La hora de la tradici¨®n
Empieza el peor ciclo del calendario andaluz, el de los cirios, el albero, la sangre de los toros y el humo de los altares. Pasamos de los capirotes al traje de volantes, de la penitencia de rodillas al olor a bo?iga de caballo en el real de la feria. Toda Andaluc¨ªa se ve afectada por un ataque de tradicionalismo y de las jons, regado con vino fino y seven up o a palo seco, que tanto da. De la saeta al tendido de sol, de las moscas de las plazas de toros al calor de las casetas, del sudor de las corridas al de las sevillanas. Todo sea por la sacrosanta tradici¨®n. Aparece la peor Andaluc¨ªa, la de la pandereta, la tierra de Mar¨ªa Sant¨ªsima, la del folklorismo sevill¨ª que dijo Luis Antonio de Villena, la barroca y hedonista, la de Los Morancos, la que gusta en las televisiones de medio mundo. Parece que en primavera nadie trabaja en Andaluc¨ªa, porque vamos del costal al sombrero de ala ancha. Todo es fiesta, todo diversi¨®n, la vida en la calle al relente de la primavera. Luego nos quejaremos de los t¨®picos de graciosos y vividores, pondremos el grito en el cielo si sale en la televisi¨®n un portero o una chacha con acento andaluz. Nos rebelaremos si alguien nos pide un chiste, unas palmas o unas coplas para alegrarle la vida a cualquier enterado de Madrid o alrededores, que todos los que vienen del norte de Despe?aperros son de Madrid, claro que s¨ª. Si no sabemos cantar, bailar, beber, contar chistes o re¨ªr somos unos malajes, que viene de mal ¨¢ngel, es decir, sin gracia ninguna. Y no tener gracia en Andaluc¨ªa es un grave delito penado con destierro, extra?amiento o cosas peores. En estos instantes unos se?ores vestidos del ku-kux-klan habr¨¢n asaltado para s¨ª las calles de Andaluc¨ªa, dejando todo perdido de cera, pipas y ruido, un botell¨®n piadoso. Pero el legislador fue benigno con los capillas y castig¨® a los honrados ciudadanos que quieren trabajar y descansar en sus casas o que van de un lugar a otro en cualquiera de sus ciudades. Y como se le ocurra quejarse, cuanto menos sufrir¨¢ una sonora pitada en cualquier esquina mientras la polic¨ªa local garantiza el orden procesional a la vista de una legi¨®n de comedores de pipas bajo la advocaci¨®n de una Virgen Dolorosa y la atenta mirada de miles de capirotes en un decorado de lujo ajeno a cualquier realidad de escasez que pudiera haber entre la grey. Esa es la realidad, pero no menos cierto es que los que se quejan de la escasez no guardan recato a la hora de gastarlo en cuchipandas antes o despu¨¦s de las procesiones, nadie repara en gastos a la hora de comprar esos estrafalarios trajes femeninos durante la feria o en pagar ingentes sumas de dinero por unos platos de asquerosa fritanga. Es la tradici¨®n del sur, gastar sin tasa cuando llegan las fiestas a la vez que uno se queja de lo mal que le van las cosas. Las paradojas de la tradici¨®n. El irresistible influjo de lo popular, el onanismo del que gusta de incienso, lonas, pasodobles taurinos y romer¨ªas, que no pare la m¨²sica, que no cese la fiesta, viva la Virgen, viva Sevilla y ol¨¦, viva Triana.
Los cl¨¢sicos hablaban de fiestas de la primavera, del olor a azahar y del entusiasmo devoto del pueblo andaluz. La gente fuera de Andaluc¨ªa tiende a pensar que aqu¨ª no trabaja nadie, que todos vamos por la calle con botos, traje corto y sombrero cordob¨¦s, que en cualquier esquina se jalean unas palmas, que nunca dormimos y que el combustible de nuestra vida es el vino fino y el pesca¨ªto frito. Nadie est¨¢ dispuesto a entender, fuera de nuestra tierra, que la mayor¨ªa de los andaluces estamos ajenos a tanta devoci¨®n, tanta fiesta y tanta identidad. Que o¨ªmos el rasgueo de una guitarra o los clarines de una plaza y nos echamos a temblar. Que la mayor¨ªa de la gente est¨¢ a su trabajo, a su familia y a sus cosas y s¨®lo en contadas ocasiones est¨¢n en la fiesta y la juerga, por muy gratuito que sea el repetitivo espect¨¢culo de la Semana Santa y muy patri¨®tica que sea una feria o una corrida. La verdadera patria es el trabajo y el quehacer cotidiano. No s¨¦ si la ilustraci¨®n llegar¨¢ de una vez a Andaluc¨ªa o seremos capaces un d¨ªa de sacudirnos los t¨®picos.
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