Nefertiti, la hermosa que no llega
El busto de la reina, eje de una disputa entre Alemania y Egipto, que siempre quiso recuperarlo
Nefertiti: su nombre es sin¨®nimo de belleza y misterio. La arrebatadora belleza de una mujer inmortalizada en retratos exquisitos y cuya carne divina ha atravesado los milenios devenida piedra envuelta en los m¨¢s atrevidos deshabill¨¦, incluida una prenda que s¨®lo le cubr¨ªa la espalda. El persistente misterio de una reina enigm¨¢tica (desconocemos su origen y destino final) involucrada en el periodo m¨¢s tormentoso de la historia de Egipto. La belleza y el misterio de Nefertiti, cuyo nombre se traduce generalmente como "la hermosa ha llegado" -parad¨®jicamente, el jerogl¨ªfico nefer, "hermoso, perfecto, bueno", consiste en casquer¨ªa de vaca: el coraz¨®n y la tr¨¢quea-, se esencializa en su c¨¦lebre busto policromado que se exhibe en el Museo Antiguo de Berl¨ªn ( Altes Museum) y que es objeto de pol¨¦mica desde hace casi un siglo. Descubierto el 6 de diciembre de 1912 por una expedici¨®n arqueol¨®gica alemana en las ruinas de Amarna (Ajet At¨®n), la capital del "hereje" y "revolucionario" fara¨®n Akenat¨®n, del que Nefertiti fue Gran Esposa, el busto, de 3.400 a?os, vuelve al centro del gran debate sobre las antig¨¹edades que permanecen fuera de sus pa¨ªses de origen y son reclamadas por ¨¦stos. El caso del busto de Nefertiti, la Mona Lisa de Amarna, es paradigm¨¢tico por la relevancia de la pieza y la manera deshonesta en que la condujeron al exilio en 1913, desde las abrasadas ruinas de la ciudad de Akenat¨®n hasta las fr¨ªas latitudes de Prusia.
Los egipcios propusieron cambiar el busto policromado por un sill¨®n de Tutankam¨®n
La escultura dio una voltereta y cay¨®. No se rompi¨® con el impacto, pero perdi¨® un ojo
El actual pulso por el busto, en piedra calc¨¢rea blanda con a?adidos de yeso, es s¨®lo un episodio en la larga pugna de Egipto por recuperar ese hito de su patrimonio. El conflicto ha estallado esta vez por la negativa de Alemania a prestar la escultura para una exposici¨®n en el Museo Egipcio de El Cairo que deb¨ªa durar tres meses y coincidir con el centenario del Instituto Alem¨¢n de Arqueolog¨ªa en Egipto. Los egipcios hab¨ªan subrayado que consideraban el eventual retorno de la reina s¨®lo un pr¨¦stamo, pero los alemanes han aducido que el busto es "demasiado fr¨¢gil" para viajar. La respuesta de Egipto, por boca del responsable de antig¨¹edades fara¨®nicas, Zahi Hawass, ha sido de tronante indignaci¨®n. Hawass ha ido elevando el tono hasta amenazar a Alemania con una "guerra cient¨ªfica" en la que no se prestar¨ªan m¨¢s piezas a los museos del pa¨ªs ni se permitir¨ªa a sus investigadores trabajar en Egipto. El retorno parece m¨¢s lejos que nunca, aunque los egipcios conf¨ªan en un arreglo para que el busto pueda exhibirse en la inauguraci¨®n del Grand Egyptian Museum, en Giza, previsto para 2012.
Detr¨¢s del asunto est¨¢ siempre el debate sobre c¨®mo los alemanes obtuvieron el busto -v¨¦ase, para un relato pormenorizado, Nefertiti quiere volver a casa, de Paczensky y Ganslmayr (Planeta, 1985)-. La escultura apareci¨® entre las ruinas del taller de Tutmosis, supervisor de obras y escultor de la corte de Amarna. Parece que estaba colocada en una repisa de madera que, devorada por las termitas, cedi¨®. La reina hizo una voltereta y cay¨®, pero lo hizo sobre la corona plana, lo que la salv¨® de romperse (aunque con el impacto perdi¨® el ojo izquierdo y sufri¨® da?os en la oreja). El equipo alem¨¢n la encontr¨® enterrada en la arena cara abajo, y su director, Ludwig Borchardt, se dio cuenta de que estaba ante una obra maestra. Todo apunta a que Borchardt hizo una extraordinaria pirula, pues consigui¨® que a la hora de repartir las piezas de la excavaci¨®n con el Servicio de Antig¨¹edades les correspondiera el precioso busto a los alemanes. El director del servicio encargado de velar por los intereses patrimoniales egipcios era el gran Gaston Maspero, pero no asisti¨® al reparto y deleg¨® en el inspector Gustave Lefebvre. De manera inexplicable, Lefebvre consider¨® justo que los alemanes se quedaran con la pieza. Parece que Borchardt la camufl¨® para despistar al colega franc¨¦s.
Se la llev¨® con tan mala conciencia que procur¨® que no se exhibiera en Alemania en los siguientes a?os. Al salir a la luz el busto casi una d¨¦cada despu¨¦s, el Servicio de Antig¨¹edades qued¨® estupefacto. ?C¨®mo pod¨ªan haberse llevado algo as¨ª de Egipto? Borchardt ech¨® balones fuera adoptando una actitud de a m¨ª que me registren y recordando que la operaci¨®n hab¨ªa sido legal. Ser¨ªa legal, pero era inmoral, no s¨®lo por las maniobras de ocultamiento del sabio, sino porque ¨¦l mismo ?formaba parte del comit¨¦ de asesoramiento del servicio cuando se hizo la distribuci¨®n de las piezas del taller de Tutmosis! Egipto negoci¨® desde 1923 para recuperar la pieza. Se propuso cambiar a Nefertiti por un sill¨®n de la tumba de Tutankam¨®n, y luego, en 1930, por algo juzgado incluso m¨¢s valioso que el busto: la estatua de pie de Ranofer. El acuerdo casi se cerr¨®, pero una campa?a en contra lo impidi¨®. Luego, con Hitler, Nefertiti ten¨ªa pocas posibilidades de regresar a Egipto, a no ser de la mano de Rommel. Y parece que el F¨¹hrer estaba obsesionado con la "arianidad" de sus facciones.
La reina sigue pues sin volver a casa. Desde su exilio alem¨¢n parece estirar el gr¨¢cil cuello de garza para avizorar las novedades egiptol¨®gicas en su tierra: el cuestionado hallazgo de su momia por la brit¨¢nica Joann Fletcher (v¨¦ase el estimulante El enigma de Nefertiti, Cr¨ªtica, 2005), la b¨²squeda de su tumba y las nuevas y apasionantes teor¨ªas de que ella, la bella, rein¨® como fara¨®n tras la muerte de Akenat¨®n.
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