Naturaleza muerta con Salma Hayek
No tengo remedio, ando de nuevo por los aires: tomo un avi¨®n para Chicago donde hay m¨¢s de un mill¨®n de mexicanos, rumbo a Iowa, of all places, lugar de vacas, praderas, escritores y sinfon¨ªas. Me explico, hay millas y millas de campos donde pastan las vacas, las hay de muchos colores, o por lo menos de los colores que en general tienen, pero en verdad aqu¨ª son m¨¢s bien oscuras y yo, no s¨¦ por qu¨¦, pienso que las de color blanco con manchas negras son las m¨¢s genuinas. Las praderas sirvieron de inspiraci¨®n a Dvorak, quien compuso aqu¨ª su Sinfon¨ªa del Nuevo Mundo, como me recordaba Tito Monterroso, quien tambi¨¦n estuvo en Iowa y donde quiz¨¢ se le ocurri¨® llamarle a uno de sus libros La vaca. Espero no acabar odiando esa sinfon¨ªa como acab¨¦ odiando una obra de Vivaldi, recetada por un nutri¨®logo, quien para hacernos aprender su sistema nos hipnotizaba y pon¨ªa en el tocadiscos cualquiera de Las cuatro estaciones de Vivaldi (sobre todo, 'La primavera' y 'El verano'), las mismas que deb¨ªamos escuchar cada vez que era la hora de la comida, del desayuno, de la cena o del snack; la dieta era ligera y se supon¨ªa que la combinaci¨®n de ciertos platos escu¨¢lidos y la sinestesia -el o¨ªdo, la vista y el gusto- nos permitir¨ªan como por arte de magia bajar de peso. Yo baj¨¦ trece kilos y me ve¨ªa francamente mal, prefiero parecer vaca, como las de las praderas de Iowa o como las mujeres que veo en el aeropuerto O'Hare de Chicago mientras espero tres horas y media mi conexi¨®n (con un avioncito peque?o que me asusta, Eagle American); me coloco cerca de los puestos de comida, viendo devorar sus s¨¢ndwiches, sus barras de chocolate, sus pizzas, sus hamburguesas y beben Coca-Cola light, como si se encontrara uno frente a un abrevadero.
Debo advertir que soy feminista, aunque mis observaciones parezcan contradecirlo
Debo advertir que soy feminista, aunque mis observaciones parezcan contradecirlo.
En la espera hojeo una revista Vogue, con sus modelos anor¨¦xicas y cara de drogadictas. Luego reviso Elle, en la portada aparece Salma Hayek, la modelo que ha destruido todos los estereotipos que en Estados Unidos hay contra las actrices de origen latino; aparece con un vestido descotado de seda rojo, sus siempre generosas formas asoman sin pudor, debo agregar que usar la palabra generoso en relaci¨®n con las mujeres de este pa¨ªs remite en lenguaje adecuado a la talla 48: una simple comparaci¨®n: las modelos de Vogue usan talla 3, a lo sumo, talla 5, algunas modelos parecen hormigas, no mujeres, y sigo prefiriendo por eso a las vacas. S¨ª, Salma Hayek me protege en territorio norteamericano, es la suma de varias representaciones nacionales, la resurrecci¨®n del glamour de Dolores del R¨ªo y la posible popularidad de Frida Kahlo, sin su dramatismo, afortunadamente. "No parece veros¨ªmil, se anuncia en la revista, que Salma Hayek, menudita y de baja estatura, llena de curvas como una carretera de monta?a, use el mismo vestido que la delgada -como un junco- y alt¨ªsima modelo rusa Natalia Vodianova. El sentido com¨²n avisa que no puede ser, sin embargo, el vestido de Christian Dior que en el desfile usaba Natalia le queda a Salma maravillosamente bien y desaf¨ªa cualquier l¨®gica". Aplaudo patri¨®ticamente y sigo comiendo mi pizza (est¨¢ cruda).
Al llegar a Chicago me espera una silla de ruedas: tengo un brazo roto, mejor dicho, en rehabilitaci¨®n, y no puedo cargar maletas. Mientras me arrastra una joven b¨²lgara que hace ocho meses lleg¨® a este pa¨ªs, recuerdo c¨®mo in illo tempore, casi veinte a?os, acompa?¨¦ a mis padres a la Cl¨ªnica Mayo en Rochester, Nueva York, a la que s¨®lo se pod¨ªa llegar transbordando en Chicago, y mis padres, ya ancianos e incapaces de trasladarse por los largu¨ªsimos y laber¨ªnticos pasillos del aeropuerto O'Hare, eran empujados a toda velocidad por dos negros gigantescos, palabra, la primera, imposible de pronunciar aqu¨ª por eso de la correcci¨®n pol¨ªtica; los negros han sido sustituidos por muchachas b¨²lgaras y polacas que llegaron a Norteam¨¦rica cuando cay¨® el socialismo.
Iowa parece una ciudad ideal, en su universidad est¨¢ el famoso Centro de Escritores por donde han pasado figuras famosas: las calles son limpias, las casas antiguas (antig¨¹edad relativa); me alojo en una restaurada que data de 1859, con un porche y un sill¨®n de mimbre para tomar el aire del verano, aunque sea invierno y haga un fr¨ªo inenarrable, los muebles son early american y la puerta est¨¢ abierta (porque en este pueblo no hay ladrones); al lado, una farmacia como la de las pel¨ªculas de los a?os cincuenta, con su barra y sus bancos circulares rotatorios; la gente sonr¨ªe con mucha cortes¨ªa y dulzura; hay una extraordinaria librer¨ªa llamada Prairie Lights, varias casas de modas con zapatos y trajes como los que se anuncian en las revistas y tiendas de departamentos, Sears o J. C. Penney; unos cuantos restoranes donde se come m¨¢s o menos bien, aunque a los tres d¨ªas ya los conozco al rev¨¦s y al derecho; algunos viejos amigos especialistas en Borges o en literatura de los Siglos de Oro en esta universidad donde hay m¨¢s de 350 alumnos que estudian espa?ol. Un museo peque?o pero hermoso, al lado del r¨ªo, con varios cuadros de Jackson Pollock y una exposici¨®n temporal de arte nigeriano.
En Iowa hay muchos alemanes con sus restoranes tradicionales, en pueblos pintorescos con casas de mediados del siglo XIX, relojes de pared, o del abuelo, escaleras victorianas de madera y reproducciones de vacas en peluche, loza y madera. Casi nadie ha nacido aqu¨ª, los habitantes han llegado por el azar del trabajo y aunque a veces algunos granjeros iowenses aparecen de repente en el aeropuerto procedentes de Noruega, China o Alaska, la poblaci¨®n es totalmente flotante.
Trabajo mucho, como es casi imposible hacerlo en M¨¦xico. Me caben a la vez ese orgullo -el trabajo y el aire transparente- y esa esperanza -la de una felicidad que no sea eterna-.
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