Trabajo sucio
En apenas dos semanas ha habido ocasi¨®n de constatar que en la estrategia del vale todo, el Partido Popular entiende que todo es, efectivamente, todo. Algunos de sus dirigentes municipales y auton¨®micos han debido de creer que, para asegurar la victoria de su opci¨®n, es l¨ªcito recurrir a iniciativas tan excepcionales que, en realidad, forman parte de una rancia picaresca electoral, cuando no del fraude y del delito. Pero para que un responsable pol¨ªtico tome sin pesta?ear la decisi¨®n de falsificar los documentos que permiten iniciar el tr¨¢mite del voto por correo, seg¨²n ha sucedido en Melilla, o para censar a escondidas a los presos de una c¨¢rcel, como ha ocurrido en Lugo, tiene al menos que partir de una convicci¨®n y, adem¨¢s, disponer de una garant¨ªa. La convicci¨®n es que la victoria de su partido es m¨¢s importante que el respeto al proceso electoral. Si lo hace por razones personales -porque, por as¨ª decir, su poder o, incluso, su medio de vida est¨¢n en peligro-, se tratar¨ªa de un episodio de corrupci¨®n. Tan grave como se quiera pero, a fin de cuentas, tan s¨®lo eso, un episodio de corrupci¨®n, que los tribunales sancionar¨¢n por un lado y las elecciones, por otro.
Pero puede que las razones para llevar a cabo la falsificaci¨®n no sean s¨®lo personales, sino que el recurso al fraude le parezca la consecuencia inexorable del discurso pol¨ªtico que mantiene su partido. Si el pa¨ªs se encuentra en un estado de necesidad permanente, seg¨²n repite machaconamente la propaganda del Partido Popular, entonces un medio reprobable como alterar la voluntad de los electores resulta calderilla en comparaci¨®n con un fin ¨¦pico y grandioso como es salvar a Espa?a. Falsificar impresos o manipular censos se convierte, entonces, en una tarea de patriotas valerosos y arrojados, dispuestos a cualquier cosa, a cualquier trabajo sucio, en nombre de los valores o los principios sacrosantos que su partido no cesa de declarar en sumar¨ªsimo peligro. Es el problema de llamar a las rebeliones c¨ªvicas cuando se vive bajo un sistema democr¨¢tico, que cada cual las interpreta a su manera, y unos consideran que las llevan a cabo convocando manifestaciones legales aunque m¨¢s o menos oportunas y otros, en cambio, piensan que hay que llegar hasta el final y rebelarse contra el origen de todos los males, que no es otro que el hecho de que los electores le puedan dar la victoria a quien a su juicio no merece obtenerla.
En cualquier caso, esta inquietante l¨ªnea de razonamiento quedar¨ªa desmentida de ra¨ªz si los dirigentes auton¨®micos y municipales dispuestos a inmolar su honorabilidad en el altar de la patria no contaran, adem¨¢s de con su propia convicci¨®n, con la garant¨ªa de que no ser¨¢n censurados por su partido, sino protegidos y amparados. Y, por desgracia, parece que esa garant¨ªa la pueden dar por descontada. Ese fue a fin de cuentas el mensaje que Eduardo Zaplana y ?ngel Acebes lanzaron a sus correligionarios de Melilla cuando, en lugar de expedientarlos y expulsarlos de la organizaci¨®n, trataron de exculparlos con un recurso que, hasta ahora, s¨®lo hab¨ªan empleado en Espa?a los literatos plagiarios y aficionados a la inform¨¢tica: esconderse detr¨¢s de Internet. Como excusa resulta pueril. Como declaraci¨®n pol¨ªtica es otra cosa, puesto que demuestra que los m¨¢ximos responsables de un partido que se supone democr¨¢tico consideran apropiado mentir para encubrir una pr¨¢ctica fraudulenta en relaci¨®n con un proceso electoral. Es decir, que tambi¨¦n la c¨²pula del Partido Popular, y no s¨®lo algunos de sus dirigentes auton¨®micos y municipales, parece dispuesta a cualquier cosa, a cualquier trabajo sucio, para garantizarse la victoria.
En estas circunstancias, ya s¨®lo falta por saber qu¨¦ piensa Rajoy como l¨ªder de la oposici¨®n y te¨®rica alternativa de Gobierno. ?Considera que estos comportamientos son compatibles con la normalidad y la decencia patri¨®ticas que tanto invoca o, por el contrario, considera que son la normalidad y la decencia patri¨®ticas las que obligan a estos comportamientos? Otros dirigentes de su partido, empezando por Acebes y Zaplana, parecen haberse inclinado por esta segunda opci¨®n en nombre de la patria en peligro. En el caso de que ¨¦l se inclinase por la primera, y adem¨¢s estimase que no es normal ni decente falsificar impresos o alterar censos, entonces deber¨ªa actuar en consecuencia.
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