Second Galicia
Arrasa en Internet en los ¨²ltimos a?os. Adem¨¢s es un gran negocio para sus promotores. Se trata de Second Life, un juego virtual en el que uno puede participar viviendo una segunda vida cibern¨¦tica. Se autocrea otro yo y se pueden comprar propiedades, ganar dinero, tener sexo, cambiar de f¨ªsico, etc¨¦tera. Pero, como ya todos pueden imaginar, en realidad, lo que se impone es una segunda mala vida. Las drogas, el sexo y el placer (a lo mejor no es tan mala esa vida) son los objetivos m¨¢s descaradamente deseados por los usuarios. A tu doble digital se le denomina "avatar" y es el sujeto actuante de todo ese laberinto paradis¨ªaco de vicio y de silicio.
Vivimos en la sociedad de la informaci¨®n y del culto (si acaso supersticioso, como todos los cultos) a las nuevas tecnolog¨ªas. Me atrevo a pensar que la Xunta de Galicia deber¨ªa poner en marcha, emulando al Second Life, un servicio web para acceder a la Second Galicia, una segunda Galicia que tendr¨ªa el doble valor terape¨²tico y de higiene colectivas de conjurar toda nuestra malicia comunitaria y, para otros visionarios, servir¨ªa como sublimaci¨®n de todos los proyectos de pa¨ªs, los sensatos y los insensatos, los "con raz¨®n" y "sen ela". Durante el franquismo la iron¨ªa popular respond¨ªa a lo de "Espa?a, una, grande y libre" con aquello de "Espa?a es una, porque, si hubiese otra, estar¨ªamos todos en la otra". ?C¨®mo ser¨ªa y c¨®mo ser¨ªamos si nos diesen la oportunidad de perdernos en otra Galicia, una segunda Galicia, siquiera fuese virtual? ?Nos quedar¨ªamos en ella? ?Ser¨ªamos una colectividad m¨¢s cohesionada?
Para empezar, nos tendr¨ªamos que poner de acuerdo en su nombre: ?Second Galicia o Second Galiza? Podr¨ªamos decidir su lengua, su divisi¨®n territorial interna (o provincias con sus respectivas diputaciones o comarcalizaci¨®n), el urbanismo, la pol¨ªtica agr¨ªcola y forestal. En Second Life hay money trees: si sacudes esos ¨¢rboles, caen d¨®lares y no manzanas. Quiz¨¢s la mayor ventaja ser¨ªa precisamente la de poder comenzar de cero a construir una Galicia generosa y feliz, pero no cabe duda de que ese v¨¦rtigo introducir¨ªa un desasosiego en determinados grupos de presi¨®n que, como ya est¨¢ ocurriendo con el par¨®n obligado que la Xunta ha instaurado en la construcci¨®n en el litoral, ir¨ªa desvertebrando el proyecto virtual y ah¨ª comenzar¨ªa el caos, y seguramente la hegemon¨ªa de la malicia y la perversi¨®n.
Con todo, insisto, esa Galicia virtual deber¨ªa suponer un servicio al pa¨ªs tanto cual desahogo inocuo para los peores instintos, como excitador de la creatividad de todos y cada uno para imaginar el pa¨ªs que queremos o so?amos. En los ¨²ltimos a?os hemos renunciado incluso a las utop¨ªas pr¨®ximas.
En tiempos del presidente Laxe, recuerdo, se hab¨ªa vuelto a hablar del viejo mito galleguista de Dinamarca o Irlanda como modelos de la Galicia deseable, pero triunf¨® el modelo Baviera que Fraga impuso como justificaci¨®n ret¨®rica de su larga hegemon¨ªa. Si acaso, la obsesi¨®n por las infraestructuras sustituy¨® ese horizonte de ideaci¨®n colectiva. ?sa s¨ª que es una superstici¨®n, la de pensar que algo que es de justicia hist¨®rica (que Galicia tenga unas comunicaciones dignas como el resto de Europa) supondr¨ªa por s¨ª mismo el desarrollo de la econom¨ªa productiva. Es como pensar que la instauraci¨®n de la Seguridad Social en un pa¨ªs que no la tuviese anteriormente eliminar¨ªa el c¨¢ncer de ra¨ªz.
Yo no s¨¦ si es radicalmente positivo que cada ciudadano tuviese la oportunidad de elaborar su utop¨ªa, pero estamos enfermos de pragmatismo y resignaci¨®n posibilista. Seamos realistas, pidamos lo imposible. Esa consigna del mayo franc¨¦s bien podr¨ªa restaurar entre nosotros ese coraje necesario para lograr conquistas cercanas a la igualdad. Ese coraje, debidamente dosificado con la melancol¨ªa que de natural antropol¨®gico ya poseemos los gallegos, modelar¨ªan un futuro que ser¨ªa cualquier cosa menos totalitario y excluyente. Sobre todo, si logr¨¢semos que los incendiarios, los prevaricadores, los adictos a la uralita y la especulaci¨®n existiesen s¨®lo virtualmente y como exorcismo en esa Segunda Galicia.
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