Una despedida humilde
Llu¨ªs Llach evit¨® en lo posible la nostalgia en los conciertos de despedida que ha celebrado en Verges
En las afueras de un peque?o pueblo situado lejos de casi cualquier parte menos de la geograf¨ªa emocional de quien se desped¨ªa. All¨ª march¨® Llu¨ªs Llach para despedirse, para hacer un mutis mucho menos concurrido de lo que le hab¨ªan pedido -se habl¨® de un Camp Nou apote¨®sico- y as¨ª mantener vinculaci¨®n con sus ra¨ªces, al fin y a la postre matr¨ªcula de identificaci¨®n que se lleva de por vida. Una enorme carpa situada en mitad del campo, desafiando con su blanca enormidad a la tramontana, marcaba ese punto en que, a partir de este fin de semana, ir¨¢ vinculado el adi¨®s de Llach a las exigencias de la industria musical. Gracias a ¨¦l Verges gan¨® visibilidad sin por ello abandonar sus humildes proporciones.
El estreno de Verges 2007 marc¨® el final del concierto y tuvo que ser el p¨²blico quien entonara L'estaca cuando ¨¦l ya se hab¨ªa ido
Esquiv¨® el pasado, centr¨¢ndose en su ¨²ltimo disco 'i', quiz¨¢ porque entiende que la nostalgia es un sentimiento que gana en la soledad
La imagen de estas dos noches de despedida, a¨²n m¨¢s que en el interior de la carpa en la que las c¨¢maras tomaban al vuelo l¨¢grimas desliz¨¢ndose por las temblorosas mejillas de seguidores emocionados, se produjo por la tarde, en el pueblo que vio nacer a Llach hace 59 a?os. En uno de los bares, repletos de forasteros que daban cuenta de bocadillos y caf¨¦s con los que entonar un cuerpo enfriado por el atardecer, dos ancianos en un rinc¨®n del establecimiento miraban con serenidad el ir y venir de la clientela. En sus inmutables miradas parec¨ªan indicar que el ajetreo de su bar les imped¨ªa escuchar la televisi¨®n. Los pueblos, esos pueblos a los que canta Llach cantando al suyo, tienen ese aire de inmutabilidad propiciado por siglos en los que casi nunca ha pasado nada fuera de lo com¨²n.
Y este fin de semana pasaban muchas cosas fuera de lo com¨²n. Dirigiendo el tr¨¢fico hab¨ªa m¨¢s polic¨ªa auton¨®mica que cuando se manifiestan los miembros de la Plataforma Salvem l'Ampurd¨¤, receptores de parte de la recaudaci¨®n de los conciertos de Llach. En los bares se triplicaba el personal, se serv¨ªan caf¨¦s en vasos de pl¨¢stico y antes de solicitar la consumici¨®n era preciso pagarla en caja, igual que en los festivales al aire libre. La iglesia del pueblo, con su espl¨¦ndido ¨¢bside rom¨¢nico, se manten¨ªa abierta incluso habiendo oscurecido y as¨ª era objeto de incesantes miradas tur¨ªsticas, mientras que los lienzos de muralla medieval despertaban constantes admiraciones entre esa marea de bienintencionados e ingenuos aduladores de lo desconocido que se llaman turistas. Todo era igual que siempre, pero Llach hab¨ªa tra¨ªdo forasteros que agitaban la postal.
Luego Llach les agit¨® a ellos, pero por dentro. Artista singular que a lo largo de su carrera ha sabido decir sus verdades en clave de caricia y no de pu?etazo, Llach mantuvo ese aire de singularidad hasta el final. ?l sab¨ªa que pod¨ªa sumergirse en la apoteosis, que pod¨ªa ser all¨ª mismo beatificado por su p¨²blico, que pod¨ªa fundir sensibilidades y tersar arrugas acudiendo a un repertorio de intenci¨®n retrospectiva. Hubiese sido razonable trat¨¢ndose de su despedida, cualquier otro lo hubiese hecho, pero cualquier otro no es Llu¨ªs Llach.
Viviendo el presente como otorgador de vigencia, esquivando el pasado quiz¨¢ porque Llach entiende que la nostalgia es un sentimiento que gana en la soledad, evocado a voluntad por quien as¨ª lo desea, su repertorio del viernes -ayer el concierto fue m¨¢s largo e hizo alguna concesi¨®n m¨¢s- esquiv¨® muchos lugares comunes y se lanz¨® a tumba abierta por la actualidad de su ¨¢lbum i, que interpret¨® de cabo a rabo. No s¨®lo eso, sino que conmovido por la excepcionalidad del acto, Llach no se resisti¨® a estrenar Verges 2007, una pieza reci¨¦n compuesta en la que narra sus sentimientos m¨¢s recientes. Esta continuaci¨®n natural de Verges 50, una suma de recuerdos de pueblo, insin¨²a que, por mucho que Llach se retire, la conversi¨®n en canciones de sus estados de ¨¢nimo e ideas dif¨ªcilmente se detendr¨¢. Este Verges 2007 marc¨® el final del concierto y como el p¨²blico se resist¨ªa a marchar sin haber escuchado L'estaca, ¨¦l mismo la cant¨® cuando Llu¨ªs ya hab¨ªa abandonado el recinto.
Antes hab¨ªan sonado 19 canciones introducidas con la precisi¨®n, ternura y afilada agudeza propias de alguien macerado en un ambiente de capellanes progres. Dirigi¨® dardos a la derecha, a la falta de humanidad de nuestros d¨ªas, a la globalizaci¨®n de conciencias que extinguen la singularidad, a los responsables de las muertes de Vitoria que le movieron a componer Campanades a mort y a todos aquellos responsables de construir un mundo tan inhumano como el actual.
Pero Llach dedic¨® mucho m¨¢s tiempo a las cosas que le gustan; cosas como la dignidad de los exilados republicanos que conoci¨® en Francia; los recuerdos de la infancia con esos martes de mercado en Verges en los que el fr¨ªo condensaba la respiraci¨®n de los animales de tiro; esa tramontana que produce una luz inigualable en los ins¨®litos cielos azules del Ampurd¨¢n; su siempre presente madre y aquellas piedras que le puso en el bolsillo un d¨ªa ventoso; los poetas que sirven de faro en los tiempos de confusi¨®n y esa Catalu?a que jam¨¢s ha ganado una guerra importante y que, por lo tanto, existe sin haber precisado destruir a otros... En suma, pensamientos y sentimientos de un hombre que se defini¨® "de izquierdas y nacionalista radical", t¨¦rminos que en ¨¦l se asocian a defensor de la justicia social y de toda diversidad.
Fue el concierto de un artista en permanente viaje a ?taca, isla que jam¨¢s alcanzar¨¢, pero que no le evitar¨¢ el placer de continuar busc¨¢ndola. Sabe que M¨¦dicos Sin Fronteras o Salvem l'Ampurd¨¤ quiz¨¢ no evitar¨¢n m¨¢s muertes y cemento sobre campos v¨ªrgenes, pero se siente obligado a colaborar en lo que entiende resulta justo. Eso es lo que hizo Llach en el primero de sus conciertos de despedida: ser justo consigo mismo y despedirse haciendo el menor ruido posible. Los ancianos que miraban la tele se lo agradecer¨¢n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.