detalla una an¨¦cdota citada por el astronauta Gus Grissom, que muri¨® en un ensayo en la misi¨®n Apolo I. Grissom contemplaba los mosquitos de los pantanales del Centro Espacial Johnson y dijo: “Ellos hacen las dos cosas que m¨¢s me gustan en la vida, volar y fornicar al mismo tiempo”.
Los tiempos han cambiado. Aunque, seg¨²n Degroot, la NASA viene “actuando as¨ª desde hace cuarenta a?os”, ocultando las debilidades humanas y los aspectos menos deseables de los astronautas. Quiz¨¢ perdure algo de esa obsesi¨®n por la b¨²squeda del superhombre que explique esa opacidad. Michael Collins, que form¨® parte de la hist¨®rica misi¨®n del Apolo XI ?la que puso a Armstrong y Aldrin en la Luna?, no fue seleccionado de inicio. Recuerda una an¨¦cdota en la que ¨¦l y un grupo de candidatos fueron llevados a una sala de autopsia, donde yac¨ªa el cad¨¢ver de una anciana que hab¨ªa muerto de peritonitis. La prueba, al parecer, consist¨ªa en averiguar quien soportaba mejor el hedor. Un tercio de los aspirantes vomitaron. Cu¨¢l era la relaci¨®n entre aquello y volar al espacio sigue siendo un misterio.
“El tipo de persona que se convierte en astronauta vive una vida casi en el l¨ªmite. Son personas espiritualmente rendidas a la idea del viaje espacial. Es como una especie de religi¨®n. Hay una intensidad emocional, y si algo sale mal, puede desembocar en un comportamiento tan extra?o como ¨¦ste”, dice Degroot, en referencia a Lisa Nowak. Puede que nunca sepamos qu¨¦ fall¨®.
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