Kiefer y el pasado
En el Museo Guggenheim de Bilbao se muestran cien obras de Anselm Kiefer, el llamado artista de las tinieblas alemanas. Ante el espectador se presentan de manera impositiva grandes retablos escenogr¨¢ficos y otras piezas espectrales. La materia se ha convertido en algo sagrado, con alusiones eleg¨ªacas, visionarias, terror¨ªficas, todo ello traducido en una suerte de detritus que evoca constantemente el pasado, sin dejar de explorar al mismo tiempo la creaci¨®n de un presente vivo, muy potente y activo.
Kiefer ha mirado hacia atr¨¢s para situarse ante el hecho cultural, pol¨ªtico e hist¨®rico de su Alemania natal. Junto a los mitos legendarios, tambi¨¦n hacen aparici¨®n los trazos de la historia relacionados con el pasado nazi. El artista imagina tenerlo ah¨ª, pegado a sus manos. Lo hace presente a la vez que desea alejarlo en el tiempo, para lo que se sirve de una materia trabajada al modo de surcos de tierra calcinada. Aspira este artista a que el pintar sea id¨¦ntico al quemar. Para tal fin procura fabricar obras donde los silencios sean tan profundos que no tenga cabida el hombre. Nada mejor para ello que mantener vivo el fuego y los despojos, y de ese modo conseguir que nos sumerjamos en un omnipresente cementerio arqueol¨®gico de restos indescriptibles.
Kiefer ha mirado hacia atr¨¢s para situarse ante el hecho cultural, pol¨ªtico e hist¨®rico de su Alemania natal
Cuando se le ha considerado, con m¨¢s o menos conmiseraci¨®n, como el pintor del Holocausto, Kiefer ha respondido: "La culpa es un hecho. No puedo librarme de mis predecesores". Tal asunci¨®n de culpabilidad va entremezclada con lo que pueda sobrevenir tanto del esplendor como de la basura generada por la historia de Alemania y del mundo. Su pensamiento y quehacer art¨ªstico le llevan al empe?o de intentar hacer corp¨®rea la materia esbozada, para lo cual, en lugar de imitar lo que ser¨ªa una presentaci¨®n de la realidad, lo que quiere es mostrar la realidad hecha materia. Mas lo que le rodea no siempre es lo pr¨®ximo visible, sino que se torna vivo el recuerdo de la muerte y destrucci¨®n del tiempo pasado. Puede asegurarse que la representaci¨®n de la tierra quemada de sus obras equivale a la conformaci¨®n del Universo a trav¨¦s del fin del mundo. Esa materia espesa, puras cenizas de dolor, gestada mediante una serie yuxtapuesta de pasados, es un intento por atrapar el tiempo; ese tiempo acumulado en las diversas capas de materia mostradas. En este punto cabe hablar del concepto tripartito del movimiento, el cual abarca espacio, tiempo y materia, como aduc¨ªan los cabalistas.
Obras que son un componente coral, una pasi¨®n de rito judaico, del pintor de la penumbra -dentro de la oscuridad, en la imaginaci¨®n, la materia pesa el doble- que se alza en pos de la luz, urim en hebreo. Artista esot¨¦rico, cuyos precedentes ilustres se llaman Pit¨¢goras, Saint-Martin o Wronski, entre los fil¨®sofos; como Dante, Novalis o H?lderlin, entre los poetas; como Bach, Wagner o Scriabin, entre los m¨²sicos; como Blake o Redon , entre los pintores, y Swedenborg, entre los visionarios.
Como artista de extremos, el pensamiento de Kiefer se mueve en direcciones opuestamente parad¨®jicas. Pues si en ciertos pasajes no tiene cabida el hombre, en otros momentos las obras est¨¢n elaboradas a la medida de la desgracia del hombre. Le interesa por un lado aquello que persegu¨ªa Joseph Beuys, de quien fue disc¨ªpulo, esto es, tratar de hacer arte de la vida, y que la vida pasara a ser arte. De otro lado, como artista que persigue modelos, se ve compelido y perseguido por dos versos prof¨¦ticos, rotundos y lapidarios del rom¨¢ntico Novalis cuando advierte: "Quien am¨® con piedad el mundo pasado / no sabr¨¢ qu¨¦ hacer en este mundo". Consecuentemente, al verse tan cerca de Beuys como de Novalis, no tiene otra salida que distanciarse de ellos todo lo que puede. De ah¨ª que su arte nos llegue con una carga tan compleja, cual enigma indescifrable. Queda por saber si como ¨²ltima verdad, esa verdad que hay detr¨¢s de la verdad, todo lo profundo ama la m¨¢scara.
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