La ciudad en invierno
1Me acuerdo del Garc¨ªa M¨¢rquez de sus inicios y de unas l¨ªneas que modificaron discretamente mi concepci¨®n de la escritura, unas l¨ªneas que en su primerizo relato breve Isabel viendo llover en Macondo describ¨ªan la aparici¨®n de un perseguidor en la niebla tropical, una persona invisible que sonre¨ªa en la oscuridad. Esa risa del perseguidor me qued¨® para siempre grabada en la memoria, la recuerdo muy bien. Recuerdo que, tras el largo diluvio que se desploma sobre Macondo durante una semana en la que las personas del pueblo quedan narcotizadas por la lluvia, el tiempo de pronto comienza a cambiar y escampa y se extiende un silencio, una tranquilidad, un estado tan perfecto como imaginamos que debe ser la muerte. En ese silencio misterioso y profundo se oye una voz clara y completamente viva. Luego un viento fresco sacude la hoja de la puerta, hace crujir la cerradura, y un cuerpo "s¨®lido y moment¨¢neo, como una fruta madura", cae profundamente en la alberca del patio. Entonces llegan las frases que subray¨¦ como un loco: "Algo en el aire denunciaba la presencia de una persona invisible que sonre¨ªa en la oscuridad".
Y tambi¨¦n recuerdo c¨®mo el tiempo qued¨® suspendido -tal vez flotando en una niebla ardiente- la tarde en que me encontr¨¦ con otro perseguidor en un texto en el que Garc¨ªa M¨¢rquez, recordando sus d¨ªas juveniles en Par¨ªs, hablaba del d¨ªa en que sinti¨® los pasos en la niebla de un hombre que crey¨® que era un perseguidor, y lo pens¨® as¨ª porque andaba muy escamado y hab¨ªa estado horas calent¨¢ndose en el "vapor providencial de las parrillas del metro" eludiendo los polic¨ªas que le golpeaban en cuanto le ve¨ªan, pues le confund¨ªan con uno de los tantos argelinos a los que masacraban en aquellos d¨ªas en Par¨ªs: "De pronto, al amanecer, se acab¨® el olor de coliflores hervidas, el Sena se detuvo, y yo era el ¨²nico ser viviente entre la niebla luminosa de un martes de oto?o en una ciudad desocupada. Entonces ocurri¨®: cuando atravesaba el puente de Saint-Michel, sent¨ª los pasos de un hombre, vislumbr¨¦ entre la niebla la chaqueta oscura, las manos en los bolsillos, el cabello acabado de peinar, y en el instante en el que nos cruzamos en el puente vi su rostro ¨®seo y p¨¢lido por una fracci¨®n de segundo: iba llorando".
Dos perseguidores: uno invisible en el tr¨®pico, sonriendo en la oscuridad; el otro, llorando en Europa, en la luz fugaz de un puente parisiense. A veces me parece que los dos, atrapados entre la risa y el llanto, son una misma persona, la misma que se encuentra uno cuando lee al Garc¨ªa M¨¢rquez primerizo.
2
Comenzar es muy f¨¢cil. Pero lo malo viene despu¨¦s, cuando hay que seguir dando la talla. Al principio, uno comienza, llega, busca la protecci¨®n de un grupo generacional y se come el mundo. Lo dif¨ªcil viene despu¨¦s, cuando hay que seguir comi¨¦ndose el mundo. Lo m¨¢s dif¨ªcil es mantenerse, y ya no digamos acabar. ?d?n Von Horv¨¢th sol¨ªa decir: "La mayor alegr¨ªa del mundo es comenzar". Pero no pasar¨¢ a la historia por esto, sino precisamente por su manera de acabar. Muri¨® fulminado por un rayo en pleno Champs ?lys¨¦es de Par¨ªs. Von Horv¨¢th fue un caso raro como escritor, porque supo comenzar y acabar.
3
"Al principio era la Palabra. Despu¨¦s la Palabra se volvi¨® incomprensible" (David Foster Wallace, citado por Zadie Smith en un hotel de Liubliana).
4
En el ¨²ltimo d¨ªa de este invierno primaveral recibo inesperadamente en casa La ciudad en invierno (Caballo de Troya, marzo 2007), el t¨ªtulo que me recomendara fervientemente ayer Lolita Bosch por tel¨¦fono. ?Es una casualidad o ella ha actuado para que me lo enviaran? S¨®lo s¨¦ que habl¨¦ ayer con ella los minutos suficientes para felicitarla por sus art¨ªculos, por sus libros y por llamarse como se llamaba. "Suponiendo que te llames Lolita", a?ad¨ª, sin darme cuenta de que con eso estaba dando carta de ley a su apellido.
El invierno primaveral va quedando atr¨¢s, pero para sustituirlo llega este libro con el que ha debutado Elvira Navarro (Huelva, 1978), este libro lleno de invierno aut¨¦ntico y de fr¨ªo y de enfermedad moral: cuatro historias sobre Clara, un personaje esquivo y esquinado, al que no le faltan perseguidores, aunque ella tambi¨¦n persigue mucho, y tal vez por esto se inicia en la vida chocando depravadamente con ella -con ella misma y con la vida- en medio de un paisaje de antiguos cauces crueles de r¨ªos in¨²tiles.
Se dir¨ªa que a este excepcional debut literario lo cruza el fantasma de una idea fr¨ªa, tan impasible como la iniciaci¨®n torcida de Clara a la vida. ?La vida? Elvira Navarro parece tener un don singular para mostrarnos el ¨¢ngulo ofensivo de la misma. Como si ¨¦sta s¨®lo hubiera sido inventada para los que no la viven como la vive la propia vida. En cuanto a la trama y su geograf¨ªa inici¨¢tica, el libro parece emparentado con las obras de Fleur Jaeggy y de Simona Vinci y, como se?ala sagazmente su editor, trae el recuerdo de dos de los mejores relatos de terror de la literatura espa?ola de todos los tiempos: Mi hermana Elba, de Cristina Fern¨¢ndez Cubas, y Siempre hay un perro al acecho, de Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n.
5
La ciudad en invierno tiene una estructura peculiar, como si Satie estuviera el piano: cuatro movimientos desobedientes que nos conducen -como si fu¨¦ramos el perseguidor del ¨²ltimo relato- a la impresi¨®n de estar dando vueltas detr¨¢s de un desvar¨ªo tan implacable y subversivo como aterrador. De la mano de su p¨¦rfida protagonista, Elvira Navarro lo altera todo y desplaza la normalidad hacia una in¨¦dita bo?iga general. Y en algunos momentos -como en el desenlace perfecto del segundo movimiento narrativo- se observa, adem¨¢s, que el talento literario es un don natural de esta autora, que ha escrito un primer libro tan cl¨¢sico como feroz y admirablemente transgresor: la sutil, casi escondida, verdadera vanguardia de su generaci¨®n.
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