La convicci¨®n de la derecha
En los ¨²ltimos meses, es lugar com¨²n que muchos comentaristas pol¨ªticos, que seguramente reflejan el sentir de una parte muy importante de la sociedad espa?ola, afirmen que la etapa de ruido y crispaci¨®n que se vive en el ambiente pol¨ªtico, no se corresponde en modo alguno con la bonanza y dinamismo de nuestro pa¨ªs y de nuestra econom¨ªa, y desde luego con la tranquilidad democr¨¢tica en la que los espa?oles deseamos vivir. Lamentablemente, esa actitud de crispaci¨®n es la que ti?e toda la estrategia del Partido Popular, que parece convencido de que s¨®lo en un contexto bronco y de fractura social lograr¨¢ un vuelco pol¨ªtico que le devuelva al poder.
Ante esta actitud del principal grupo de la oposici¨®n, vuelve a plantearse, y con gran crudeza, un asunto recurrente desde los inicios de la Transici¨®n democr¨¢tica: la posici¨®n estrat¨¦gica e ideol¨®gica de la derecha espa?ola, que en esta legislatura exhibe sin pudor una radicalizaci¨®n creciente que est¨¢ empujando al PP hacia algunas posiciones m¨¢s propias de la extrema derecha que de un partido con vocaci¨®n centrista y moderada.
Conocido es que en Espa?a, a diferencia de lo que acontece en otros pa¨ªses de la UE, no existe, m¨¢s all¨¢ de grup¨²sculos perdidos en la marginalidad, un partido de extrema derecha con implantaci¨®n y representaci¨®n parlamentaria. Es razonable preguntarse si en Espa?a no hay, sin embargo, una extrema derecha sociol¨®gica, de tintes autoritarios y perfil radical, que canalice en nuestro pa¨ªs las posiciones pol¨ªticas que, por ejemplo, representan Jean-Marie Le Pen en Francia, Gianfranco Fini en Italia, o sus hom¨®logos en Holanda o B¨¦lgica.
Quiero dejar claro desde este momento que para nada considero al PP un partido de extrema derecha, aunque s¨ª parece evidente que sectores y elementos reaccionarios anidan, y muy profundamente, en el seno del Partido Popular. Por decirlo llanamente, el PP no es Le Pen, pero Le Pen s¨ª que est¨¢ en el PP.
El asunto, como decimos, no es nuevo, y hunde sus ra¨ªces en el origen de las sucesivas formaciones que han encarnado el muy importante bloque pol¨ªtico y electoral que la derecha representa en nuestro pa¨ªs, al igual que en el resto de democracias europeas. Ese origen pesa y nadie deber¨ªa tomarse como un insulto lo que no es m¨¢s que una obviedad: la derecha espa?ola acogi¨® en su seno a la mayor parte de lo que hemos venido en llamar el franquismo sociol¨®gico.
Cu¨¢ntas veces hemos elogiado el m¨¦rito del se?or Fraga, que ven¨ªa de donde ven¨ªa, por integrar a la derecha radical en el gran partido conservador espa?ol, dejando sin margen pol¨ªtico, y sin opciones parlamentarias, a quienes indisimuladamente propon¨ªan mantener un remedo del r¨¦gimen anterior. Muchos hombres y mujeres ubicados en el franquismo, canalizaron sus aspiraciones a trav¨¦s de un partido que aceptaba las reglas de la democracia. El trabajo de Fraga constituy¨® un gran servicio a la democracia y a Espa?a, pero tuvo y tiene un coste: estoy convencido de que la historia de la derecha pol¨ªtica espa?ola desde los comienzos de la Transici¨®n democr¨¢tica, es, en buena medida, la historia de una tensi¨®n entre su citado entronque autoritario y reaccionario, de un lado, y la apuesta claramente democr¨¢tica de otros sectores. Esas tensiones se pusieron bien pronto de manifiesto en un asunto trascendental para el futuro de Espa?a, como fue la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n Espa?ola en el Congreso. Aquel 31 de octubre de 1978, s¨®lo ocho de los 16 diputados de Alianza Popular votaron a favor de la Carta Magna. Era una ¨¦poca en la que quien habr¨ªa de ser con los a?os presidente del Gobierno, se?or Aznar, calificaba en la prensa de "charlotada" la instauraci¨®n del Estado de las Autonom¨ªas.
Estos pulsos en el seno de la derecha se ha decantado en los ¨²ltimos a?os a favor de los sectores m¨¢s derechistas y radicales, fuera de los cuales ahora mismo es muy dif¨ªcil hacer pol¨ªtica en el PP. La destituci¨®n fulminante del se?or Calomarde como portavoz popular en la Comisi¨®n de Educaci¨®n del Congreso, por el simple hecho de discrepar p¨²blica, pero muy argumentada y desde luego respetuosamente, de la deriva de su partido, es una demostraci¨®n bien palpable de la tolerancia cero que los actuales dirigentes del PP mantienen hacia quienes quieren, leg¨ªtimamente, defender en su partido una opci¨®n m¨¢s moderada, centrista, europe¨ªsta y m¨¢s social y liberal. No creo que el se?or Calomarde se encuentre solo en estos planteamientos. Antes al contrario, apostar¨ªa a que buena parte de los votantes del PP coinciden con estas premisas y no con laderiva extremista que pretende perturbar el debate pol¨ªtico en Espa?a.
Parece evidente que el elemento catalizador de las actuales tensiones fue la derrota electoral del 14 de marzo. Muchos podemos pensar que el PP se gan¨® a pulso aquel naufragio en las urnas: la guerra de Irak, ilegal, inmoral e injusta y secundada s¨®lo para dar cobertura a la estrategia b¨¦lica de EE UU dise?ada por los neocons, represent¨® el punto ¨¢lgido del desencuentro del PP con amplios sectores de la sociedad espa?ola. Y, desde luego, la escandalosa gesti¨®n del atentado del 11 de marzo, que el Gobierno trat¨® de aprovechar en beneficio propio, desarrollando una brutal estrategia de la mentira, que a¨²n contin¨²a en nuestros d¨ªas.
Pero, en todo caso, y con independencia de que a algunos les parezca adecuado o no que los electores desalojaran al PP del Gobierno, el hecho es que as¨ª sucedi¨®. Desde ese momento, emergi¨® con una fuerza inusitada la obscena convicci¨®n que tiene la derecha de que su sitio natural es el poder. Esa es la verdad desnuda: el PP, y ya han pasado tres a?os, no ha aceptado ni asumido interiormente el resultado de aquellas elecciones y, en consonancia con ello, ha desplegado una estrategia pol¨ªtica destinada a recuperar el poder a cualquier precio, sin reparar en los medios empleados para ello. Al enarbolar ciertas banderas, el PP est¨¢ dinamitando buena parte de sus se?as de identidad democr¨¢ticas, que la derecha espa?ola logr¨® acumular a lo largo de los primeros a?os de democracia en Espa?a.
Este proceso de radicalizaci¨®n se ha traducido en numerosos aspectos de la vida pol¨ªtica. En un partido conservador pueden ser comprensibles las reticencias a determinados avances sociales o a la promulgaci¨®n de nuevos derechos para colectivos de ciudadanos. Pero no lo es que, en una sociedad democr¨¢tica, se lleve la confrontaci¨®n pol¨ªtica a instituciones clave del Estado, sembrando al mismo tiempo dudas sobre la actuaci¨®n de los jueces, los fiscales y los cuerpos de seguridad del Estado en relaci¨®n con la investigaci¨®n judicial y policial del 11-M. Y, en general, la lucha antiterrorista -y con ello, el propio fen¨®meno terrorista- ha sido empleado hasta la n¨¢usea para atacar al Gobierno y a su presidente, a quien se ha acusado nada menos que de traici¨®n a Espa?a, a las v¨ªctimas, y de rendici¨®n ante ETA.
La leg¨ªtima discrepancia con medios de comunicaci¨®n, el PP la ha convertido en un ataque brutal contra un grupo editorial. Desde una ¨®ptica democr¨¢tica, es dif¨ªcilmente tolerable que un partido responsable haga un llamamiento general a lectores, anunciantes y accionistas con el objetivo p¨²blico de da?ar la solvencia econ¨®mica de este grupo, tratando as¨ª de amordazarlo.
Y hasta los s¨ªmbolos nacionales han sido indebidamente utilizados. No reprocho al PP que emplee la bandera de Espa?a o el himno nacional, pero s¨ª que los instrumentalice como arietes simb¨®licos contra el Gobierno de Espa?a. Y que lo haga, adem¨¢s, como soporte de un discurso pol¨ªtico que reaviva lo peor de nuestra historia, dividiendo a los espa?oles entre buenos y malos. Eso y no otra cosa es lo que tan desatinadamente hace el se?or Rajoy cuando dice que los espa?oles "sensatos y normales" son los que secundan las movilizaciones callejeras del PP, dando por sentado que existe otra Espa?a, insensata y anormal, la que no comulga con sus posiciones pol¨ªticas. La verdad es un concepto un tanto sui g¨¦neris de la pluralidad democr¨¢tica.
En estos momentos, vienen a mi memoria los valores que durante la Transici¨®n represent¨® UCD. Es cierto que eran otros tiempos. Afortunadamente, despu¨¦s de casi 30 a?os de Constituci¨®n, Espa?a se ha convertido en una sociedad plenamente democr¨¢tica que huye de los extremismos. Por eso creo que quien sienta que alimentando la crispaci¨®n y la radicalizaci¨®n favorecer¨¢ un cambio pol¨ªtico en nuestro pa¨ªs, se equivoca y adem¨¢s, gravemente. Ning¨²n partido pol¨ªtico monopoliza los valores y principios de la democracia, pero, honestamente, ser¨ªa bueno que el PP recondujera su rumbo y se encaminara hacia el pleno respeto a las reglas de juego democr¨¢tico, hacia la tolerancia y la moderaci¨®n, hacia el respeto a sus adversarios y, sobre todo, a las instituciones.
Manuel Chaves Gonz¨¢lez es presidente del PSOE.
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