El escalofr¨ªo y la carcajada
SI DE NARRADORES se trata, siento especial predilecci¨®n por los que cuentan historias duras, crueles, s¨®rdidas e incluso truculentas, pero en tono de guasa, de tragicomedia punzante o humorada negra, sin perder nunca de vista el lado rid¨ªculo de las cosas. Autores as¨ª los encontramos en todas las lenguas y literaturas, de Petronio a Bulg¨¢kov, de Quevedo a Gadda, de Heinrich Mann a Bret Easton Ellis. Burlescos y macabros, tienden a suscitar lo mismo el escalofr¨ªo que la carcajada -o la mueca de asco en los lectores de est¨®mago delicado-, jam¨¢s la indiferencia. Y a esa cuadrilla sin duda pertenece mi compatriota Reinaldo Arenas, en mi opini¨®n un ejemplo excepcional de vitalidad, imaginaci¨®n y rebeld¨ªa, en el panorama literario cubano posterior a 1959.
A prop¨®sito del narrador y poeta cubano Reinaldo Arenas
A fines de los ochenta, ya enfermo de sida, comenz¨® a escribir en un hospital de Nueva York la que m¨¢s tarde ser¨ªa mi favorita indiscutible entre sus novelas: El color del verano. All¨ª relata c¨®mo nuestro pueblo, atribulado por la miseria y los desmanes de un viejo dictador enloquecido a quien llaman Fifo, en medio de un estrepitoso carnaval logra desprender la Isla de su plataforma insular con el prop¨®sito de huir navegando en ella cual si fuera una balsa gigantesca. Pero los millones de "balseros" no consiguen ponerse de acuerdo acerca del lugar de destino de su embarcaci¨®n y el tipo de gobierno a adoptar, y acaban hundiendo la Isla en el mar. Tambi¨¦n aparecen en la novela, transfigurados en forma grotesca, diversos episodios de la juventud de Arenas. Su ¨¢lter ego, la T¨¦trica Mofeta, es un escritor de lo m¨¢s empecinado en escribir y escribir, pese a la indigencia en que vive, la censura que lo cerca y las persecuciones de que es objeto por parte de Fifo y los testaferros fifales. Abiertamente homosexual ("p¨¢jaro", dice ¨¦l), muy ingenioso, un poquito malvado, fugitivo perenne y perdedor de manuscritos, la T¨¦trica Mofeta resulta un personaje hilarante y a la vez pat¨¦tico. El relato de sus descalabros me ha deparado en varias ocasiones una experiencia muy singular. Leo y... ?juas juas!, me r¨ªo de lo lindo. Paso la p¨¢gina y, de s¨²bito, un sobresalto. Vuelvo atr¨¢s, releo despacio, y entonces me pregunto: a ver, Ena Luc¨ªa, ?de qu¨¦ co?o te est¨¢s riendo?
Como buen escritor sat¨ªrico, Arenas cosech¨® un sinn¨²mero de enemistades entre sus conocidos, tanto en la Isla como en el exilio. En El color del verano caricaturiza con sa?a lo mismo a Carpentier que a Cabrera Infante, y a otros muchos escritores, escritorzuelos, funcionarios de la cultura, faranduleros, chivatos y dem¨¢s espec¨ªmenes que pululan por nuestra ciudad letrada. ?No deja t¨ªtere con cabeza! Aunque su peor enemigo, el m¨¢s canalla, soberbio y est¨²pido, siempre ser¨¢, por supuesto, Fifo. No es de extra?ar, pues, que la mayor¨ªa de los burlados, con sus respectivos parientes y amigos, los adoradores internacionales de Fifo y la gente mojigata en general, no sientan un gran amor por la T¨¦trica Mofeta.
Al salir del hospital, con El color del verano a¨²n inconclusa, muy debilitado, aunque no por ello menos en¨¦rgico, Arenas termin¨® la redacci¨®n de Antes que anochezca, su desgarradora autobiograf¨ªa -que ser¨ªa llevada al cine por Julian Schnabel en 2000, con Javier Bardem en el papel protag¨®nico-. Ambos libros, finiquitados en una ardua, casi heroica batalla contra el tiempo, comparten muchas an¨¦cdotas. La diferencia radica, sobre todo, en el tono. En la autobiograf¨ªa, menos carnavalesca y m¨¢s directa que la novela, persiste el jolgorio, s¨®lo que ahora se ha vuelto amargo. Ya no hay juegos con el lenguaje, ni experimentos formales, ni aventuras fant¨¢sticas. No hay distorsi¨®n de los nombres propios. El maligno y cretino Fifo, por si alguien no lo sab¨ªa, se llama Fidel Castro.
Cuando Arenas consigui¨® por fin escapar de Cuba, en el ¨¦xodo de 1980, yo apenas ten¨ªa siete a?itos y jam¨¢s hab¨ªa escuchado su nombre. Cuando aterric¨¦ por primera vez en Nueva York, mucho tiempo despu¨¦s, ya ¨¦l se hab¨ªa suicidado. Nunca llegu¨¦ a conocerlo en persona. Quiz¨¢ por eso me importa un ch¨ªcharo la monta?a de insultos y otros argumentos ad hominem con que pretenden silenciarlo, aun despu¨¦s de muerto, sus detractores. Est¨¢ claro que no fue un santo. S¨®lo un escritor con una enorme vocaci¨®n de franqueza que defendi¨® contra viento y marea, en circunstancias particularmente dif¨ªciles, su derecho a expresarse con entera libertad. Uno que no se dobleg¨®, en el mismo ¨¢mbito donde muchos otros, todav¨ªa hoy, se arrastran.
Ena Luc¨ªa Portela (La Habana, 1972) es autora de novelas como Cien botellas en una pared (Debate) y La sombra del caminante (Kailas).
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