Cuando Juana de Arco cay¨® derrotada por Bonaparte
En todos los comentarios sobre la victoria de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas -y, por tanto, sobre la derrota de S¨¦gol¨¨ne Royal- puede advertirse, sobre todo cuando esos comentarios vienen del extranjero, un aroma de tristeza y pesar. Incluso cierta ternura. Ocurre hasta cuando los autores de esos art¨ªculos consideran que la elecci¨®n del nuevo presidente es para Francia una posibilidad de acabar con este famoso "modelo" que constituye, se supone, el handicap que a¨ªsla a Francia de otras naciones europeas, aunque sean socialistas.
Esta tristeza y este pesar tienen una dimensi¨®n novelesca e incluso est¨¦tica. Nos gustaba que un pa¨ªs como Francia estuviera dirigido por una mujer que se ajusta tanto a la imagen habitual de "la Marianne ideal". La candidata de la izquierda no s¨®lo posee una belleza cautivadora, que no se alter¨® con ninguna de las agotadoras experiencias de la campa?a, sino que tiene una dicci¨®n y un vocabulario propios de una clase determinada de conservadores cat¨®licos refugiados en esa Francia profunda en la que no estamos acostumbrados a topar con portavoces de la izquierda. Un padre militar, una familia que no falta jam¨¢s a la misa del domingo y una disciplina moral casi puritana: de ese entorno sali¨® una hero¨ªna socialista que habla en nombre del pueblo. Nada que ver con Rosa Luxemburgo, la revolucionaria berlinesa de principios del siglo XX, ni con Margaret Thatcher ni Angela Merkel. Nada que ver con Indira Gandhi ni con Golda Meir. S¨®lo la paquistan¨ª Benazir Bhutto, tal vez, podr¨ªa competir con el encanto de S¨¦gol¨¨ne Royal, pero no era ninguna revolucionaria.
Adem¨¢s, ese apellido, Royal, que ha permitido so?ar. Francia sigue siendo mon¨¢rquica, y al pueblo le ha gustado poder pronunciar ese nombre sin tener que renunciar a sus ideas. Todos los amigos de Francia, e incluso todos los que, en Nueva York, Roma o Madrid, se sienten a menudo exasperados por la famosa "arrogancia francesa", han dado la impresi¨®n de sentir cierto placer literario observando la ins¨®lita trayectoria de esta mujer solitaria, obstinada y que, bajo la sonrisa luminosa, oculta un car¨¢cter indomable.
He aqu¨ª, pues, a esta mujer, a la que tantos rivales hab¨ªan deseado el fracaso. Ha conseguido convocar a 17 millones de franceses, frente a los 19 millones que logr¨® reunir Nicolas Sarkozy. Todo el mundo habla de derrota en tono compasivo. Pero, cuando se piensa en la est¨¦tica del recorrido, se puede decir (siempre que nos distanciemos de la eficacia pol¨ªtica) que ha sido una verdadera haza?a.
Desde luego, se fi¨® de sus propias fuerzas durante las ¨²ltimas semanas de la campa?a electoral. Cuando decidi¨® enfrentarse con los suyos, quiso prepararse sola, sin equipo, sin ayuda, decidida a desbaratar las trampas y deshacerse de los aparatos, y rechazando la tutela de los expertos que m¨¢s pod¨ªan contribuir a su proyecto. Con ello asumi¨® tambi¨¦n el riesgo de aumentar su n¨²mero de enemigos, los celos de sus rivales y la impaciencia de sus mayores. El hecho de haber escogido el hero¨ªsmo de la soledad y la libertad le permiti¨® imponerse, desde el exterior y con la ayuda de la opini¨®n p¨²blica, en un partido que no quer¨ªa saber nada de ella. Sin esa decisi¨®n, no habr¨ªa sido candidata. Pero, al mismo tiempo, haber escogido la soledad le impidi¨® poner a punto un proyecto extremadamente ambicioso: quer¨ªa conciliar una especie de revoluci¨®n cultural entre los socialistas franceses con una serie de pasos, por desgracia demasiado t¨ªmidos, para avanzar por la v¨ªa de la socialdemocracia.
Hoy, armada de su inmensa popularidad, se enfrenta a los elefantes empe?ados en deshacerse de ella para seguir encabezando la formaci¨®n que afrontar¨¢ las elecciones legislativas en junio. Es una historia apasionante, estimulante y s¨®rdida.
Por otro lado, podr¨ªa decirse que la trayectoria de Nicolas Sarkozy es igualmente extraordinaria. Es la primera vez, en Francia, que ha llegado a la segunda vuelta una mujer candidata, pero tambi¨¦n la primera vez que ha habido un candidato -y ahora un presidente- hijo de inmigrantes. Como s¨ªmbolo, es se?al de un cambio trascendental en lo que llamamos "el alma de la Francia eterna". M¨¢s a¨²n si se tiene en cuenta que, entre los an
-tepasados de Nicolas Sarkozy, uno de sus abuelos es un jud¨ªo convertido al catolicismo, y adem¨¢s un jud¨ªo h¨²ngaro.
A todos los pol¨ªticos les mueve la sed de poder, y sin ella no ser¨ªan lo que son. Pero pocas veces hab¨ªamos visto a un hombre atrapado por esa sed de forma tan obsesiva y desde hace tanto tiempo. Y pocas veces, sobre todo, hab¨ªamos visto a un hombre que reuniera en tal medida las dotes de tribuno en los m¨ªtines, de orador en la televisi¨®n y de ret¨®rico en el Parlamento. La palabra "ret¨®rico" evoca las grandes Escuelas de Ret¨®rica herederas de Cicer¨®n y las Catilinarias. Es el talento para encontrar las palabras cuando se necesitan y como se necesitan, y de formularlas con un timbre de voz y una articulaci¨®n capaces de cautivar. Se dir¨¢ que, hasta ahora, esas dotes eran propias de los l¨ªderes del populismo suramericano y ciertos d¨¦spotas ¨¢rabes. Tambi¨¦n que Hitler ten¨ªa un poder casi m¨¢gico. Hoy no funcionar¨ªa. Sarkozy, en cambio, sabe adaptarse perfectamente a los deseos de los electores en las democracias de este principio del siglo XXI.
No s¨¦ si la palabra "genio" es excesiva para referirse a Nicolas Sarkozy. Pero, en cualquier caso, hace falta serlo un poco para conseguir lo que ha conseguido ¨¦l: hacer olvidar que, durante cinco largos a?os, ha sido el ministro m¨¢s importante de un Gobierno que hizo exactamente lo contrario de lo que propugna el nuevo presidente. El candidato Sarkozy se ha dedicado a denunciar de forma violenta, declamatoria y repetitiva todo lo que el Gobierno de Jacques Chirac -del que fue el ministro m¨¢s poderoso- ha llevado a cabo. Nadie se ha estremecido por esa barbaridad. ?l no se ha disculpado ni ha dado explicaciones en ning¨²n momento. Y, a base de no acordarse de ello, ha transformado la memoria de los dem¨¢s. Durante toda la campa?a, por ejemplo, no se ha o¨ªdo decir a nadie que Nicolas Sarkozy tuvo el tremendo descaro de ir a Estados Unidos para denunciar la pol¨ªtica antiamericana de su propio presidente.
Semejante falta de disciplina y solidaridad gubernamentales no tiene precedente en la historia de la Rep¨²blica francesa. Nadie se ha atrevido a decir que es muy posible que si hubiera sido presidente Nicolas Sarkozy en lugar de Jacques Chirac, habr¨ªa tropas francesas en Irak. Dos a?os antes de ser candidato, Sarkozy se comport¨® como si fuera el rival de su propio presidente, y sali¨® triunfador. Ahora resulta que, ante la victoria del presidente nuevo, la gente se suma y se inclina. Los franceses estaban hartos de una Francia que contemplaba su propio declive. Han elegido al presidente de una "revoluci¨®n conservadora" que se parece mucho a la de los Estados Unidos de George Bush. En realidad, es m¨¢s bien una Restauraci¨®n. Ya vivimos esto en Francia, entre la ca¨ªda del Primer Imperio, el 6 de abril de 1814, y la revoluci¨®n del 29 de julio de 1830, con los reinados de Luis XVIII y Carlos X, hermanos de Luis XVI. Se propusieron retroceder en todas las reformas y todas las instituciones del r¨¦gimen instaurado por Napole¨®n. Alguien dir¨¢ que en aquel periodo no hab¨ªa democracia y que Nicolas Sarkozy, hoy, no puede hacer lo que quiera. Pero la monarqu¨ªa de Luis XVIII estaba sujeta a los l¨ªmites de la Carta de 1814.
Nicolas Sarkozy concentra la mayor¨ªa en el Senado, la presidencia del Consejo Constitucional, el Consejo Superior de la Magistratura y el Consejo Superior Audiovisual. Es, adem¨¢s, ¨ªntimo amigo de los grandes empresarios que poseen en estos momentos casi la totalidad de los grandes medios de comunicaci¨®n en Francia. El gran tr¨ªo sarkozista est¨¢ formado por Arnaud Lagard¨¨re, Fran?ois Pinault y Bernard Arnault, los tres hombres m¨¢s poderosos de Francia. Pero seamos razonables: Nicolas Sarkozy ha hablado de reforzar los poderes del Parlamento y ha decidido ofrecer a la oposici¨®n la Presidencia de la Comisi¨®n de Econom¨ªa y la de Asuntos Exteriores. Y hay que pensar que Nicolas Sarkozy, ya que he hablado de que es un genio, tiene todas las posibilidades de sorprendernos, incluso para bien.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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