Mentiras
Confieso que tiendo a analizar desde el punto de vista de las esposas aquellas historias que conciernen a personajes como el presunto testigo D¨ªaz de Mera. Me ocurri¨® con Tamayo, cuando lo del transfuguismo, me sucedi¨® con Colin Powell cuando minti¨® en Naciones Unidas con el asunto de las armas de destrucci¨®n masiva ocultas en Irak, y me pasa todos los d¨ªas con Linda Bush: me pregunto cu¨¢l es el grado de complicidad de la media costilla en asuntos grav¨ªsimos, desencadenados por el hombre que ment¨ªa demasiado.
No crean que soy sexista. Es que tiendo a ponerme en el lugar de la mujer, por ser yo femenina en demas¨ªa. Pero cuando Ana de Palacio, entonces ministra de Asuntos Exteriores, mand¨® la famosa carta a las embajadas pidiendo que mintieran sobre el 11-M, ah¨ª s¨ª. Ah¨ª s¨ª que me puse en el lugar del chico: claro que lo que yo ten¨ªa en mente era Colin Powell, el de los mapas y las fotos desde el aire, porque eso fue antes de que Paul Wolfowitz le tirara las tejas del Banco Mundial, acert¨¢ndole en plena hucha. Y eso no s¨¦ si cuenta, no habiendo de por medio en com¨²n sagrado v¨ªnculo; s¨®lo la falacia.
Todas las noches, me halle donde me halle, y desde que D¨ªaz de Mera se dedica a arrojar heces venenosas sobre las sepulturas de las v¨ªctimas del 11-M, me pregunto qu¨¦ ocurre cuando regresa a casa. ?Es esa mujer -su presunta esposa- consciente del sacrificio que su marido lleva a cabo, sesi¨®n tras sesi¨®n? ?Le corresponde como merece? ?Le acompa?a al ba?o con las pruebas de la prensa af¨ªn del d¨ªa siguiente, para que cague -inundando ahora inofensivamente los alba?ales- mientras lee lo que han escrito sus periodistas / instigadores / voceros? ?O bien el t¨ªo es un moderno Yago y se conecta a Internet para leer a su blogger favorito, posiblemente un trasunto de Ricardo III pero sin narices, afligido por la deriva de la verdad que s¨®lo ¨¦l y su mundo poseen?
Personal y gal¨¢cticamente, me sabr¨ªa mal que D¨ªaz de Mera no regresara a casa para encontrar all¨ª, en chancletas, a la esposa que merece. Alguien que, con un cuchillo escondido en la bata, le empujara hacia el dormitorio: "Dime, ?lo nuestro tambi¨¦n est¨¢ basado en el enga?o?".
Pero no se preocupen. Duermen en paz, los malditos.
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