La revoluci¨®n cumple 10 a?os
Tiger Woods reinvent¨® el golf en 1997 y convirti¨® en prehistoria todo lo sucedido antes
En el Augusta National Golf Club, el campo de golf m¨¢s adorable, m¨¢s adorado por los aficionados, donde hoy comienza el 71? Masters, todo parece llevar siglos en el mismo lugar. Los ¨¢rboles, las caba?as, las banderas, los marcadores, la sala de prensa y los polic¨ªas. Pero una persona que haya estado seis o siete a?os sin acudir no reconocer¨ªa ahora el lugar. En el Masters, un torneo inventado en 1934, en plena depresi¨®n, por un club que buscaba a toda costa publicidad para atraer socios y que parece el m¨¢s antiguo de todos los grandes siendo como es el m¨¢s joven, a¨²n se habla con la misma intensidad del florecimiento de las azaleas que de las transformaciones gigantescas llevadas a cabo en el campo para alargarlo, para complicarlo, para conseguir que, cambi¨¢ndolo todo, todo siga siendo igual.
Quiz¨¢s, al final, sea todo un espejismo, falsas ilusiones. Nada es igual que antes.
Hace diez a?os, Tiger Woods reinvent¨® el golf batiendo todos los r¨¦cords del Masters. A partir de entonces, el mundo del golf, un deporte que parec¨ªa congelado en el tiempo, ha girado tan deprisa que todo lo que ocurri¨® simplemente un a?o antes parece no ya historia, sino prehistoria.
Y para corroborarlo no hace falta hablar de que Arnold Palmer, el legendario, ya tiene 75 a?os y ha aceptado el papel de dar el golpe de honor. Bastaba sencillamente pasarse el martes por la noche por la cena de los campeones y contemplar la sonrisa cansada con la que posaban para una foto de recuerdo Seve Ballesteros, Nick Faldo, Ian Woosnam, Sandy Lyle y Bernhard Langer, los fabulous five, los cinco magn¨ªficos que en los a?os 80 y los primeros 90 convirtieron a Europa en el centro del golf. Los cinco est¨¢n ya a un paso de empezar a cumplir 50 a?os. Y, exceptuando al alem¨¢n Langer, quien sigue proclamando que su fe en Dios es el secreto de su longevidad como jugador, ninguno tiene ya ilusiones de volver a ser algo m¨¢s que recuerdos hermosos. Y hasta Faldo, el ingl¨¦s que gan¨® su tercer Masters en 1996, ha renunciado a jugar este a?o a cambio de un millonario contrato para comentarlo para la CBS.
"Yo marqu¨¦ toda una ¨¦poca, la de los a?os 80", recuerda Ballesteros, que vuelve al Masters despu¨¦s de no haber competido en los ¨²ltimos tres a?os. Es su primer torneo despu¨¦s del Open Brit¨¢nico, en julio pasado. "Pero desde entonces todo ha cambiado. Han cambiado los campos, el material y, sobre todo, los jugadores, que son m¨¢s atl¨¦ticos. A m¨ª me dec¨ªan que no era bueno para el golf hacer ejercicio fuerte, ni pesas, ni nataci¨®n, ni nada... Si hubiera hecho caso omiso de esos consejos, quiz¨¢s mi espalda no me fastidiar¨ªa tanto como ahora me fastidia".
El as europeo de la siguiente generaci¨®n, Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal, que acaba de cumplir los 41, deber¨ªa ser entonces, en este panorama, el padre que intenta por todos los medios ponerse a la altura de los hijos, haciendo lo que ellos, y lo consigue a veces y fracasa otras. Pero siempre siendo el padre, que fue el papel que le asign¨® Woods en 1995, cuando su primera visita a Augusta, un chavalillo amateur de 19 a?os que recibi¨® de Olaz¨¢bal, ganador en 1994 y, por lo tanto, designado su mentor, las primeras lecciones para el Masters.
"En aquellos a?os s¨®lo hac¨ªamos ejercicio aer¨®bico, nada de pesas, y mira c¨®mo est¨¢n ahora todos", dice el vasco, que en 1999 gan¨® su segundo Masters, vedado desde entonces para los europeos. "Todo ha girado hacia la potencia. Pero es que, adem¨¢s, los jugadores son m¨¢s completos. La pegan fort¨ªsimo y luego son capaces de jugar bien alrededor del green". Olaz¨¢bal ve¨ªa venir la revoluci¨®n e intent¨® hace un par de a?os ponerse a la altura, pero, pese a sus esfuerzos en el gimnasio, con las pesas, con toda la artiller¨ªa moderna de las salas de musculaci¨®n, su cuerpo, que ha encontrado el m¨²sculo y perdido el swing, un cuerpo que llamar¨ªa la atenci¨®n por atl¨¦tico en el panorama de hace 15 a?os, no pasar¨ªa el corte comparado con lo que se estila, espaldas de culturistas, pectorales de levantadores de peso, traseros escurridos, en los jugadores de la ¨²ltima generaci¨®n, los que han seguido y aumentado la senda de Woods.
"Los chicos que empiezan ahora con el golf son m¨¢s j¨®venes, m¨¢s atl¨¦ticos, m¨¢s grandes, m¨¢s fuertes, m¨¢s r¨¢pidos... Algunos vienen del b¨¦isbol, o del f¨²tbol, o del baloncesto, o sea, no son estrictamente hablando golfistas. Son deportistas, vienen de esos otros deportes y afirman '?sabes?, me gusta m¨¢s el golf", reflexiona Woods, ganador de cuatro Masters en doce participaciones. "Y en mis tiempos, cuando yo era j¨²nior, eso no pasaba. El golf era considerado un deporte de debiluchos. Se despreciaba y nadie lo jugaba. No era un deporte de hombres. Pero en la nueva visi¨®n no he influido s¨®lo yo. Ha ayudado m¨¢s, por ejemplo, el hecho de que Michael Jordan, un icono para todo, juegue al golf. Si a ¨¦l le gusta, seguro que es interesante, piensan".
Pese a todos los esfuerzos, sin embargo, una cosa no ha cambiado en el golf mundial: como en 1997, diez a?os despu¨¦s, Woods sigue siendo el ¨²nico jugador afroamericano en el circuito de la PGA norteamericana.
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