Teor¨ªas del terror
El terror es un juego serio. Tanto en la "destrucci¨®n mutua asegurada" de la guerra fr¨ªa como en los conflictos asim¨¦tricos de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, el miedo ha sido el tablero sobre el que se han movido las fichas de la pol¨ªtica. Agentes y v¨ªctimas a la vez, los occidentales han intentado entender el terror con las herramientas a?ejas de la filosof¨ªa de la historia y los instrumentos nuevos de la sociolog¨ªa del signo, pero sin acertar a formular estrategias que garanticen el ¨¦xito en este juego de azar. De la "reputaci¨®n" intimidatoria del pr¨ªncipe renacentista a la amenaza difusa del terrorista posmoderno, los te¨®ricos del poder han transitado desde la pugna entre amigo y enemigo hasta el desvanecimiento l¨ªquido de las guerras virtuales, que el recientemente desaparecido Jean Baudrillard llev¨® al paroxismo con el "negacionismo" ret¨®rico de la guerra del Golfo y la interpretaci¨®n on¨ªrica del 11 de septiembre. Espa?a, sujeta por la tenaza de dos terrorismos convergentes, el islamista del 11 de marzo y el de una ETA que juega sus bazas con atentados f¨ªsicos y suicidios simb¨®licos, no puede fingir que libra un combate de sombras con simulacros evanescentes, ni permitir que la temperatura febril de la emoci¨®n airada divida a sus gentes como ahora lo hace. La est¨¦tica sublime del terror tiene sus reglas, y la partida se disputa en el territorio ¨¢spero de lo real.
Sobrecogidos por el espect¨¢culo de espectros que componen las ruinas humeantes, los cuerpos rotos y los rostros insolentes de los verdugos, querr¨ªamos entregarnos al nihilismo intelectual que en todo ello no ve sino simulaci¨®n medi¨¢tica, teatro del horror y ficci¨®n pol¨ªtica. Sin embargo, esa visi¨®n par¨®dica que asociamos a Baudrillard -s¨®lo rescatado de la impostura, y aun de la infamia, por el humor negro de sus aforismos pataf¨ªsicos, no muy lejanos de las greguer¨ªas marxianas del Jos¨¦ Luis Coll con que ha compartido p¨¢gina necrol¨®gica- resulta escasamente consoladora cuando nos asomamos al panorama de un planeta que se enfrenta, m¨¢s all¨¢ del conflicto de civilizaciones teorizado por Samuel Huntington, a lo que Dominique Mo?si ha llamado un "conflicto de emociones", con Estados Unidos y Europa divididos por una cultura del miedo, el mundo isl¨¢mico atrapado en una cultura de la humillaci¨®n y s¨®lo Asia capaz de manifestar una cultura de la esperanza. M¨¢s bien que con borrosos simulacros, nuestra cultura del miedo puede examinarse mejor a trav¨¦s de la reflexi¨®n sobre el Estado, el poder y la historia que, desde los think tanks norteamericanos, ha socavado los cimientos "pol¨ªticamente correctos" de la ortodoxia posmoderna en los campus universitarios. Esta corriente, que se extiende desde Leo Strauss hasta Francis Fukuyama, y que se alimenta de fuentes transparentes o turbias que incluyen a Carl Schmitt, Alexandre Koj¨¨ve o Reinhart Koselleck, ha situado el debate en el terreno esencial de la gobernanza planetaria.
En ese marco de lac¨®nico realismo, Osama Bin Laden o De Juana Chaos -como Al Qaeda o ETA- no son monstruos abyectos que suscitan repugnancia moral, sino enemigos pol¨ªticos que deben ser derrotados sin que las emociones nublen la claridad del juicio, y sin que la animosidad adversaria oscurezca la percepci¨®n de las razones de un "otro" que, con frecuencia, no se halla extramuros del sistema, sino que ha sido precisamente producido por ¨¦l y que, en esa medida, es parte integrante de nuestra propia realidad. Olivier Roy ha argumentado convincentemente que el terrorismo islamista no es tanto producto de las dislocaciones pol¨ªticas de Oriente Medio cuanto de las dificultades de integraci¨®n de los musulmanes en la modernidad pluralista europea, y podemos preguntarnos igualmente si el terrorismo abertzale no es m¨¢s producto de la democracia -donde han desarrollado sus carreras criminales la pr¨¢ctica totalidad de sus actuales l¨ªderes- que residuo arcaizante de la dictadura franquista, porque sus mitos y sus m¨¦todos combinan, de forma similar a los islamistas, las utop¨ªas comunitarias premodernas con las t¨¦cnicas medi¨¢ticas de la posmodernidad.
Al cabo, el debate sobre el terror es un examen sobre la democracia y la tiran¨ªa, sobre la libertad y sus l¨ªmites, desde los juristas norteamericanos que legitiman Guant¨¢namo y Abu Ghraib como resultado de gue-rras asim¨¦tricas donde no puede aplicarse un ius in bello que protege s¨®lo a los combatientes con obligaciones rec¨ªprocas, y hasta los estadistas europeos que no vacilan en respaldar p¨²blicamente episodios de guerra sucia contra grupos terroristas. En esta arena pol¨ªtica y filos¨®fica ofrecen m¨¢s orientaci¨®n el Plat¨®n de Strauss o el Hegel de Koj¨¨ve que la cacofon¨ªa coyuntural de la intelligentsia ancilar, con frecuencia contaminada por la ambig¨¹edad deliberada de los l¨ªderes sociales y el impreciso hermetismo de tantos "maestros pensadores". La "cobarde vaguedad" que Strauss reprochaba a Heidegger infecta de tal modo el debate intelectual contempor¨¢neo que resulta un alivio leer la ¨²ltima obra de Fukuyama, disc¨ªpulo indirecto de Koj¨¨ve y autor que ha recorrido un largo itinerario desde que el "triunfalismo hegeliano" de su libro de 1992, El fin de la historia y el ¨²ltimo hombre, le convirtiera en el ide¨®logo favorito de la nueva derecha norteamericana, pero que en todas las etapas de su trayecto ha practicado lo que Ortega llamaba la cortes¨ªa de la claridad.
En el libro, titulado Am¨¦rica en la encrucijada en Estados Unidos y Despu¨¦s de los 'neocons' en Gran Breta?a, Fukuyama expone las amenazas del terror, los problemas de la guerra preventiva y la conveniencia de la legitimidad internacional, para lo cual sugiere reformular tanto las instituciones de gobernanza global como la pol¨ªtica exterior de Estados Unidos, que el antiguo asociado de la Rand Corporation -el m¨¢s notorio think tank de la guerra fr¨ªa- propone alinear con lo que llama "realismo wilsoniano", una v¨ªa intermedia entre el realismo ¨¤ la Metternich de Kissinger y el internacionalismo idealista de Woodrow Wilson. El diagn¨®stico, que se asemeja bastante al de Joseph Nye y su soft power, y que expresa el mismo pesimismo sobre la capacidad de imponer la democracia que le llev¨® a oponerse a la guerra de Irak, representa una ruptura significativa con el movimiento neoconservador -cuya historia se relata minuciosamente en uno de los cap¨ªtulos- del que fue su m¨¢s conspicuo portavoz, y contiene lecciones aprovechables para los que todav¨ªa ahora, entre nosotros, siguen intentando justificar el error hist¨®rico de Las Azores, que adem¨¢s de provocar un caos sangriento en Oriente Medio puso aqu¨ª las bases de una divisi¨®n civil cada vez m¨¢s enconada.
Esta divisi¨®n volvi¨® a escenificarse en Madrid el d¨ªa 10 de marzo, en torno al ¨²ltimo episodio del forcejeo del Gobierno con ETA, un proceso cuya opacidad ha creado considerable irritaci¨®n social, pero que hasta la fecha no se ha saldado con concesiones significativas a la banda terrorista. El ¨²ltimo n¨²mero de Foreign Affairs publica un extenso art¨ªculo de Peter R. Neumann -Negotiating with terrorists- que deber¨ªa ser lectura obligatoria para los dirigentes de los dos grandes partidos democr¨¢ticos espa?oles, porque expone las condiciones de esos dirty deals con especial lucidez y realismo, rasgos enteramente ausentes de un escenario nacional fracturado por las emociones y polarizado por el sectarismo. El fracaso en las ¨²ltimas elecciones de Estados Unidos de la estrategia de la tensi¨®n -preconizada por Karl Rove con el argumento de que es m¨¢s importante movilizar las propias bases indiferentes que persuadir al centro indeciso- deber¨ªa hacer reflexionar a un liderazgo pol¨ªtico que desprecia la inteligencia de los votantes de forma reiterada y ofensiva. El terror es un juego serio que necesitamos ganar.
Luis Fern¨¢ndez-Galiano es arquitecto.
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