?Es Maragall un insensato?
Las recientes declaraciones del ex presidente de la Generalitat Pasqual Maragall al peri¨®dico italiano Europa y a la revista L'Aven? han vuelto a resucitar algunos fantasmas que durante la ¨²ltima legislatura se pasearon por los salones de la pol¨ªtica catalana. Dicen algunos cronistas que la dimensi¨®n del cabreo del presidente Jos¨¦ Montilla ante las declaraciones de su antecesor es s¨®lo comparable al temor que existe en la ¨®rbita socialista sobre la posibilidad de que esa experiencia medi¨¢tica en r¨¦gimen de entrevistas del ex presidente Maragall arraigue y se extienda como si de una nueva plaga b¨ªblica se tratara.
No se trata de excusar a Maragall, pero no es ninguna novedad afirmar que ¨¦l siempre ha sido as¨ª. Lo fue durante su presidencia en la Generalitat, lo fue en el interregno entre la alcald¨ªa de Barcelona y la presidencia del Gobierno catal¨¢n y lo fue a lo largo de sus 15 a?os como alcalde. Y si bien es cierto que el cargo obliga y que un ex presidente deber¨ªa guardar una actitud de colaboraci¨®n y corresponsabilidad institucional con sus sucesores, no es menos cierto que ni su salida como presidente fue normal ni su personalidad es al uso del com¨²n de los pol¨ªticos, de lo que se desprende que tampoco su actitud como ex presidente debe seguir necesariamente las pautas al uso.
Si algo de Maragall temen los suyos es el hecho de poner el dedo en la llaga de las verdades inc¨®modas de escuchar. Igual que desquita a sus adversarios, desquita a sus correligionarios. Maragall molesta por las formas, pero tambi¨¦n por lo inc¨®modo de sus actuaciones. En el caso que nos ocupa es evidente que Maragall no hizo una digesti¨®n adecuada de la manera c¨®mo los suyos decidieron apartarle del poder. Pero ni eso es una novedad (?acaso no recuerdan el caso de Diana Garrigosa, su esposa, d¨¢ndose de baja del PSC como protesta por esa actitud de su partido contra Maragall?) ni podemos afirmar que de esa mala digesti¨®n el ex presidente guarde rencor. No recuerdo de Maragall palabras de rencor ni en los casos en que sus adversarios pol¨ªticos entraron sin reparo ¨¦tico a difamarlo sobre supuestos comportamientos personales y adicciones que lo invalidaban, de ser ciertas, como cargo p¨²blico.
Lo que le ocurre a Maragall es mucho m¨¢s trascendental que un simple ataque de rencor. A Maragall no s¨®lo se le ha descabalgado de la presidencia de la Generalitat cuando a¨²n ten¨ªa posibilidades de renovar su mandato, sino que lo m¨¢s relevante es que una de las razones principales de su particular norte pol¨ªtico se est¨¢ hundiendo, si no ha desaparecido ya bajo la profundidad del mar. La Espa?a plural est¨¢ hoy mucho m¨¢s lejos que cuando Maragall asumi¨®, a finales de los noventa, el reto de convertirse en presidente de la Generalitat. La Espa?a plural fue un reto que si bien no fue obra exclusiva suya, s¨ª que en ella se empe?¨® en cuerpo y alma. No es exagerado afirmar que la Espa?a plural fue sobre todo un sue?o maragalliano. Y es posible que hoy Maragall est¨¦ ya en fase avanzada de elaboraci¨®n de un nuevo sue?o, el de las eurorregiones -que de nuevo tiene poco- o el del partido europeo. Pero no es cierto que con ellos olvide el fracaso de su proyecto anterior. En primer lugar, porque no son comparables ni por relevancia ni por proximidad a su biograf¨ªa personal, y es en esos puntos donde el fracaso duele m¨¢s.
El adi¨®s a esa Espa?a plural que Maragall tuvo y retuvo en la cabeza debe de ser doloroso, muy doloroso para un pol¨ªtico como ¨¦l... Para muchos, especialmente de su generaci¨®n, la constataci¨®n de que ahora tampoco es el momento para impulsar esa Espa?a plural y diversa, es un despertar doloroso. Es poco m¨¢s que un duro encontronazo con una realidad que ellos -con Maragall a la cabeza- cre¨ªan superada. Darse de bruces con una realidad, la de la Espa?a castellana, que no quiere reconocerse m¨¢s all¨¢ de como hist¨®ricamente ha sido, es duro para quien ha apostado desde Catalu?a en favor de que otra Espa?a era posible. Las llamadas periferias est¨¢n condenadas a conllevarse con la Espa?a central, y es precisamente el modelo que Maragall cre¨ªa que iba a romper. La realidad es bien distinta; lejos quedan las m¨²sicas federalistas que el presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, y su equipo entonaron. No hay en el horizonte ning¨²n discurso de acomodaci¨®n que permita superar viejas estructuras y mentalidades jacobinas.
Y todo esto sin excusas como las que se utilizaron, por ejemplo, durante la transici¨®n para no acometer desde la izquierda una transformaci¨®n federalista de Espa?a. Y digo excusas porque dadas las circunstancias empiezo a creer que los supuestos argumentos de la transici¨®n eran m¨¢s excusas que argumentos.
Maragall sabe hoy que cuando hablamos de Espa?a no hay en ese pa¨ªs nada m¨¢s parecido a la derecha que la propia izquierda. Lo vimos durante el proceso de elaboraci¨®n del Estatuto de Catalu?a. Cuando m¨¢s necesaria era la voz de la izquierda espa?ola, m¨¢s callada estuvo. El Estatuto evidenci¨® dos cosas: la primera fue la enorme soledad de las tesis federalizantes que nac¨ªan en Catalu?a con voluntad de encontrar eco en Espa?a. Nunca el silencio fue tan profundo. La segunda cosa que evidenci¨® el Estatuto fue que Espa?a nunca se va a transformar desde la periferia. O es la Espa?a de matriz castellana la que levanta la bandera del federalismo, o la perif¨¦rica estar¨¢ condenada al fracaso. Las cosas son as¨ª, y es mucho mejor, como dice el poeta, saberlas y decirlas. Por eso, a nadie deber¨ªan extra?ar las palabras de Maragall, quiz¨¢ impropias de un ex presidente, pero elocuentes de una realidad que algunos a¨²n no quieren ver.
jspicanyol@hotmail.com
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