Europa y el mundo
En el reciente debate durante la campa?a a las presidenciales francesas de 2007 se habl¨® muy poco de Europa y de pol¨ªtica internacional, lo que ya es un hecho significativo. Pero lo que se dijo fue suficiente para comprobar qu¨¦ asentada est¨¢ una determinada idea de Europa. En un momento de la discusi¨®n Nicolas Sarkozy afirm¨® que no estaba dispuesto a que Europa fuera "el caballo de Troya de la mundializaci¨®n". El entonces candidato tal vez sea ahora el Presidente de la Rep¨²blica francesa gracias a que fue capaz de formular de una manera n¨ªtida ese sentimiento extendido que considera la mundializaci¨®n ¨²nicamente como una amenaza. Esa percepci¨®n tiene una versi¨®n de derechas y otra de izquierdas; unos y otros parecen incapaces de percibir el v¨ªnculo estrecho que existe entre el proyecto de integraci¨®n europea y la mundializaci¨®n, las virtualidades que contiene una forma de cooperaci¨®n pol¨ªtica en orden a la configuraci¨®n de un mundo multipolar.
Lo m¨¢s interesante de la construcci¨®n europea es que permite superar la ficci¨®n de que la sociedad puede ser construida estatalmente y con independencia de otras sociedades. No existe una sociedad civil europea que resulte de la mera agregaci¨®n de sociedades nacionales y desconectadas del resto del mundo. La sociedad europea forma parte de una sociedad global. Es un error subrayar en exceso la diferencia entre Europa y el resto del mundo o pensar que toda la estrategia de la integraci¨®n se justifica para defenderse de un mundo visto como una realidad amenazante. Si por algo se justifica el experimento europeo es porque promueve un modelo de identidad que no s¨®lo no requiere anular su diversidad interior, sino que tampoco necesita una oposici¨®n a otros para su propia afirmaci¨®n: es un nosotros sin otros. Uno de los valores fundamentales de Europa es que la identificaci¨®n con lo propio se hace menos exclusiva y permite una gran complementariedad. Es una paradoja el hecho de que impulsar una verdadera ciudadan¨ªa europea a trav¨¦s de valores universales conduzca a una menor identificaci¨®n exclusiva con Europa en la medida en que tales valores suministran a los europeos razones para verse a s¨ª mismos como parte del mundo, de una com¨²n humanidad.
La construcci¨®n pol¨ªtica de Europa presenta unas singularidades que la diferencian de todos los proyectos de construcci¨®n nacional. Probablemente sea la primera entidad pol¨ªtica que se configure sin necesidad de un patriotismo ideol¨®gico de los que exig¨ªan un pueblo delimitado y homog¨¦neo, un origen com¨²n, unidad de lengua y cultura, y alg¨²n enemigo exterior que fuera ¨²til para la cohesi¨®n interna. A pesar de que abunde la ret¨®rica en esa direcci¨®n, la contraposici¨®n con Estados Unidos trata de conferir a Europa una legitimidad que no necesita, ya que se asienta en otro tipo de valores. El proyecto europeo no exige, como ha sido habitual en la configuraci¨®n de las naciones, dramatizar el peligro exterior para asegurar la cohesi¨®n interior.
Europa no puede concebirse como algo separado del mundo. A lo largo de la historia, los europeos han tenido, de una manera u otra, la conciencia de estar vinculados con el resto del mundo. Esa referencia, que en otras ¨¦pocas tuvo un impulso civilizatorio, pero tambi¨¦n comercial y colonial, ha dado a Europa una fuerza que continuamente la sustrae de su posible ensimismamiento. Por eso puede afirmarse que al impacto de la globalizaci¨®n no supone ninguna ruptura especialmente original con respecto a su historia. Frente a la concepci¨®n de una Europa como unidad aut¨¢rquica claramente separada del resto del mundo y en competencia con ¨¦l, el experimento europeo no tiene otra justificaci¨®n que representar el embri¨®n de una verdadera cosmopol¨ªtica. Nos urge "desprovincializar Europa", es decir, ponerla en el contexto que le corresponde y frente a sus actuales responsabilidades.
La Uni¨®n Europea pone de manifiesto, aunque sea de manera incipiente, que la globalizaci¨®n no es una amenaza para la democracia sino una oportunidad para extenderla m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites del Estado-naci¨®n. Europa es una forma especialmente intensa de elaborar un sistema global, una world polity en miniatura. La globalizaci¨®n, m¨¢s que como una amenaza, como desaf¨ªo o catalizador, ha de ser vista como una posibilidad para definir el proyecto europeo en t¨¦rminos globales. No se tratar¨ªa tanto de tomar partido como actor global sino de promover otro modo de organizaci¨®n de las relaciones entre los actores. Estamos tratando de buscar el significado de la sociedad en un mundo en el que la coherencia social, la participaci¨®n democr¨¢tica y la legitimidad pol¨ªtica est¨¢n siendo redefinidas.
Las pr¨¢cticas de gobierno de la Uni¨®n Europea cultivan una serie de disposiciones de alcance universal: la facultad de ver la propia comunidad con una cierta distancia, la aceptaci¨®n de las limitaciones, la confianza mutua, la disposici¨®n a cooperar, un sentimiento de solidaridad transnacional. Europa no es ejemplar por una superioridad de alg¨²n tipo, sino porque el espacio p¨²blico europeo es un caso representativo del hecho de que la mayor parte de las decisiones pol¨ªticas no pueden adoptarse sin examinar su consonancia con los intereses de los otros. En ese sentido Europa puede considerarse como paradigma de la nueva pol¨ªtica que est¨¢ exigiendo un mundo interdependiente. Europa ofrece una experimentaci¨®n moderna de la formaci¨®n de un mundo verdaderamente multipolar. Es, sin duda, uno de los mensajes que la Europa pol¨ªtica puede proponer: multipolar ella misma, puede promover ese modo de organizaci¨®n; proyectando al exterior su propia pr¨¢ctica interna puede contribuir a "civilizar" la globalizaci¨®n. El proceso europeo de integraci¨®n pol¨ªtica es una respuesta in¨¦dita, tal vez un d¨ªa ejemplar, a las circunstancias que condicionan actualmente el ejercicio del poder en el mundo.
Daniel Innerarity es profesor titular de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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