Letras borrascosas
"?Nota un escritor fallecido que alguien est¨¢ leyendo su libro? ?Aparece un destello de luz en la oscuridad? ?Se estremece su alma con la caricia ligera de otra mente leyendo su mente?", se pregunta en las primeras p¨¢ginas Margaret Lea, joven y rom¨¢ntica y por encima de todo bibli¨®fila hero¨ªna de El cuento n¨²mero trece. Y apenas abierta la puerta de este ¨¦xito mundial y debut de la inglesa Diane Setterfield, cabe agradecer que -en un paisaje infestado por c¨®dices que esconden genealog¨ªas m¨¢s o menos divinas o por manuscritos que predicen conjuras apocal¨ªpticas- alguien se haya atrevido a escribir con gracia un best seller donde la intriga pase, simple y complejamente, por el amor a los libros y a la literatura. Porque hay que decirlo: El cuento n¨²mero trece -desde ciertas expresiones arcaicas en la voz narradora hasta la imprecisa ¨¦poca color sepia en que transcurre- es un producto anticuado en el mejor y m¨¢s noble sentido del t¨¦rmino. Claros ecos y visibles gui?os a Dickens & Collins, a las hermanas Bront?, a Daphne Du Maurier y, m¨¢s cerca, a esos novelones g¨®ticos de Joyce Carol Oates o -sin alcanzar su originalidad y genio- a los prodigios del nunca del todo bien ponderado Steven El Ilusionista Millhauser.
EL CUENTO N?MERO TRECE
Diane Setterfield
Traducci¨®n de Matuca Fern¨¢ndez de Villavicencio
Lumen. Barcelona, 2007
473 p¨¢ginas. 21,90 euros
El cuento n¨²mero trece -aunque aparezca hechizada por fantasmas- es, tambi¨¦n, sobre todo, una novela m¨¢s de vampirizados que de vampiros donde la sangre es suplantada por la tinta y el ambiguo premio de la vida eterna es canjeado por la recompensa de una historia que resista el paso del tiempo y que, verdadera o falsa, acceda a la inmortalidad de las m¨¢s grandes leyendas. As¨ª, seducida, Margaret Lea -quien acaba de descubrir que su propia vida, a la que siempre consider¨® poco ocurrente y m¨¢s le¨ªda que vivida, tambi¨¦n esconde un enigma- responde al llamado de la c¨¦lebre y ermita?a escritora Vida Winter. Una mujer misteriosa quien, luego de varias d¨¦cadas de enga?ar a sus bi¨®grafos con ficciones fascinantes, parece, por fin, dispuesta a revelar la todav¨ªa m¨¢s asombrosa certeza de su pasado a esta joven inocente quien pronto comprender¨¢ por qu¨¦ ha sido ella la elegida.
Y lo que tiene para contar Vi
da Winter funciona -para Margaret Lea, quien jura por Jane Eyre, y para el lector m¨¢s o menos curtido en estos trances- como una suerte de museo del g¨¦nero: mansi¨®n tenebrosa, jard¨ªn donde perderse, institutriz siniestra, gemelas inquietantes, un linaje maldito, secretos varios, amores prohibidos, asilos para lun¨¢ticos, el pasado como tiempo omnipresente, un cuento perdido (el decimotercero y ausente en un volumen de doce relatos titulado Trece cuentos de cambio y desesperaci¨®n) y, por supuesto, el inevitable y obligatorio incendio que todo lo arrasa. Esta inequ¨ªvoca y casi amorosa voluntad homenajeante podr¨¢ irritar a algunos pero divertir¨¢ a los que sepan entender de qu¨¦ trata y se trata todo esto. Y la verdad sea dicha: a El cuento n¨²mero trece -ciertos bruscos cambios de ritmo y un precipitado y a la vez demasiado prolijo desenlace sorpresa que parece marchar a una velocidad m¨¢s propia de estudios de Hollywood y filme de M. Night Shyamalan que de pasadizos victorianos- acaso le faltan un par de cientos de p¨¢ginas lentas y atmosf¨¦ricas para alcanzar las alturas de pastiche magistral o falsificaci¨®n a la altura de sus modelos originales. Lo que no quita que Setterfield -a diferencia de lo que ocurre con las habituales solemnidades de quienes, como ocurr¨ªa con Elizabeth Kostova y La historiadora, pretenden reinventar lo intocable y mejor lo insuperable- entretenga sin dejar de entretenerse, poniendo en juguet¨®n movimiento los primitivos pero bien aceitados y siempre eficientes engranajes de un tema tan viejo como el mundo. A saber: las mentiras de la verdad y las verdades de la mentira y el modo en que los escritores -esos seres que en el decir de Francis Scott Fitzgerald "no son personas exactamente"- las frotan a unas con otras hasta sacarles chispas y conseguir una buena trama. Una magia que, no por conocida y transitada, acabar¨¢ alguna vez de revelar el secreto de su truco al lector por siempre adicto. Es, en este sentido, que se le puede hacer a El cuento n¨²mero trece el mejor de los elogios posibles: ser una novela que no enga?a sin por eso -como Vida Winter a Margaret Lea y a nosotros- privarse o privarnos del fino y tan literario placer de mentirnos.
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