Primera oreja
Llev¨¢bamos ya dos t¨ªpicas corridas de San Isidro. Toros que se caen, toreros nerviosos atacados por el peso de la responsabilidad, que dejan escapar a los pocos toros toreables; p¨²blico bullanguero e ilusionado que llena tendidos, gradas y andanadas, y que se apaga con la tarde. Algunos canalizan la decepci¨®n con bromas y chanzas -a veces desabridas-, gritos e improperios, pitos y palmas de tango. Sin embargo la mayor¨ªa calla, y ya se sabe que en los toros, el silencio no es el mejor s¨ªntoma. Salva sea la Real Maestranza.
Ara¨²z de Robles / Juan Bautista, Valverde, Garc¨ªa
Toros de Francisco Javier Ara¨²z de Robles; flojos y algunos encastados. El primero vali¨® y fue aplaudido en el arrastre. Juan Bautista Jalabert: estocada hasta la bola (saludos); estocada (algunas palmas). Javier Valverde: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada (oreja). Iv¨¢n Garc¨ªa: estocada (silencio); tres pinchazos y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 12 de mayo. Tercera corrida de abono. Lleno.
Pero siempre hay un d¨ªa, misterioso e inesperado, con un cartel inadvertido, en el que salta un toro... y le responde un torero. Ese d¨ªa arranca de verdad la feria y el cartel queda impreso en la retina colectiva de la afici¨®n. No fue en los dos primeros d¨ªas: ?a la tercera ir¨ªa la vencida? Para cumplir esta condici¨®n era necesario, en primer lugar, que saltara un toro. Y ayer salt¨® m¨¢s de uno con inter¨¦s. Sobre todo, como viene siendo costumbre, el primero: un salinero con el n¨²mero 69 -casi nada-. Y Juan Bautista, de gris plomo y oro, escuch¨® en la muleta las primeras palmas de la tarde.
El toro mostraba cierta casta y el franc¨¦s, sin prisas, fue encontrando la distancia hasta sacar una serie con la derecha de arm¨®nico clasicismo. Corri¨® luego la izquierda, h¨¢bil y justa, bien rematada en las trincheras, pero, m¨¢s grato por el pit¨®n primero, volvi¨® a la diestra a corroborar lo dibujado y a culminarlo con estocada r¨¢pida, fulminante hasta los rubios. All¨ª mismo cay¨® el buen salinero, sin abrir la boca, sin parpadear. Hizo bien el toreo Juan Bautista, pero no termin¨® de decirlo.
El cuarto, Regalito, galop¨® a placer, perdi¨® la pezu?a derecha varias veces y el arlesiano lo llev¨® a por candela entre las justas protestas del paisanaje. Tras banderillas, le indicaron por d¨®nde andaba la infanta Elena, a la que lanz¨® la montera con mal¨¦fica sonrisa, y se dispuso a torear. En cuanto el animal se cay¨®, que fue pronto, arreci¨® la bronca -"?Too-ros, too-ros!"- y Juan Bautista continu¨® su faena sobre la diestra con una cadencia, temple y despaciosidad que el toro estropeaba con el tic militar del "cuerpo a tierra". Eterniz¨® este ejercicio marcial tras la excelente estocada que le dej¨® el torero.
El primero de Valverde fue sin muchas ganas a por la vara, prefiri¨® irse a por los matadores que hablaban en las rayas de pol¨ªtica internacional y de las consecuencias del cambio de gobierno galo en las relaciones con nuestro pa¨ªs. No en vano, uno de los diestros pertenec¨ªa a los dominios napole¨®nicos y el otro era de M¨®stoles. As¨ª que como el bicho los interrumpi¨®, el mostole?o se fue a los medios y quit¨® con unos delantales apresurados. Lleg¨® a la tela el toro refunfu?ando, con la casta y la vista diluida, reculaba y topaba, y Valverde, como ya es costumbre, lo solvent¨® con dignidad. El quinto, Embrujado, se puso a buscar petr¨®leo seg¨²n sali¨®: primero las pezu?as, luego el morro, despu¨¦s a saltos, tras la puya, a rodillazos; pero no hizo ascos al caballo.
Con dos velas de ¨®rdago acudi¨® a la llamada del matador desde el centro. Y entr¨® con buen aire. En los derechazos se acostaba un poco; en seguida vio el diestro que quer¨ªa mas distancia y all¨ª se empez¨® a llevar muletazos lentos y calientes, esperanzando a la afici¨®n. Le falt¨® cre¨¦rselo del todo, quedarse quieto y mandarlo con continuidad en un par de series, que sustituy¨® por el arrim¨®n, la digna solvencia y manoletinas que dividieron al respetable. Mat¨® de frente, de un estoconazo, y la labor le vali¨® una oreja.
Iv¨¢n Garc¨ªa no encuentra el sitio en las plazas de primera. Mantiene una guerra de nervios consigo mismo, da una de cal y varias de arena, y su decisi¨®n se premia con palmas y algunas protestas la concurrencia que uno suscribe con dolor. Su primer toro fue soso y poco hab¨ªa que hacer. Pero en su segundo, con casta y cierto peligro, la tensi¨®n y las dudas le impidieron entrar en harina. De este ¨²ltimo s¨®lo queda en el recuerdo el quite de Juan Bautista que remat¨® con media ver¨®nica adormecida.
Iv¨¢n no le cog¨ªa el comp¨¢s y fue entonces cuando nos enteramos de que a Talavante, en Valladolid, un toro le hab¨ªa metido el pit¨®n en el muslo izquierdo. Afortunadamente, el pron¨®stico es menos grave.
Babelia
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