Malasa?a
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Tampoco el barrio es el mismo. Aquel barrio que tomamos pac¨ªfica y desnudamente en otras nocturnas fiestas del Dos de Mayo. Hace ya bastantes mayos. ?ramos otros, est¨¢bamos subidos a Dao¨ªz y Velarde, desnudos, un poco pedos, un poco Lucy in the sky with diamonds. S¨ª, en noches como aqu¨¦llas tomamos oficialmente un barrio que ya era nuestro. Comenzaban los a?os ochenta, y muchos habitantes de la ciudad quer¨ªan rejuvenecer sus casticismos de anta?o. Otros tiempos, otros alcaldes, otras m¨²sicas, otros ladrillos y otros maderos. Pas¨¢bamos de la Pantoja y pas¨¢bamos de Marbella. Seguimos pasando. Algunas noches cant¨¢bamos las canciones de Chicho S¨¢nchez Ferlosio en La Manuela. Incluso a veces hab¨ªamos pasado la tarde hablando, m¨¢s bien escuchando hablar, de los presocr¨¢ticos a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo. Hace mucho, incluso el poeta todav¨ªa no era el autor de un himno inexistente. Era nuestro barrio, aunque vivi¨¦ramos en otra parte. El mismo barrio de Maravillas que Rosa Chacel supo acercarnos en sus narraciones. Un barrio donde escuch¨¢bamos flamenco, en aquella La Carcelera, en ese local de la misma calle en que vivi¨® el ¨²ltimo verdugo, el triste y oscuro hombre que mat¨® a Salvador Puig Antich. Tambi¨¦n a otros muchos. Triste, solitario y final, una vez lo entrevistamos en aquel barrio de tantas alegr¨ªas nuestras.
El barrio donde un joven Sabina, entre copas y oscuridades, en El¨ªgeme, presentaba la novela de un t¨ªmido chico de su pueblo llamado Antonio Mu?oz Molina. Muchas noches elegimos aquellas oscuridades, aquel bar donde son¨® lo peor y lo mejor de la m¨²sica en directo de los a?os movidos.
Hab¨ªa otros bares, otras m¨²sicas. El Penta, tan inevitable, tan rockero, que no se dej¨® ser posmoderno. La V¨ªa L¨¢ctea, desvergonzadamente pop, mundos, chicas y copas de colores que siguen resistiendo el paso de las d¨¦cadas. El caf¨¦ Ruiz, m¨¢s cl¨¢sico, imitando a bohemio y con absenta, maldita absenta. Hab¨ªa muchos m¨¢s. Y hab¨ªa un barrio vivo, un barrio de terrazas, tascas con huevos fritos, restaurantes tirando a afrancesados, teter¨ªas hippies, bares con billar, ultramarinos poco finos, colegios, farmacias de viejos azulejos, teatros resistentes e islotes tranquilos en un barrio que conoci¨® el ruido y las furias desde los tiempos de Manuela Malasa?a.
La otra noche, la misma noche en que la francesa S¨¦gol¨¨ne Royal estaba poniendo ante las cuerdas a Nicolas Sarkozy, sent¨ª deseos de volver al barrio. No pod¨ªa ser tan fiero como lo pintaban. Despu¨¦s de la escapada, del puente en campos de Castilla, donde, por no pasar, ya ni pasan las ovejas, ten¨ªa ganas de emociones fuertes. Una mala idea la tiene cualquiera. Se nos quit¨® en dos minutos, y nos sobr¨® uno. Como en los viejos tiempos, hab¨ªamos quedado en el machadiano caf¨¦ Comercial. De all¨ª, una bajadita tranquila y la plaza es nuestra. Pues fue que no. No estamos para correr con nuestros a?os, nuestras canas y nuestros kilos. Creo que ese subid¨®n de nostalgia se baja muy f¨¢cil. Ya sab¨ªamos que no es lo que era, pero la lecci¨®n la recibimos en el momento en que uno ve ese paisaje de uniformes frente a unos j¨®venes que parec¨ªan una imitaci¨®n castiza de una desconocida kale borroka a la madrile?a. No, vuelta a casa, final del debate franc¨¦s. Y a?oranza de esas formas francesas. Nunca tuve tan claro que fuera bueno aquello tan castizo de derrotar a los franceses. Ahora, viendo a estos resistentes de Malasa?a, viendo a sus atacantes y sin rastro de los responsables, otra vez me dan ganas de seguir el camino del abate Marchena.
O por lo menos me voy al cine. Me vuelvo a ver La vida en rosa, canto aquellas canciones de Edith Piaf, de tantas nostalgias. Y si me quedan ganas de afrancesarme un poco m¨¢s, pues repito con Paris, je t'aime. Y me pongo a pensar en tropezarme con Fran?ois Hardy, o con su hija, sin el simp¨¢tico lapa de Jacques Dutronc a su lado. Volver a cantar aquello de J'aime les filles. Buena idea, as¨ª me quito m¨¢s a?os que volviendo a Malasa?a. A un lugar que ya s¨®lo debe de existir en mis recuerdos. De todas formas, si Esperanza Aguirre sigue viviendo all¨ª, el barrio no se puede quemar. Regresar¨¦. Pero, eso s¨ª, no pienso intentar m¨¢s ver el paisaje hasta despu¨¦s de la batalla. Nunca ser¨¦ candidato al Premio Cirilo Rodr¨ªguez.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.