El cuento de la lechera
A trav¨¦s del padre de un amigo que tiene un primo que dice que me conoce, un chaval voluntarioso me hace llegar un sobre. El sobre contiene un CD con dos canciones suyas y una carta. No me extra?a: en este oficio has de estar preparado para que, si anuncian en el peri¨®dico que la gente puede escribirte sobre elecciones, habr¨¢ un porcentaje de lectores que te mandar¨¢ su curr¨ªculum, te pedir¨¢ un pr¨¦stamo, te rogar¨¢ que vayas al cumplea?os de su se?ora ("Le har¨ªa tanta ilusi¨®n") o te asegurar¨¢ que tiene una vida de novela y que "por qu¨¦ no quedamos, te la cuento y t¨² escribes ese bestseller". ?Gracias! Es ese 10% ante el que est¨¢s condenada a quedar como una desagradecida.
El caso es que abro la carta del chaval y me encuentro con que no quiere hablarme de sus aspiraciones musicales, sino de un curioso dilema moral que se les plante¨® la semana pasada. El muchacho se llama A., tiene 18 a?os, es granadino y toca en un grupo pop, con influencias de Red Hot Chili Peppers, los Beatles, Oasis... Pese a ser muy jovencillos les llaman para tocar en algunos locales y se est¨¢n haciendo, gracias a esa eficac¨ªsima red de amistades que tienen los chavales, con un n¨²mero de fans nada desde?able.
Hace una semana, me cuenta A., llega jadeante al local de ensayo el lidercillo del grupo. El vocalista. Dice que un fulano le ha dicho que hay una posibilidad s¨®lida de que el PP les llame para tocar en la fiesta de campa?a. ?Que les pagar¨ªan 1.500 euros! "?A nosotros", dice uno, "por qu¨¦?". El lidercillo dice, "pues porque representamos a la juventud grana¨ªna y seguro que el PP quiere romper su imagen retr¨®grada y hacer ver que se puede ser joven, enrollao y del PP".
Se sumen en un espeso silencio que rompe el teclista: "No, yo renuncio, siempre estar¨ªamos se?alados como aquel grupo que toc¨® para el PP, ser¨ªa un estigma". A lo que el guitarra apostilla: "Pero, t¨ªo, eso la gente lo olvida. Adem¨¢s, con esos 1.500 pavos podr¨ªamos plantearnos grabar la maqueta". "No", dice otro, "yo no me vendo". El l¨ªder aporta entonces un argumento de peso: todos los artistas se han tenido que valer del capital, se trata de entrar en el sistema para socavarlo desde dentro... Eso les deja desconcertados. Es, desde luego, una raz¨®n ins¨®lita y poderosa. "Me lo ha dicho mi padre", dice el l¨ªder, "y sab¨¦is que es de Izquierda Unida".
Votan: tres a favor, dos en contra. Se vuelven a casa destrozados. El grupo se rompe. Ese grupo que no se rompi¨® ni cuando el teclista le levant¨® la t¨ªa al guitarra. Al d¨ªa siguiente se enteran de que la posibilidad era remot¨ªsima, inexistente. Fantas¨ªas del l¨ªder. Pero ya le han dado el primer mordisco a la cosa pol¨ªtica. "Ahora entiendo", dice A., "por qu¨¦ mis padres han dejado de hablarse con algunos amigos".
Elvira Lindo bucea en los comentarios de los lectores para su columna. Env¨ªelos a lectores@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.