?La alegr¨ªa del Domingo de Ramos?
Malos tiempos augura este momento para los cat¨®licos. Porque el Papa no hace lo que parec¨ªa que iba a ocurrir al mostrar hace pocos a?os la intenci¨®n de acomodar la estructura de la Iglesia a los nuevos deseos razonables de los creyentes cat¨®licos.
Y no est¨¢ ocurriendo as¨ª.
Por eso no vamos a poder celebrar el Domingo de Ramos los cat¨®licos con alegre acogida como hicieron los seguidores de Jes¨²s, que recibieron una religi¨®n salvadora, que no deb¨ªa poner obst¨¢culos a las satisfacciones leg¨ªtimas de la vida, y a las cosas positivas que abren nuevos caminos y soluciones a nuestro mundo. Y, en cambio, Benedicto XVI a la complicada vida que vivimos no intenta mejorarla.
A m¨ª, como al te¨®logo progresista Hans K¨¹ng, se me difuminan las esperanzas de arreglar la obsoleta instituci¨®n que se ha hecho de la Iglesia de Roma. Los peque?os detalles reformistas realizados son un grano de arena en la inmensa playa que se ha convertido la estructura religiosa que no nos deja caminar con holgura a los creyentes. Por eso no estamos en la mejor disposici¨®n para celebrar ese d¨ªa.
El Papa considera innegociables cosas hasta ahora discutidas teol¨®gicamente
Yo ten¨ªa una gran ilusi¨®n en estas abiertas confesiones que el te¨®logo Ratzinger hizo pocos a?os antes de ser Papa, sobre todo al periodista alem¨¢n Seewald, en el libro Dios y el mundo. Le¨ªdas ahora estas y otras declaraciones de esa ¨¦poca, sorprende que no se acuerde de ellas aquel te¨®logo, convertido en Sumo Pont¨ªfice. Lo l¨®gico hubiera sido que las hubiera aplicado, al no tener nadie por encima de ¨¦l para imped¨ªrselo.
Dijo Ratzinger que lo llamado cat¨®lico no es inmutable, y debemos no exagerar lo que exige el catolicismo, pues son pocas las verdades cristianas definitivas. Eso ha ocurrido con la distinta manera de entender el papado en los veinte siglos de su existencia. Ni ¨¦l ni el gran te¨®logo Karl Rahner lo ocultaron.
La estructura de la Iglesia necesita una renovaci¨®n de la Curia romana, que deje mayor libertad a los diferentes cat¨®licos, para que no se sientan dominados por esa Curia y decidan sin tener siempre que esperar a lo que dice Roma. Yo recuerdo la sorpresa de los obispos cat¨®licos de rito oriental, en el Concilio Vaticano II, que no comprend¨ªan ese af¨¢n de mando romano.
Tuve la ocasi¨®n de hablar en el transcurso del citado Concilio con el famoso Patriarca cat¨®lico melquita Maximos IV, y su auxiliar, el arzobispo Ebelby, que estaba en contra de una Iglesia piramidal, en la que todo partiera de arriba y no se tuviera en cuenta la fe de los fieles al tomar ciertas decisiones.
No es la severidad, sino la condescendencia, la t¨®nica de los primeros siglos cristianos. Primaba el amor y no el ordeno y mando, y san Ignacio de Antioqu¨ªa consideraba as¨ª al Papa como el que ten¨ªa "El Primado en el amor", cosa bien distinta del af¨¢n inquisitorial que hoy perdura, no dejando suficiente libertad de pensar a los te¨®logos, como le ha pasado al jesuita latinoamericano Jon Sobrino.
Roma no quiere que pensemos, sino que callemos a todo lo que manda.
Ratzinger pensaba tambi¨¦n en esos a?os que debemos atender m¨¢s a los hallazgos de la ciencia m¨¦dica y gen¨¦tica, sin apresurarse los obispos, como ocurre en Espa?a, a prohibir toda novedad sin esperar a que se aclare m¨¢s la ciencia.
Y pensaba que el cristianismo en Europa disminuye, yo pienso que es por el autoritarismo eclesi¨¢stico que no sabe ponerse al d¨ªa. Y que tampoco cambia en su modo de hablar y de considerar al seglar, que no nos considera mayores de edad como quer¨ªa sin embargo el Vaticano II.
Ratzinger lleg¨® a decir a Seewald que deb¨ªa haber en la Iglesia distintos tipos de adhesi¨®n y participaci¨®n, porque la Iglesia no puede ser un grupo cerrado. Cre¨ªa que a nuestra Iglesia le faltaba m¨¢s imaginaci¨®n, pues pienso yo que para los que asistimos a misa la liturgia necesita una renovaci¨®n, pero no con esos c¨¢nticos horteras y las aburridas homil¨ªas que hablan de la luna sin poner los pies sobre la tierra.
Pensaba el actual Papa que la Iglesia requiere una profunda transformaci¨®n para acoplarse a la crisis religiosa occidental, y a la influencia de otras culturas como la india o la china. ?l entonces no cre¨ªa que deb¨ªa existir la uniformidad de lo cat¨®lico.
Lo que he dicho se corrobora con las valientes palabras de Ratzinger dirigidas al S¨ªnodo de obispos de Asia celebrado en 1998, en el cual dijo: "Existen motivos reales para temer que la Iglesia puede tener demasiadas instituciones de derecho humano, que acaben convirti¨¦ndose despu¨¦s en la coraza de Sa¨²l que imped¨ªa al joven David caminar".
Pero todo ello se ha esfumado con el reciente documento de Benedicto XVI titulado El Sacramento de la Caridad, en el cual invita a los obispos a la lucha ideol¨®gica y dice algo muy grave: que el catolicismo no radica en el di¨¢logo ni la tolerancia; lo contrario que hab¨ªa sostenido el papa Pablo VI en su Enc¨ªclica inicial, que ped¨ªa el di¨¢logo dentro y fuera de la Iglesia.
Y considera innegociables cosas hasta ahora discutidas teol¨®gicamente, como la estricta indisolubilidad del matrimonio, que es doctrina todav¨ªa no definida infaliblemente, o el divorcio, que fue admitido por seis Papas en la historia de la Iglesia y es costumbre antiqu¨ªsima en la Iglesia Ortodoxa por causa de adulterio.
Llama el Papa la atenci¨®n de los pol¨ªticos cat¨®licos para que impidan leyes que en una democracia son decisi¨®n mayoritaria admitida, pues ya nuestros grandes te¨®logos espa?oles del Siglo de Oro pensaron que la ley civil es independiente de la moral cat¨®lica, pues no es esa su funci¨®n esencial, sino la convivencia nada m¨¢s. Adem¨¢s, la ley no nos obliga a realizar lo que ella permite, sino s¨®lo a vivir en paz pensemos lo que pensemos, y a respetarnos mutuamente.
?Es el fin del Domingo de Ramos?
E. Miret Magdalena es te¨®logo seglar y autor de Creer o no creer (Aguilar).
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