Contingencia y obscenidad
En octubre de 1957 el r¨ªo Turia se desbord¨® y arras¨® las viviendas que jalonaban sus riberas a su paso por Valencia. Por dar una cifra oficial, las autoridades dieron la de 81 muertos y mencionaron que m¨¢s de cuatro mil personas hab¨ªan quedado sin vivienda. ?Ah, la naturaleza! ?Oh, el destino! Poco m¨¢s tarde se iniciar¨ªa la gigantesca empresa de desviar el cauce del r¨ªo a su entrada en la ciudad, despu¨¦s de concluir que las crecidas s¨²bitas y peri¨®dicas de aqu¨¦l, propias del r¨¦gimen mediterr¨¢neo de precipitaciones, permit¨ªa presagiar la repetici¨®n del acontecimiento en fecha tan incierta como segura. En la Espa?a de aquel entonces nadie pidi¨® responsabilidades. ?A qui¨¦n hacerlo? ?Con qu¨¦ motivo? S¨®lo algunos, el alcalde de Valencia, Tom¨¢s Trenor, y el periodista Mart¨ªn Dom¨ªnguez, lamentaron la falta de diligencia oficial en atender la desgracia y fueron obligados a dejar la alcald¨ªa y el peri¨®dico que el segundo dirig¨ªa.
Hoy retorna el mundo de la contingencia con la cat¨¢strofe sucedida hace nueve meses en la l¨ªnea 1 del metro de Valencia, el ferrocarril suburbano que atraviesa la ciudad y acerca a multitud de pasajeros, y que un d¨ªa de verano transport¨® el dolor y la desesperanza con el resultado rotundo de 43 muertos y 47 heridos.
Mala suerte, pensaron algunos, que en a?o preelectoral le sucediera esta desgracia al Consell, mientras preparaba la visita papal y los veleros de la Copa del Am¨¦rica dibujaban una bonita estampa en el litoral. Mala suerte, la de los viajeros que tomaron el metro el d¨ªa inadecuado, en la mala hora, en la l¨ªnea del traqueteo especial al atravesar cierto tramo sobre el que bromeaban los pasajeros. Una fatalidad mayor, la mayor de las fatalidades hizo que ese convoy estuviera destinado a entrar en la famosa curva a una velocidad superior a la razonable, a saltar los ra¨ªles y a colisionar con el muro de hormig¨®n, a no encontrar la baliza que hubiera amortiguado el feroz impulso del tren, seg¨²n sostienen los t¨¦cnicos y recoge un auto judicial que los familiares han percibido fr¨ªo como la hoja que hiere sus esperanzas de justicia; baliza que de todos los que pod¨ªan decidir su instalaci¨®n, nadie hab¨ªa acordado hacerlo. ?Viajan en metro los directivos de la compa?¨ªa de Ferrocarriles de la Generalitat? ?Lo hacen habitualmente los ingenieros que perciben sus haberes de esa instituci¨®n? ?Cu¨¢ndo viaj¨® por ¨²ltima vez en metro el conseller de Infraestructuras y Transportes? ?Cu¨¢ntos consellers lo utilizan en sus horas y d¨ªas de asueto?
Los portavoces de las organizaciones empresariales, erigidos en portavoces de la sociedad civil, peri¨®dicamente reclaman mejores infraestructuras: se quejan del retraso en la construcci¨®n del AVE que un gobierno central prometi¨® un d¨ªa y dej¨® el poder ocho a?os despu¨¦s con apenas 46 kil¨®metros en obras; solicitan autov¨ªas y piden una soluci¨®n de futuro a la expansi¨®n del puerto de Valencia, conscientes de la competencia de su explotaci¨®n deportiva, l¨²dica e inmobiliaria; protestan por la nueva Terminal de Manises apenas ha sido ampliada. Todas son v¨ªas de progreso, en su opini¨®n insuficientemente respaldadas por el Gobierno central. Todas son v¨ªas de superficie. El suburbano, como si de una canci¨®n de Joan Manuel Serrat se tratara, es asunto de otros, de gente corriente que acude de sus hogares al trabajo y a la universidad, de amas de casas que mueven los labios mientras viajan hablando consigo mismas de sus problemas y los encargos que esperan cumplir, de jubilados que aprovechan sus bonificaciones para observar a empleados, estudiantes, amas de casa, emigrantes buscadores de empleo, rateros de tres al cuarto, funcionarios entre horas, todos ocupados o escapando de las ocupaciones que ellos han dejado atr¨¢s.
La respuesta de los poderes p¨²blicos a la cat¨¢strofe del metro nos ha convertido la vida de los valencianos en pura contingencia, en una posibilidad de que las cosas sucedan de un modo determinado o en el ¨²ltimo instante se entreguen en brazos del azar. La noci¨®n de previsi¨®n ha quedado reducida a una buena intenci¨®n sin consecuencias ciertas. De modo que existe un modo de razonar poco provisorio que devuelve a la Providencia nuestro destino, el c¨¦lebre juego de dados que, seg¨²n Einstein, aqu¨¦lla hab¨ªa dejado. Y al destino parece encomendado cada uno de los peque?os pasos que nosotros, seres insignificantes en la inmensidad del universo, damos a lo largo de la existencia. Es algo as¨ª como el retorno al pensamiento m¨¢gico pre y tridentino, ajeno todav¨ªa al razonamiento l¨®gico cartesiano, cient¨ªfico, donde a ciertas causas corresponden determinados efectos, donde ante ciertos errores o negligencias hay responsables identificados, rasgo espec¨ªfico de las Administraciones modernas en los pa¨ªses desarrollados.
El todav¨ªa conseller de Infraestructuras y Transporte recibi¨® finalmente a los familiares y en el curso de la audiencia les reproch¨® que utilizaran con fines pol¨ªticos a los muertos y heridos habidos en un medio de transporte de titularidad p¨²blica. El discurso de los neoconservadores norteamericanos apela al "conservadurismo compasivo" para explicar por qu¨¦ los pobres de solemnidad mantendr¨¢n alguna asistencia cuando se haya liquidado el Estado de Bienestar. El discurso de la Generalitat Valenciana que preside el se?or Camps en ning¨²n momento se propuso mostrarse compasivo ante la demanda de dignidad y responsabilidad de unas personas que hab¨ªan perdido a seres queridos o, lo que resulta m¨¢s complejo, en lugar de convivir con un trauma han de armarse del coraje que exige reanudar la vida despu¨¦s de la terrible experiencia y han de convertir las secuelas en una diferencia m¨¢s, en una sociedad en la que todos somos distintos.
Despu¨¦s de la cat¨¢strofe del 3 de julio de 2006 del metro de Valencia -me resisto a llamarlo "accidente" (hecho casual, fortuito: fortuito es hallarse ah¨ª, en el convoy fatal y en el momento fat¨ªdico), en dejarlo en una fecha (3-J) que pronto se confundir¨¢ con otra tragedia singular o una cita electoral, o a invocar el nombre de la estaci¨®n en cuyas inmediaciones la muerte se visti¨® de macabro revisor-, despu¨¦s de aquella cat¨¢strofe, dec¨ªa, la pol¨ªtica se nos ha hecho obscena y lo que ten¨ªamos por dignidad moral apenas parece un ejercicio de cobard¨ªa.
Este 3 de abril, nueve meses despu¨¦s de la mayor cat¨¢strofe que esta ciudad ha vivido en el ¨²ltimo medio siglo, en la segunda mayor de su historia reciente en tiempos de paz, se nos invita a marchar por las calles de Valencia, de la estaci¨®n de Jes¨²s al Palau de la Generalitat. ?D¨®nde estar¨¢ a esa hora su inquilino? El tiempo de duelo ya ha pasado pero permanece la indignaci¨®n por la indiferencia de los responsables directos y superiores, que han tenido la oportunidad de expresar su lado m¨¢s humano y solidario, o el m¨¢s consecuente con el ejercicio de sus funciones p¨²blicas, y lo han dejado pasar.El autor lamenta que la respuesta de los poderes p¨²blicos,
carentes de previsi¨®n, a la cat¨¢strofe del suburbano
convierta la vida de los valencianos en "pura contingencia"
Jos¨¦ A. Piqueras es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universitat Jaume I.
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