La otra verdad inc¨®moda
Como si fueran una serie de cat¨¢strofes m¨¢s, los medios de comunicaci¨®n social van desgranando los datos m¨¢s impresionantes del desastre clim¨¢tico presente y, muy probablemente, futuro del planeta. Aunque contenida e integrada en la normalidad, se aprecia ya una cierta alarma despu¨¦s de la difusi¨®n, el 6 de abril, de la segunda parte del Cuarto Informe de Evaluaci¨®n del IPCC, referida a Impactos, Adaptaci¨®n y Vulnerabilidad. Seg¨²n distintas fuentes, los representantes de los gobiernos de EE UU, China, Rusia y Arabia Saudita consiguieron imponer ligeros retoques en el texto, mezquinos intentos de ocultar a sus opiniones p¨²blicas la evidencia local del cambio clim¨¢tico o de proteger sus intereses petrol¨ªferos. Pero lo que es la controversia cient¨ªfica sobre la realidad del cambio puede darse por zanjada. Arrancar¨¢ ahora con fuerza el debate de ideas, la confrontaci¨®n ideol¨®gica y la pugna de intereses en torno a responsabilidades y dejaciones, adaptaciones y extinciones, ganancias y p¨¦rdidas, todo ello a escala mundial.
Habr¨¢ que plantearse el coste ecol¨®gico de un minuto de telebasura o los vuelos por 20 euros
Destacar que el cambio es irreversible -como hacen algunos medios-, sin que ello asegure la existencia de una inquietud generalizada que movilizar¨ªa voluntades, puede provocar resignaci¨®n, mansa aceptaci¨®n del fen¨®meno, y un efecto todav¨ªa m¨¢s perverso: "puesto que esto se acaba, apuremos al m¨¢ximo los ¨²ltimos restos de naturaleza plena". C¨¢lculo err¨®neo que, si no se corrige, precipitar¨¢ la llegada de las peores consecuencias del cambio clim¨¢tico y del expolio del medio ambiente. Hace unos 30 a?os que se conoce con suficiente certeza el efecto invernadero de gases emitidos por las actividades humanas. Si guiados por un primario principio de prudencia, se hubieran ido adoptando medidas de contenci¨®n de las emisiones, probablemente se hubiera evitado que la ¨²ltima d¨¦cada fuera la m¨¢s calurosa en los registros de temperaturas instrumentalizados desde 1850. Puesto que los gases ya emitidos perdurar¨¢n largo tiempo en la atm¨®sfera, a lo que hay que aspirar, y aplicar en el empe?o todos los esfuerzos, es a estabilizar la temperatura media global en torno a un aumento de 1,1 grados, la mejor estimaci¨®n evocada en la primera parte del informe del IPCC, hecho p¨²blico el 2 de febrero ¨²ltimo.
Diluir la responsabilidad de lo ocurrido en el hombre, en la humanidad entera, sin dejar de ser una imputaci¨®n correcta, oculta que hay niveles de grave responsabilidad identificables: gobernantes informados que no han actuado; empresas y particulares que han contaminado sin freno; cient¨ªficos que han tergiversado los datos, ide¨®logos que han alentado a continuar por la senda de la alegre irresponsabilidad...Tal diluci¨®n presenta, no obstante, la ventaja de identificar tambi¨¦n al sujeto obligado a actuar: la humanidad entera. Nada podr¨¢ cohesionarla m¨¢s que la conciencia de saberse embarcada en la misma nave planetaria con la que nos hundiremos o nos salvaremos juntos. El cambio clim¨¢tico y el deterioro del medio ambiente convierten todos los dem¨¢s problemas en secundarios, salvo en la medida que sean causa de cambio clim¨¢tico, como la pobreza de millones de desesperados, que para sobrevivir esquilman los suelos, o los conflictos armados, que adem¨¢s de sus mort¨ªferos efectos, son fuente de grave contaminaci¨®n y de incalculable destrucci¨®n de recursos. Pi¨¦nsese en el enorme coste ecol¨®gico de la guerra de Irak.
Pero vayamos a la otra verdad inc¨®moda. EE UU emite el 27% del CO2 sobre el total mundial y Europa el 24%, frente al 3% de Suram¨¦rica y al 2,5% de ?frica. Por equidad en el reparto de responsabilidades, por imperativa necesidad, el esfuerzo de reducci¨®n de las emisiones debe recaer en los que m¨¢s contribuyen al calentamiento global. El exceso de aquellas emisiones no es ni casual ni gratuito; obedece a un modelo de producci¨®n disparatado en muchos aspectos y a un consumo que atiende m¨¢s a lo superfluo que a lo necesario. La eficiencia en el consumo energ¨¦tico de combustibles f¨®siles, las energ¨ªas renovables y otras medidas reducir¨¢n las emisiones, pero ?llegar¨¢ la reducci¨®n a tiempo y por el volumen requerido para plantarse, como mal menor, en los dos grados de aumento como pretende la UE?
Los mayores emisores de CO2 , que son al mismo tiempo los mayores demandantes de recursos mundiales, no tendr¨¢n m¨¢s remedio que reducir su crecimiento, tendiendo a un crecimiento pr¨®ximo a cero en el mejor de los escenarios -sin descartar un decrecimiento sostenible-, pudiendo recuperar suficientes recursos de su propio despilfarro para conservar un nivel de vida m¨¢s que aceptable; y deber¨¢n racionalizar su consumo, eliminando mucho de lo superfluo que tanto encandila a los partidarios del consumismo. Habr¨¢ que plantearse, por ejemplo, cuestiones tan alejadas de la perspectiva actual como el coste ecol¨®gico de un minuto de telebasura, la tecnolog¨ªa de uso personal sobredimensionada y ef¨ªmera, o los vuelos tur¨ªsticos a cientos de kil¨®metros por 20 euros. S¨®lo con muestras de autocontenci¨®n por delante tendr¨¢n los pa¨ªses desarrollados la autoridad para negociar un reparto de las obligaciones y de los recursos con las econom¨ªas emergentes de China -el segundo emisor mundial de gases por volumen-, India, Indonesia y Brasil, que con sus 2.700 millones de habitantes, sus tasas de crecimiento anual cercanas al 10%, sus necesidades galopantes de energ¨ªa y recursos, y sus ansias de consumo al modo occidental van a poner al planeta al borde del colapso mucho antes de lo previsto.
Jordi Garcia-Petit es acad¨¦mico numerario de la Real Academia de Doctores.
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